Ofertas de luz y gas

FOLLOSO: En Folloso siempre hubo árboles frutales y otros que...

En Folloso siempre hubo árboles frutales y otros que sus moradores o los frailes del conventro trajeron para aprovechar su madera. Eran bastante comunes en las lindes de los prados los chopos con sus hojas acorazonadas que siempre llevaban prendido el aire con inconfundible sonoridad. Se mostraban vigilantes y orgullosos por la Vega y por el Río. En los ribazos de separación de huertas y linares (antiguas huertas en que se sembraba lino) hacían su presencia los negrillos (olmos), apreciados por su recia madera. Algún prao lleno de álamos que los portugueses con sus tronzadoras convirtieron en castillos de traviesas. En los montes de Oceo crecía agún fresno con buena madera para mangos de herramientas y buenas madreñas y libremente lo hacían los avellanos, algúnos abedules y algún que otro capudo. Pero, el árbol por antonomasia, el oriundo, el de siempre, el primigenio, era el roble. No es que fuera una gran cosa, total la hoja estaba toda dentada, todos los otoños marilleaba y en los inviernos se volvía marrón y costaba que su caída fuese definitiva y dejase al descubierto aquel color oscuro brillante de sus ramas; sus frutos, la bellotas no las comíamos, pero, su leña abastecía cada año los leñeros, hecha astillas o tronzada con su justa mededida alimentaba la diaria lumbre y en otoño ahumaba e impregnaba con sus taninos la sabrosa y necesaria matanza.
Los robles centenarios les llamábamos rebollos y eran buen cobijo en las tormentas y la sombra necesaria para comer la merienda.
En primavera cuando salía la hoja los tonos del verde eran muy abundantes según la clase del roble y tambien, dependiendo de la edad, los matices rompían la pretendida uniformidad.
Si hablábamos del monte nos referíamos al roble; si de la salida de la hoja, al roble; si de la caída de la hoja, al roble; si de la debesa, ni que decir tiene que nos referíamos a un robledal.
Al igual que otros árboles para librarse de ser parasitados, cuando un mosquito hace su puesta de huevos en sus hojas, el roble, nuestro representante más genuino, los enquista y fabrica unas protuberancias esféricas que según fuesen excretadas por un árbol viejo o uno más joven o que se defendiese de mosquitos diferentes, les dábamos el nombre de "bailarones" y "bailarinas".
Los bailarones, eran más grandes, con una esfericidad menos perfecta, pero para suplirla desarrollaban unos picos en su superficie que a mi se me parecían a los picos del bonete de los curas y le daban una forma irregular sugerente. Su color era negruzco, un poco avinatado y en su interior había una especie de serrín fino marrón formando una masa de poca consistencia.
Las bailarinas eran más pequeñas de tamaño, de un color marrón muy claro, blanquecino, pero de una redondez casi perfecta.

Tanto unos como otras eran objeto de recojida. Los atropaba con mimo y, bien, en la boina o en un pañuelo anudado, guardaba mi pequeño tesoro que después con mi "cheira" (navaja) cortaba un palito, preferentemente de urz porque era más duro, le daba forma de lápiz ya gastado y con mucho tiento, después de hacer un pequeño hoyo con la punta de la navaja, iba introduciendo el pequeño palo con forma de lápiz hasta que salía por el otro extremo. Era importante hacerlo con mucho tiento para que pasase por el centro esférico para obtener equilibrio y que no cogiese olgura. Lo mismo se hacía con las esferas más pequeñas. De esa manera y gracias a las defensas que había desarrollado del roble, los rapaces teníamos pequeñas peonzas manuales que danzaban sin música, pero siguiedo el compás rotatorio que la fuerza del dedo índice y el anular daban al palillo que pacientemente habíamos colocado en el cuerpo redondo de los bailarones y de las menudas bailarinas. Danzaban y danzaban en la mesa, en el alféizar de la ventana, en las piedras de la escalera o en el suelo de la cocina. Bailaban para la derecha a toda velocidad y para la izquierda para decir que paraban ya. Agotados e inmóviles se ofrecían a repetir con gran generosidad. Sólo les hacían copetencia las bailarinas que hacíamos con los circulos de los extremos de los carretes de hilo de la máquina de coser.
Creo que de esos bailes de bailarones y bailarinas me viene el gusto por el ballet. Me gusta el conjunto armonioso de movimientos de toda danza en general. Me gusta seguir una bailarina en particular todo el movimeinto y luego otra y luego el conjunto y vuelta a empezar y transportarme a mis robles en busca de los "bailarones y las bailarinas" del viejo robledal.
Un abrazo