No sé calcular muy bien pero creo que era a primeros de Diciembre. Los gochos se mataban como mandaba la tradición por San Martin, con veranillo o sin él, que el cuatobajo estaba vacío y había que alimentar al personal.
Cuando las mantas de las mantecas estaban secas y con la textura deseada se pasaba al día de la derrita. Eran días que yo recuerdo húmedos y fríos. Aquel día había que picar mucha leña para que el fuego no bajase su intensidad y diese las calorías suficientes para que el bidón o caldero de cocer la comida de los gochos - patatas, berzas, remolachas y nabos - estuviese con su gorrr, gorr sin parar para que la derrita de las mantecas fuese la adecuada.
Cuando aquellas mantas estaban bien líquidas y los "chichos" lo suficientemente cocidos, entonces se añadían las manzanas y las cebollas en aquell caldo denso con aquel olor tan característico que a mi me producía un poco de repugnancia y ocupación de estómago sin haber comido nada y un leve dolor de cabeza que al ir al leñero a buscar más leña se me solía pasar al recibir en la cara el aire fresco de aquellas tardes frías de otoño.
La manteca líquida se colaba y se guardaba en unas nateras hasta el borde mismo. Aquel líquido amarillento, cuando se enfriaba, cuajaba y se convertía en grasa blanca para cocinar y alternar o mezclar con el aceite vegetal. Los trozos de tejido que iban quedando en el colador o bien se colocaban en un plato y se les añadía azúcar y se daba cuenta de ellos o se guardaban en una natera mezclados con la manteca líquida. Estos "chichos", mientras duraban se iban sacando a cucharadas para sazonar las patatas, chicho negro entre grasa blanca. El aspecto no era muy bueno para el que no supiese su procedencia, pero el gusto que daban a las patatas era riquísimo y único. La grasa colada de las otras nateras se consevaba blanca una vez solidificada y también se usaba para sazonar las patatas, pero ya no era lo mismo que la de los "chichos". Los huevos fritos con aquella grasa también estaban muy sabrosos, sabían a pueblo auténtico.
Las manzanas que se habían cocido en la manteca se rociaban de azúcar y se las dejaba enfríar un poco y... placer de dioses. Lo mismo con las cebollas. Las que sobraban, al día siguiente con la grasa solidificada, ya daba más respeto meterles mano.
El día de la derrita era un día especial, no tenía nada, pero aquella tarde era distinta a las demás y era una tarde al año y un año en aquellos tiempos de niñez era mucho tiempo.
Un abrazo.
Cuando las mantas de las mantecas estaban secas y con la textura deseada se pasaba al día de la derrita. Eran días que yo recuerdo húmedos y fríos. Aquel día había que picar mucha leña para que el fuego no bajase su intensidad y diese las calorías suficientes para que el bidón o caldero de cocer la comida de los gochos - patatas, berzas, remolachas y nabos - estuviese con su gorrr, gorr sin parar para que la derrita de las mantecas fuese la adecuada.
Cuando aquellas mantas estaban bien líquidas y los "chichos" lo suficientemente cocidos, entonces se añadían las manzanas y las cebollas en aquell caldo denso con aquel olor tan característico que a mi me producía un poco de repugnancia y ocupación de estómago sin haber comido nada y un leve dolor de cabeza que al ir al leñero a buscar más leña se me solía pasar al recibir en la cara el aire fresco de aquellas tardes frías de otoño.
La manteca líquida se colaba y se guardaba en unas nateras hasta el borde mismo. Aquel líquido amarillento, cuando se enfriaba, cuajaba y se convertía en grasa blanca para cocinar y alternar o mezclar con el aceite vegetal. Los trozos de tejido que iban quedando en el colador o bien se colocaban en un plato y se les añadía azúcar y se daba cuenta de ellos o se guardaban en una natera mezclados con la manteca líquida. Estos "chichos", mientras duraban se iban sacando a cucharadas para sazonar las patatas, chicho negro entre grasa blanca. El aspecto no era muy bueno para el que no supiese su procedencia, pero el gusto que daban a las patatas era riquísimo y único. La grasa colada de las otras nateras se consevaba blanca una vez solidificada y también se usaba para sazonar las patatas, pero ya no era lo mismo que la de los "chichos". Los huevos fritos con aquella grasa también estaban muy sabrosos, sabían a pueblo auténtico.
Las manzanas que se habían cocido en la manteca se rociaban de azúcar y se las dejaba enfríar un poco y... placer de dioses. Lo mismo con las cebollas. Las que sobraban, al día siguiente con la grasa solidificada, ya daba más respeto meterles mano.
