El pan ya está en la era, ya hay cierta tranquilidad, pero ahora hay que ponerlo en la panera. Para ello hay que separar el grano de la paja o se trilla o se maja. Trillo solía haber en todas las casas, pero en nuestra tierra se utilizaba más la maja.
Primero fue la maja a palo. Para majar a palo se utilizaba el "piertio". Era una un instrumento sencillo y muy antiguo. Consistía en una "mañueca", palo de madera trabajada con el torno y comprado en Riello, era el mango de la herramienta y el "palo", más largo y casero. Los dos se unían con unas correas con giro en la mañueca y fija en el palo para ir cercenando el pan sobre el tambor de la era.
Para majar, primero se tendía. Se iban soltando los manojos y se extendían en la era a capas superpuestas, de tal manera que las espigas no quedasen nunca solapadas. Los majadores se colocaban, por parejas, unos al cuelmo, o paja y otros a la espiga. Iban golpeando a ritmo acompasado desde un extremo de la tendalera hasta el otro y vuelta a empezar. Era más cansado majar a la espiga. Después, recoger la paja y amontonar el grano. Una eternidad y un martirio para los riñones de los majadores. Yo sólo vi majar a "palo" el "seruendo" (variedad del centeno de ciclo más corto, que maduraba un poco más tarde). Se sembraba poco. Y trillar algo de cebada.
Después llegó la maja con Máquina. Aquello era otra cosa. En Folloso no había máquinas, pero en Rosales había dos y creo recordar que las dos máquinas de las "comunias" de Rosales venían a majar a Folloso. En el pueblo de la Ñ también había máquinas de majar. Las máquinas constaban de un motor y una desgranadora. El motor que más venía a Folloso, era el de Fortunato, tenía chimenea, un clderón de agua para refrigerar, dos ruedas laterales que daban vueltas a toda velocidad, una manivela para "arrancarlo" y el depósito de la gasolina. A los rapaces nos dejaban arrancarlo. Consistía en poner la manivela y dar vueltas a la rueda a toda velocidad. Como la correa estaba puesta había que mover el cilindro de la máquina y costaba muchísimo. Cuando oías el ¡chas, chas!, una satisfacción de autoestima recorría tu cuerpo. El otro motor, que también vino alguna vez, la refrigeración era por aire, era menos espectacular. El motor iba anclado en unos soportes fuertes de madera que había que sujetarlos en el suelo de la era con pinas de hierro y de madera. La desgranadora o máquina tenía una mesa donde se colocaban los manojos y por una gran boca iban entrando hacia un gran cilindro que rotaba a toda velocidad e iba cercenando las pajas y las espigas. Las pajas salían escupidas era alante, mientras los granos y las espigas por su peso y dimensión iban cayendo, a través de una rejilla, por un plano inclinado de latón hacia un espacio encajonado debajo de la desgranadora. Para que el cilindro pudiese rotar iba unido a una de las ruedas del motor por una pesada, ancha y dura correa que a los rapaces nos gustaba colocar.
Las majas eran tiempos de alegría, trabajo duro sí, pero con recompensa inmediata, el pan de cada día por medio del trabajo solidario en comunia. La prisa, era relativa, se empezaba a majar cuando tocaba. En Folloso se empezaba un año, por la primera era de arriba y otro por la primera era de abajo. Es posible que hubiera algún tiempo de dos comunias, pero yo hoy sólo recuerdo una, es decir todo el pueblo una comunia. Cada casa enviaba uno o dos majadores en función de los carros de manojos que cada uno recogía.
Los rapacines veíamos las majas como un acontecimiento muy especial. Aquella maquinaria rompía la quietud del pueblo. Aquel arranque de motor con sus ¡chas!, ¡Chas! ¡chas!, el bufido del cilindro... Eran sonidos distintos, que por ocho o diez días eran familiares y hasta el agosto siguiente no volvían. Aquel olor a gasolina. Nos mojábamos las manos y nos impregnábamos del olor que volvíamos a receencontrar al año siguiente. Aquel motor que en nuestra memoria nos serviría de modelo para forgar con la navaja en las cortezas de chopo. ¡Qué bien le salían al El Carballo! El vino dulce de la bota, los nisos, las picotas de Cándida en el pajar de cerca del famoso cerezal de Valeriano. El "empajar" y "rebrincar", todo estaba un poco permitido en las majas.
Había que dar dos viajes con el carro sin arropos y reforzar con tablones el piso para transportar el motor y la máquina hasta la era. Se "asentaban", bien equilibradas y se probaban y a la mañana siguiente, a la hora convenida con el ¡chas chas! empezaba la maja.
