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FOLLOSO: Una vez atrevesada la puerta de la cuadra que tenía...

Una vez atrevesada la puerta de la cuadra que tenía forma de rectángulo, en el lado corto de la derecha estaban los pesebres de las reses nobles de la casa. En primer lugar estaba el rey del transporte, nuestro caballo alazán-árabe, dejado un poco verde por el capador de Lago, no sé si a cuchilla o a vuelta, para que tuviese un poco de valor añadido en la marcha, bien fuese trote corto o largo, galope o paso de andadura. A continuación estaba la Silga que en omañés quiere decir pinta, y algunas pintas blancas tenía en la falda, pero nada que ver con las holandesas de pedigrí. Era la vaca con mayor coeficiente de productividad en lo relativo a la conversión de litros de leche en kilos de manteca. Por otra parte no dejaba año que no saliese "tora" y quedase preñada y normalmente alumbraba una hembra que era el sexo más codiciado. Sin lugar a dudas era la vaca más inteligente que había en el establo, aunque ello me diera dolores de cabeza y me hiciese andar unos cuantos kilómetros extras. Algunas veces que iba con las vacas para Valdefernando, sobre todo, después de la quema, las metía por el teso de Peña Picuda, bajaban hasta la rodera de la devesa y subían por la Vallina de Valdefernando o por el teso del Cerezal y desde Peña Picuda, controlaba las vacas que contaba de tanto en tanto y al mismo tiempo los coches que pasaban por Gisatecha o los rebaños de merinas y su polvareda por el Cordel que hacían la trashumancia. Muchas veces al contar las vacas faltaba la Silga. No había tardado nada en recorrer unos cuantos kilómetros y tenía que ir a buscarla a los rozos de las Raposeras. Se había picado a la rica espiga de pan y allí estaba ella hacendosa, sigilosa y "llambriona". Hasta que el rapacín aprendió y ya se fue directamente por arriba hasta los Rozos. La distancia que yo tenía que recorrer era mucho más corta, pero no tuve que esperarla mucho tiempo. Enseguida llegó. La sorpresa que se llevó fue mayúscula, como si hubiese visto una aparición. Pensé en le traidora y dejé que comiese unas pocas espigas, no muchas y despues probó un poco de palo, maldiciones, gritos, reniegos y algún "lampriazo" y a buen paso la conduje hasta sus compañeras. Nunca más se volvió a escapar. En ese mismo costado de la cuadra, en el rincón estaba la Serrana, la más lechera y la más fuerte para el carro y el arado, junto a ella la Romera, buena lechera también y buena paridora y entre la Romera y la Silga estaba la vaca Gallarda. Era huesuda de carcasa grande, no de mucha ubre, con cornamenta no muy desarrollada, de color gris ratina sin serlo y un poco "vilona". No tenía muchas cualidades, pero moraba en lugar destacado de la cuadra.

Muchos de los praos de mi casa estaban lejos y en lugares a los que se accedía por caminos con bastante desnivel. Sobre todo, cuando iba con las vacas para el Río, o para el Jardín o para Villamil. A la vuelta había que subir cuestas muy largas y con un desnivel de mucho %. Empecé en esas faenas con muy tierna edad y siempre he buscado el mínimo esfuerzo. De caballo no siempre disponía y cuando tenía, a veces se me escapaba y tenía que caminar y encima cabreado, así que, aunque estaba muy mal visto porque las vacas eran un tótem, yo empecé a ingeniarmelas para, a falta de caballo, buenas son vacas. La dificultad estba en montar, de equilibrio andaba bien, pero para montar no había otra manera que hacerlo desde encima de una pared o desde encima de una peña. Los intentos fueron varios. Los fracasos muchos. Unas veces me caía, otras no llegaba y otras quedaba tumbado encima del lomo de la vaca, perpendicular a los cuernos, ella corría porque no aceptaba la carga y el rapacín a volar o a apearse en marcha y com atrrizaje imprevisto.

Fruto de la casualidad o de verlo cuando domaban alguna magüeta, si rascas en la parte trasera de la vaca entre la "nación" y la ubre, le gusta, se relaja y suelen detener la marcha. Unas más que otras.

La vaca Gallarda, cuando la rascaba, paraba en seco y así empecé a tener transporte para subir aquellas empinadas cuestas desde el río hasta la Escuentra o Encuentra. Allí había que dejar el taxi porque ese lugar ya se veía desde Folloso y eso de montarse en un animal casi sagrado sería visto casi como cosa del demonio. Cuando había una pared o peña apropiada para desde ella subir encima, llí rascaba con todo el mimo. Gallarde paraba y el rapacín de Folloso desde la pared o la peña, para encima de la noble Gallarda que por unas caricias me ofrecía montura. Y, suave, suave, íbamos dejabdo atrás el Puente, La Peñona, la rodera del camino Nuevo. Un día subiendo del Río de Arriba en mi montura, al llegar a la encrucijada de camino Nuevo o atajos rectos para llegar a la Escuentra, había varios senderos hechos por el ganado menudo en una zona de urces, nosotros como siempre por los atajos. El viaje estaba llegando a su fin, cuando, de repente, a la noble Gallarda se le ocurrió darle un "emburrión"- embestida- a otra compañera. El ritmo se aceleró y este rpacín voló y un aguzo de urz se me clavó en la pantorrilla derecha y todavía hoy es visible la cicatriz del tamaño de una almendra como si se tratase de la marca de un hierro, sólo falta la letra. Alguna vez he contado, porque me preguntaron, que fue como consecuencia de montar encima de una vaca para hacer más llevaderas unas cuestas en un pueblo que no salía en el mapa. Me decían que tenía una imaginación muy calenturienta. Muchas veces dices la verdad y nadie te cree.

Un abrazo.