El día de la derrita era un día especial, no tenía nada, pero aquella tarde era distinta a las demás y era una tarde al año y un año en aquellos tiempos de niñez era mucho tiempo.
Un abrazo.
¡Hola Peña! Muy bueno tu relato... pero yo echo en falta la explicación de que luego esos famosos "Chichos" también se comían con migas en una sartén algo más adelante ¿o no eran esos mismos? Creo que sí y.... también estaban para chuparse los dedossssssss. Saludinessssss omañesinessssss para tod@sss.
Hola Mariage,
Seguramente que tienes razón pero mi memoria es la que es y a quien da lo que tiene no se le puede pedir más. Y, por el momento, en lo relativo a las vivencias de Folloso no le puedo pedir más, me da lo que recuerda sin pestañear.
Otros "chichos", los mejores, eran anteriores a estos y con procedencia más noble, eran el resultado de mezclar, despúés de picada la carne magra del cerdo, el correspondiente tocino, los ajos, el orégano y el pimentón dulce y el picante en su proporción para no pasarse, pero que estuviesen un poquito alegres y la sal al gusto, en aquellas artesas de madera para dejarlos reposasr antes de embutirlos con la misma máquina de picar, una vez quitadas las cuchillas, en las tripas bien limpias y dadas vuelta para obtener los famosos y únicos chorizos curados en los varales de la cocina vieja con el fuego bajo al aroma de la leña de roble.
Antes de que tuviesen tiempo de suspirar los nobles "chichos" en el primer reposo ya estaban en la sartén envueltos con unos tropiezos de pan bien empapados y colorados es su sazón. Modernamente, creo que les llaman picadillo, nada que ver.
Un poco antes en el tiempo, después de que viniesen los resultados de la prueba que se había llevado a Riello al Veterinario, se troceaba el hígado, i en la sartén con tropezones de pan y un poco de pimentón se freían en la chapa; puesta la sartén encima de la mesa de la cocina y comidos a rancho no había nada en el mundo que se pudiese comparar a no ser que fuese con las peras de Conegunda de los Beltranes, que en otro orden de cosas también eran inconfesables los deleites que derramaban en la boca cuanto lanzabas el palo, acertabas y una pera absoluta llegaba a tus manos.
Otra "chicha", que no "chicho" y de sabores nunca logrados después, eran los primeros recortes de carne del cerdo, asados encima de las brasas de la cocina vieja con un poco de cernada. "Sopla" - te decían- " para que no te quemes y pa quitar la cernada".
Un abrazo.
Seguramente que tienes razón pero mi memoria es la que es y a quien da lo que tiene no se le puede pedir más. Y, por el momento, en lo relativo a las vivencias de Folloso no le puedo pedir más, me da lo que recuerda sin pestañear.
Otros "chichos", los mejores, eran anteriores a estos y con procedencia más noble, eran el resultado de mezclar, despúés de picada la carne magra del cerdo, el correspondiente tocino, los ajos, el orégano y el pimentón dulce y el picante en su proporción para no pasarse, pero que estuviesen un poquito alegres y la sal al gusto, en aquellas artesas de madera para dejarlos reposasr antes de embutirlos con la misma máquina de picar, una vez quitadas las cuchillas, en las tripas bien limpias y dadas vuelta para obtener los famosos y únicos chorizos curados en los varales de la cocina vieja con el fuego bajo al aroma de la leña de roble.
Antes de que tuviesen tiempo de suspirar los nobles "chichos" en el primer reposo ya estaban en la sartén envueltos con unos tropiezos de pan bien empapados y colorados es su sazón. Modernamente, creo que les llaman picadillo, nada que ver.
Un poco antes en el tiempo, después de que viniesen los resultados de la prueba que se había llevado a Riello al Veterinario, se troceaba el hígado, i en la sartén con tropezones de pan y un poco de pimentón se freían en la chapa; puesta la sartén encima de la mesa de la cocina y comidos a rancho no había nada en el mundo que se pudiese comparar a no ser que fuese con las peras de Conegunda de los Beltranes, que en otro orden de cosas también eran inconfesables los deleites que derramaban en la boca cuanto lanzabas el palo, acertabas y una pera absoluta llegaba a tus manos.
Otra "chicha", que no "chicho" y de sabores nunca logrados después, eran los primeros recortes de carne del cerdo, asados encima de las brasas de la cocina vieja con un poco de cernada. "Sopla" - te decían- " para que no te quemes y pa quitar la cernada".
Un abrazo.