La gente se distribuía, unos a la paja y otros al grano. Era una verdadera fábrica en cadea. Uno se engargaba de sacar manojos de la fejina, cuando a mi me tocaba, mi ilusión era, sacar manojos de abajo y tumbarla; otro se encargaba de soltar la grañuela y extender el manojo encima de la mesa para que el maquinista, fuera "cebando" la paja para que no se atascara y hubiese ritmo de trabajo; delante de donde la máquina escupía la paja estaba el de la forca que iba repartiendo la paja para las que sacaban cuelmo o para las que empajaban a brazadas para llevarselas a los atadores de feijes que con las civillas extendidas en el suelo en un extremo y con el otro sujeto en una mano esperaban la brazada de una o varias braceadoras para, poniéndole una rodilla encima, y coger cada extremo de la civilla con una mano, apretar, cruzar, retorcer y pasar por debajo y feje que recibía el que los iba colocando en orden al lado del boquerón del pajar, si daba para la era, para ir colocándolos en las tenadas, y si el pajar estaba lejos colocados para después llevarlos al pajar con el carro. A veces se hacía noble competencia a ver quien ataba el feije más grande, se anudaban dos civillas y se hacía un feije enorme. Alguna vez para broma se ataba a algún rapacín que medio asfixiado reía al mismo tiempo que alguna lágrima disimulaba. Con más picardía también era atada alguna moza y la risa la era llenaba. Al grano estaba la persona que se encargaba con el rastro de dientes largos ir sacando de aquella madriguera de debajo de la máquina el grano y las espigas, el grano dirección al muelo que poco a poco se iba formando y las espigas en dirección al que se encargaba de hacer un atado con ellas para formar los "espigos", que como algún grano en ellas quedaba merienda para las vacas en tiempo de invierno servía. Seguramente era el trabajo más desagradecido de las majas, en nuestra maja, mi padre era el que lo solía hacer. Para atar aquellos espigos, tan en forma de cubo su maña había que tener. Después de que el del rastro extendiera el grano en la era venía la del baleo, hecho con ramas de abedul, a balear para separar las espigas del grano, dejar el grano casi limpio para que después de majar, sólo la "poisa" hubiese que quitar.
Se tomaban un poco las diez, un repiro, un gotín de vino y vuelta a empezar con el ¡chas! ¡chas!. Y así hasta que no quedase ni un manojo, una buena rima de cuelmo para techasr, los feijes de paja en la tenada, en el pajar y con los que no cabían a modo de fejina un "colmero", en la era, cerca del boqueron con ellos se hacía. Todo el grano en una montón ya teníamos el "muelo".
La espiga desprende bastante polvo que quedaba mezclado con el grano, le llamábamos "poisa". El muelo había que limpiarlo. Había dos sistemas: con la máquina limpiadora o a pala. La máquina limpiadora, no siempre estaba disponible y había que pagar un precio al dueño por el servicio. En mi casa si había aire se limpiaba a pala. No todo el aire era bueno, el que limpiaba bien era el que venía de Peña Valdevés. Mi hermano o mi padre con la pala del pan que era de madera, ligera con mango corto, un poco encorbado y de una sóla pieza, lanzaban la palada de pan al aire un poco alto, pero no todo junto, sino en cascada para que el aire pudiese penetrar entre los granos y llevarse la poisa a otro lado. El grano caía y se iba formando otro muelo y otra parte de la era quedaba teñida de un blanco amarillento con poisa de espigas.
El muelo ya estaba limpio en la era. Una tarde al oscurecer, para librarte de los rigores del sol y no privar a los que invitabas a que te ayudasen a meter el muelo, de sus qehaceres cotidianos, se empezaba el último sudor de frente con que se ganaba el pan nuestro de cada día. Se había sembrado a últimos de septimbre, primeros de octubre y ya estábamos en agosto con el frió en el rostro. En la era con el cuartal se iban llenando las "quilmas"con media "carga" o lo que es lo mismo, dos "fanegas". Los porteadores, retorcían la boca de la quilma y la agarraban con una mano, otro, cogía la quilma por los "cornijales" y para encima del hombro de cargador que cruzaba la era, atravesaba el corral, entraba en el portal, entraba en el cuarto bajo y al final a la derecha por la boca de la panera dejaba suelta la boca de la quilma y el grano caía en la panera. Al final se contaban las cargas que se habían recogido, se comentaba, mejor o peor que el año pasado... y se runía la familia con los invitados porteadores para la cena. En quella cena, era de las pocas veces que se utilizaba el comedor y de primer plato no había las socorridas y hoy añoradas patatas.
Un abrazo.
Primero fue la maja a palo. Para majar a palo se utilizaba el "piertio". Era una un instrumento sencillo y muy antiguo. Consistía en una "mañueca", palo de madera trabajada con el torno y comprado en Riello, era el mango de la herramienta y el "palo", más largo y casero. Los dos se unían con unas correas con giro en la mañueca y fija en el palo para ir cercenando el pan sobre el tambor de la era.
