El pan nuestro de cada día costaba un trinfo, mucho trabajo, desasosiego, muchos rezos y alguna que otra rogativa hasta ponerlo en la era.
Era por las proximidades de Santiago cuando papá iba al Castillo a por la cuadrilla de bercianos- decíamos nosotros- aunque los había de la Cepeda, de la Maragatería, de la Cabrera y gallegos de Monforte y del Barco Valdeorras. Eran "sintierra" que buscaban un jornal allí donde lo hubiera. Cuando papá volvía yo le preguntaba que cuántos y cuantos más me decía, más contento me sentía. Algunas veces venía sin ellos, seguramente la siega se había retrasado en los lugares de menor altitud.
El pellejo del vino ya estaba en el cuartobajo, la borrega "forra" llevaba dos días en la corte sin comer y aquel mismo día se desangraba y se troceaba para dar de comer a la cuadrilla en los días de siega. Aquellos días eran diferentes, había gente nueva, aunque algunos segadores repetían año tras año. Me acuerdo de Pepe y su cuadrilla que veían de Cabanillas. Segaban enjuto y bajo y se podía sacar buen cuelmo para techar. Se oían risas, había algunas mujeres y al sol puesto, entre dos y una, se oían cánticos por la Espina, por el Pajarón, por la Collada. Dormían en el pajar y mi padre siempre les repetía, "no fuméis en el pajar, no tengamos una desgracia".
Con los "hocines" "aguzaos", con dediles o sin ellos, con llave o sin ella, las gavillas iban formando una tendalera sobre las recien nacidas rastrojeras. Segar no era fácil, había que coordinar las dos manos, en una el hocín te daba la medida de la manada con la otra había que empuñar y con el hocín, por fin, cortar sin arrancar, podías hacer llave, atando con unas pocas pajas la manada sobre el pulgar y seguir para casi de una manada una gavilla formar. El sol a plomo, los riñones sin poder enderezar, el día no se hacía corto aunque allí fuese con pan. Después de acabar de segar la tierra había que atar la gavillas para formar los manojos y después acarrear. Para atar se sacaban un puñado de pajas con sus espigas, la "grañuela", se colocaba entre el pulgar y el índice como un ramos de espigas y la cola de paja debajo del brazo. Se recogían unas cuantas gavillas y con la grañuela se ataban como colocándoles una cincha. El manojo tenía que quedar bien seguro y con buena cintura, tenía que ser acarreado y con él construír la "fejina" para evitar la humedad y el agua.
Los manojos se apilaban por grupos formando una hilera para después, acabada la siega, venir con el carro y llevarlos a la era. La era previamente había sido segada y barrida para plantar las fejinas, construcciones cónicas hechas con los manojos. Se empezaba por un manojo en pie y los otros alrededor formando un círculo, cuando teía sufiente amplitud, se empezaba a subir por hileras, casi clavando el manojo sobre la grañuela del inferior, se iba subiendo y decreciendo hasta la cúspide que se cerraba con tres manojos con las únicas espigas al exterior. En mi casa se haían dos y una pina, que eran los manojos que sobraban y se colocaban entre las dos fejinas como haciendo una pared.
Que el pan estuviera en la era había llevado mucha faena, una ralba, una bina, abonar, esparcir, sembrar, "plantar las pajas", hacer unos cuantos "mañizos" para que comiera la pareja, domar alguna magüeta para arar, llevar unas cuantas marmitas para alimentar al que araba y esperar. Esperar a que la naturaleza obrase todo el proceso: germinar, encañar, espigar, que no creciese el "coscojo", que en mayo viniera el agua y todo aquel verde mar de olas inquietas se convirtiera en el pan dorado listo para segar. En aquel pan que después de llevado al molino y separado del "salvao", sirviera para que mamá, con aquella harina, sal, agua y el "urmiento" que había guardado de la anterior amasada nos hiciera las hogazas, la torta, la "pica" dulce o salada y para mi la rosca. Que sirviera para pienso para que el caballo anduviese más ligero. Que sirviera para hacer una empajada para la vaca recien parida. Que sirviera para que el toro estuviese gordo para Santa Marina. Que sirviera para el "batudo" del perro de la becera. Que sirviera de "pico pico" de las gallinas. Que sirviera de complemento de las caballunas. Que sirviera para vender unos "cuartales" a los "somedanos" que llevaban el alimento para Somiedo. Que sirviera de pan nuestro de cada día.
Un abrazo.
