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FOLLOSO: Hace unos días hablando de las sabrosas, socorridas...

Hace unos días hablando de las sabrosas, socorridas e inestimables patatas en la alimentación cotidiana en nuestra tierra, ya fuesen fritas, en cachelos, cocidas sin nada, sazonadas, con chichos, con aceite, con grasa, con manteca, acompañando los fréjoles, y las berzas o en la tortilla, con costilla o con liebre, enteras o machacadas, me hacía la pregunta retórica de qué harían nuestros ancestros, antes del descubrimiento, sin ellas.

En estos días mirando y remirando las fotografías que amablemente me ha enviado Jackeline, inevitablemente entré en la cocina y reviví algún almuerzo de aquellos días lejanos de invierno. Veo a mamá removiendo con la "cacilla" la harina fosca mezclada con agua y un pellizco de sal en aquella pota sobre la chapa que cuando tenía la textura que ella creía conveniente, plantaba en la mesa con aquel hule "jean" de cuadros blancos y azules.

Sin esforzarme mucho veo a mi padre explicandome historias de la raposa y la cigueña en sus visitas y convites, mostrando su sagacidad para quedar bien y al mismo tiempo gastar poco. Más tarde descubrí que esas historias de animales se llamaban fábulas y que tenían sus enseñanzas o moralejas.

La historia siempre comenzaba que una vez la raposa había convidado a su casa a la cigüeña a almorzar y le había servido papas en un plato pando. La raposa pasaba su lengua por el plato planito e iba lamiendo con suavidad las papas. Si estaban calientes añadía la leche fria y seguia lamiendo con cadencia y suavidad y el plato pando iba quedando limpio de papas. Relamía sus bigotes y la satisfacción se dibujaba en su expesión risueña, al mismo tiempo que unas gotitas de picardía se adivinaban en sus vivarachos ojos negros. La pobre cigüeña muy educadamente, después de multitud de ensayos, su largo pico golpeaba el fondo del plato pando y ya abría y cerraba el pico, pero, ni una nana muestra de papa era capaz de llevarse a su empedrada molleja. Educadamente, agradecía el convite y alababa el gusto y el esmero conque habían sido guisadas las papas.

Mi padre removía las suyas en su plato para que el calor se evaporase, añadía un poco de leche, comía dos o tre cucharadas y me volvía a mirar y veía mi cara enbelesada esperando, no sé si la venganza de la cigüeña, o que me dijera, "venga almuerza". Cargado de paciencia, empezaba la vuelta, cuando la cigüeña convidaba a almorzar a su casa a la ladina raposa. Al entrar en la estancia, la raposa vió dos barriles de barro sobre la mesa, uno negro y otro blanco, dos barriles zamoranos para consevar la frescura del agua durante los rigores del verano. ¡"Qué raro, agua por la mañana!"- pensó la precabida raposa. Sin darle tiempo a más pensamientos, la cigüeña se adueñó del botijo blanco e introduciendo su largo pico por el pitorro gordo del botijo, lo sacaba bien lleno de papas y mirando al techo hacía que se dslizaran gañote abajo hacia sus adentros. Repetida la acción unas cuantas veces, mostró impúdicamente su satisfacción. La raposa, mientras tanto, lamió los pitorros del botijo negro y el ayuno más devoto, sin quererlo guardó.
Sonó la voz de la preocupada madre, ¡"venga, que se enfrían y las papas frías no valen nada"!.
Un abrazo.

P. D. Las papas pudieron ser las antecesoras de las socorridas patatas.