Para majar, primero se tendía. Se iban soltando los manojos y se extendían en la era a capas superpuestas, de tal manera que las espigas no quedasen nunca solapadas. Los majadores se colocaban, por parejas, unos al cuelmo, o paja y otros a la espiga. Iban golpeando a ritmo acompasado desde un extremo de la tendalera hasta el otro y vuelta a empezar. Era más cansado majar a la espiga. Después, recoger la paja y amontonar el grano. Una eternidad y un martirio para los riñones de los majadores. Yo sólo vi majar a "palo" el "seruendo" (variedad del centeno de ciclo más corto, que maduraba un poco más tarde). Se sembraba poco. Y trillar algo de cebada.
Después llegó la maja con Máquina. Aquello era otra cosa. En Folloso no había máquinas, pero en Rosales había dos y creo recordar que las dos máquinas de las "comunias" de Rosales venían a majar a Folloso. En el pueblo de la Ñ también había máquinas de majar. Las máquinas constaban de un motor y una desgranadora. El motor que más venía a Folloso, era el de Fortunato, tenía chimenea, un clderón de agua para refrigerar, dos ruedas laterales que daban vueltas a toda velocidad, una manivela para "arrancarlo" y el depósito de la gasolina. A los rapaces nos dejaban arrancarlo. Consistía en poner la manivela y dar vueltas a la rueda a toda velocidad. Como la correa estaba puesta había que mover el cilindro de la máquina y costaba muchísimo. Cuando oías el ¡chas, chas!, una satisfacción de autoestima recorría tu cuerpo. El otro motor, que también vino alguna vez, la refrigeración era por aire, era menos espectacular. El motor iba anclado en unos soportes fuertes de madera que había que sujetarlos en el suelo de la era con pinas de hierro y de madera. La desgranadora o máquina tenía una mesa donde se colocaban los manojos y por una gran boca iban entrando hacia un gran cilindro que rotaba a toda velocidad e iba cercenando las pajas y las espigas. Las pajas salían escupidas era alante, mientras los granos y las espigas por su peso y dimensión iban cayendo, a través de una rejilla, por un plano inclinado de latón hacia un espacio encajonado debajo de la desgranadora. Para que el cilindro pudiese rotar iba unido a una de las ruedas del motor por una pesada, ancha y dura correa que a los rapaces nos gustaba colocar.
Las majas eran tiempos de alegría, trabajo duro sí, pero con recompensa inmediata, el pan de cada día por medio del trabajo solidario en comunia. La prisa, era relativa, se empezaba a majar cuando tocaba. En Folloso se empezaba un año, por la primera era de arriba y otro por la primera era de abajo. Es posible que hubiera algún tiempo de dos comunias, pero yo hoy sólo recuerdo una, es decir todo el pueblo una comunia. Cada casa enviaba uno o dos majadores en función de los carros de manojos que cada uno recogía.
Los rapacines veíamos las majas como un acontecimiento muy especial. Aquella maquinaria rompía la quietud del pueblo. Aquel arranque de motor con sus ¡chas!, ¡Chas! ¡chas!, el bufido del cilindro... Eran sonidos distintos, que por ocho o diez días eran familiares y hasta el agosto siguiente no volvían. Aquel olor a gasolina. Nos mojábamos las manos y nos impregnábamos del olor que volvíamos a receencontrar al año siguiente. Aquel motor que en nuestra memoria nos serviría de modelo para forgar con la navaja en las cortezas de chopo. ¡Qué bien le salían al El Carballo! El vino dulce de la bota, los nisos, las picotas de Cándida en el pajar de cerca del famoso cerezal de Valeriano. El "empajar" y "rebrincar", todo estaba un poco permitido en las majas.
Había que dar dos viajes con el carro sin arropos y reforzar con tablones el piso para transportar el motor y la máquina hasta la era. Se "asentaban", bien equilibradas y se probaban y a la mañana siguiente, a la hora convenida con el ¡chas chas! empezaba la maja.