Era por las proximidades de Santiago cuando papá iba al Castillo a por la cuadrilla de bercianos- decíamos nosotros- aunque los había de la Cepeda, de la Maragatería, de la Cabrera y gallegos de Monforte y del Barco Valdeorras. Eran "sintierra" que buscaban un jornal allí donde lo hubiera. Cuando papá volvía yo le preguntaba que cuántos y cuantos más me decía, más contento me sentía. Algunas veces venía sin ellos, seguramente la siega se había retrasado en los lugares de menor altitud.
El pellejo del vino ya estaba en el cuartobajo, la borrega "forra" llevaba dos días en la corte sin comer y aquel mismo día se desangraba y se troceaba para dar de comer a la cuadrilla en los días de siega. Aquellos días eran diferentes, había gente nueva, aunque algunos segadores repetían año tras año. Me acuerdo de Pepe y su cuadrilla que veían de Cabanillas. Segaban enjuto y bajo y se podía sacar buen cuelmo para techar. Se oían risas, había algunas mujeres y al sol puesto, entre dos y una, se oían cánticos por la Espina, por el Pajarón, por la Collada. Dormían en el pajar y mi padre siempre les repetía, "no fuméis en el pajar, no tengamos una desgracia".
Con los "hocines" "aguzaos", con dediles o sin ellos, con llave o sin ella, las gavillas iban formando una tendalera sobre las recien nacidas rastrojeras. Segar no era fácil, había que coordinar las dos manos, en una el hocín te daba la medida de la manada con la otra había que empuñar y con el hocín, por fin, cortar sin arrancar, podías hacer llave, atando con unas pocas pajas la manada sobre el pulgar y seguir para casi de una manada una gavilla formar. El sol a plomo, los riñones sin poder enderezar, el día no se hacía corto aunque allí fuese con pan. Después de acabar de segar la tierra había que atar la gavillas para formar los manojos y después acarrear. Para atar se sacaban un puñado de pajas con sus espigas, la "grañuela", se colocaba entre el pulgar y el índice como un ramos de espigas y la cola de paja debajo del brazo. Se recogían unas cuantas gavillas y con la grañuela se ataban como colocándoles una cincha. El manojo tenía que quedar bien seguro y con buena cintura, tenía que ser acarreado y con él construír la "fejina" para evitar la humedad y el agua.
Los manojos se apilaban por grupos formando una hilera para después, acabada la siega, venir con el carro y llevarlos a la era. La era previamente había sido segada y barrida para plantar las fejinas, construcciones cónicas hechas con los manojos. Se empezaba por un manojo en pie y los otros alrededor formando un círculo, cuando teía sufiente amplitud, se empezaba a subir por hileras, casi clavando el manojo sobre la grañuela del inferior, se iba subiendo y decreciendo hasta la cúspide que se cerraba con tres manojos con las únicas espigas al exterior. En mi casa se haían dos y una pina, que eran los manojos que sobraban y se colocaban entre las dos fejinas como haciendo una pared.
Que el pan estuviera en la era había llevado mucha faena, una ralba, una bina, abonar, esparcir, sembrar, "plantar las pajas", hacer unos cuantos "mañizos" para que comiera la pareja, domar alguna magüeta para arar, llevar unas cuantas marmitas para alimentar al que araba y esperar. Esperar a que la naturaleza obrase todo el proceso: germinar, encañar, espigar, que no creciese el "coscojo", que en mayo viniera el agua y todo aquel verde mar de olas inquietas se convirtiera en el pan dorado listo para segar. En aquel pan que después de llevado al molino y separado del "salvao", sirviera para que mamá, con aquella harina, sal, agua y el "urmiento" que había guardado de la anterior amasada nos hiciera las hogazas, la torta, la "pica" dulce o salada y para mi la rosca. Que sirviera para pienso para que el caballo anduviese más ligero. Que sirviera para hacer una empajada para la vaca recien parida. Que sirviera para que el toro estuviese gordo para Santa Marina. Que sirviera para el "batudo" del perro de la becera. Que sirviera de "pico pico" de las gallinas. Que sirviera de complemento de las caballunas. Que sirviera para vender unos "cuartales" a los "somedanos" que llevaban el alimento para Somiedo. Que sirviera de pan nuestro de cada día.
Un abrazo.
No falta un detalle. Yo recuerdo los bercianos en mi casa eran todos los años los mismos alguno cambiaba, pero se les cogia cariño. Eran alegres y sus cantos a pesar del trabajo duro alegraban el pueblo. Lo único que no me gustaba era la hora de la comida. Siempre me tocaba a mi llevársela. Dos marmitas rojas llenas de patatas, la carne de oveja el tocino. Todo cuesta arriba, con el sol....
Ahora cuéntanos las MAJAS, que también tiene su historia.
Un abrazo.
Ahora cuéntanos las MAJAS, que también tiene su historia.
Un abrazo.