La gente se distribuía, unos a la paja y otros al grano. Era una verdadera fábrica en cadea. Uno se engargaba de sacar manojos de la fejina, cuando a mi me tocaba, mi ilusión era, sacar manojos de abajo y tumbarla; otro se encargaba de soltar la grañuela y extender el manojo encima de la mesa para que el maquinista, fuera "cebando" la paja para que no se atascara y hubiese ritmo de trabajo; delante de donde la máquina escupía la paja estaba el de la forca que iba repartiendo la paja para las que sacaban cuelmo o para las que empajaban a brazadas para llevarselas a los atadores de feijes que con las civillas extendidas en el suelo en un extremo y con el otro sujeto en una mano esperaban la brazada de una o varias braceadoras para, poniéndole una rodilla encima, y coger cada extremo de la civilla con una mano, apretar, cruzar, retorcer y pasar por debajo y feje que recibía el que los iba colocando en orden al lado del boquerón del pajar, si daba para la era, para ir colocándolos en las tenadas, y si el pajar estaba lejos colocados para después llevarlos al pajar con el carro. A veces se hacía noble competencia a ver quien ataba el feije más grande, se anudaban dos civillas y se hacía un feije enorme. Alguna vez para broma se ataba a algún rapacín que medio asfixiado reía al mismo tiempo que alguna lágrima disimulaba. Con más picardía también era atada alguna moza y la risa la era llenaba. Al grano estaba la persona que se encargaba con el rastro de dientes largos ir sacando de aquella madriguera de debajo de la máquina el grano y las espigas, el grano dirección al muelo que poco a poco se iba formando y las espigas en dirección al que se encargaba de hacer un atado con ellas para formar los "espigos", que como algún grano en ellas quedaba merienda para las vacas en tiempo de invierno servía. Seguramente era el trabajo más desagradecido de las majas, en nuestra maja, mi padre era el que lo solía hacer. Para atar aquellos espigos, tan en forma de cubo su maña había que tener. Después de que el del rastro extendiera el grano en la era venía la del baleo, hecho con ramas de abedul, a balear para separar las espigas del grano, dejar el grano casi limpio para que después de majar, sólo la "poisa" hubiese que quitar.
Se tomaban un poco las diez, un repiro, un gotín de vino y vuelta a empezar con el ¡chas! ¡chas!. Y así hasta que no quedase ni un manojo, una buena rima de cuelmo para techasr, los feijes de paja en la tenada, en el pajar y con los que no cabían a modo de fejina un "colmero", en la era, cerca del boqueron con ellos se hacía. Todo el grano en una montón ya teníamos el "muelo".
La espiga desprende bastante polvo que quedaba mezclado con el grano, le llamábamos "poisa". El muelo había que limpiarlo. Había dos sistemas: con la máquina limpiadora o a pala. La máquina limpiadora, no siempre estaba disponible y había que pagar un precio al dueño por el servicio. En mi casa si había aire se limpiaba a pala. No todo el aire era bueno, el que limpiaba bien era el que venía de Peña Valdevés. Mi hermano o mi padre con la pala del pan que era de madera, ligera con mango corto, un poco encorbado y de una sóla pieza, lanzaban la palada de pan al aire un poco alto, pero no todo junto, sino en cascada para que el aire pudiese penetrar entre los granos y llevarse la poisa a otro lado. El grano caía y se iba formando otro muelo y otra parte de la era quedaba teñida de un blanco amarillento con poisa de espigas.
El muelo ya estaba limpio en la era. Una tarde al oscurecer, para librarte de los rigores del sol y no privar a los que invitabas a que te ayudasen a meter el muelo, de sus qehaceres cotidianos, se empezaba el último sudor de frente con que se ganaba el pan nuestro de cada día. Se había sembrado a últimos de septimbre, primeros de octubre y ya estábamos en agosto con el frió en el rostro. En la era con el cuartal se iban llenando las "quilmas"con media "carga" o lo que es lo mismo, dos "fanegas". Los porteadores, retorcían la boca de la quilma y la agarraban con una mano, otro, cogía la quilma por los "cornijales" y para encima del hombro de cargador que cruzaba la era, atravesaba el corral, entraba en el portal, entraba en el cuarto bajo y al final a la derecha por la boca de la panera dejaba suelta la boca de la quilma y el grano caía en la panera. Al final se contaban las cargas que se habían recogido, se comentaba, mejor o peor que el año pasado... y se runía la familia con los invitados porteadores para la cena. En quella cena, era de las pocas veces que se utilizaba el comedor y de primer plato no había las socorridas y hoy añoradas patatas.
Un abrazo.
No me lo puedo creer, Peña, me dejas boquiabierta.
Cómo puede ser que te acuerdes de tantas y tantas cosas y las sepas relatar tan bien que a veces parecen poesía.... ¡increible!
Muchas gracias por tus relatos, son dignos de mención... De nuevo gracias...
Yo sólo recuerdo las majas con la máquina de Enrique de Castro ¿alguien nos las puede contar?
Cómo puede ser que te acuerdes de tantas y tantas cosas y las sepas relatar tan bien que a veces parecen poesía.... ¡increible!
Muchas gracias por tus relatos, son dignos de mención... De nuevo gracias...
Yo sólo recuerdo las majas con la máquina de Enrique de Castro ¿alguien nos las puede contar?