Al igual que más tarde fui conocedor de mi poca destreza para el dibujo, a edad temprana descubrí mis pocas dotes para la música escuchando las carcajadas de mis hermanos y la afición que cogieron a incitarme a cantar para reír hasta llorar. En la misa de los domingos, en el coro, manejando un misal muy grande con pentagramos, claves muy decorativas y alguna ilustración, Melchor cantaba el Kirie y el Gloria con un gran chorro de voz. Como todo niño, yo también cantaba imitando la liturgia de la Misa. En la iglesia para los adentros y en casa exteriorizando con voz, gallos y gallinas. Cuando mis hermanos me oyeron, encontraron una mina de diversión. Por aquel entonces se oían: "Doce cascabeles" y la " Piconera" y me las hacían cantar y descubrieron el mejor y más barato teatrillo de variedades, con las entonaciones personalísimas, originales y nunca dos parecidas, interpretadas por aquel rapacín que inocente también reía.
En los finales de los sesenta vivía en Palencia en casa de la patrona, Sra Quela, "La Fia". No era la casa de la Troya, pero era una escuela de la vida. Vivían una serie de personajes, de distintas procedencias geográficas y con profesiones muy diferentes que configuraban un grupo humano muy interesante. Por aquellos entonces se estaba haciendo en España la Concentración Parcelaria y eso atrajo a aquella pequeña ciudad famosa por las mantas y por "El Manazas"- Santo Cristo que desde un otero preside y bendice la ciudad, obra del esultor Victorio Macho-, a unos cuantos ingenieros y peritos agrícolas. Había un ingeniero de Badajoz, dos peritos sevillanos, otro perito de Burgos, Un veterinario, mi hermano, un óptico de Madrid, un fabricante de arados de la provincia, un teniente de la guardia civil de tráfico de academia, uno de Baena que trabajaba en el Registro de la Propiedad, mi amigo Alejandro y un servidor que como siempre era el benjamín de la familia. A comer y cenar también bajaban un padre y sus dos hijos que hacía poco había enviudado. En aquellla mesa del comedor se expresaron veleidades, hazañas, mentiras, verdades, sesudos discursos, consejos, tópicos y frases de los moradores y chismes, bulos, dimes y diretes del cuerpo social de aquella bella y desconocida ciudad castellana.
El teniente de la guardia civil, muy amigo de mi hermano, era un personaje, abiero, afable. Con inquietudes, estudiaba Políticas y aspiraba a ser general. Su anterior destina había sido Melilla. Su peugeot granate lo delataba con las letras ML. Era muy hablador y con espíritu competitivo. Lo recuerdo en la mesa, con un huevo frito columpiandose en su tenedor. Hablando de lo que fuese. Callaba y el tenedor y huevo se acercaban a su boca. Volvía a retomar la conversación y tenedor y huevo volvían al plato. Pausa y huevo arriba. Charla y huevo abajo. Yo no escuchaba. Estaba pendiente de si el huevo llegaría alguna vez al destino. Cuando eso ocurría, parecía que me tranquilizaba. Para comer los huevos nunca mojaba pan en la yema, para él, el huevo sólo tenía un bocado. En algún momento llegó a sus oídos que yo cantaba muy mal. Él tenía a orgullo cantar mal y presumía de ello. Como era tan competitivo, un día me espetó, de repente, que me hacía una apuesta a ver quien cantaba peor. Debió de ver mi cara de sorpresa que enseguida me dijo: " No te preocupes. Sin testigos. Tu y yo y el Monte. Y la apuesta, nada, veinte duros, testimoniales". El Monte era una pequeña elevación calcárea con vegetación de matrorral y alguna encina que rompía la uniformidad de la llanura. Se extendía desde Autilla del Pino, con un mirador sobre la antigua laguna de la Nava con vistas extraordinarias, hasta las cercanías de Dueñas acompañando el río Carrión en su sosegado transcurrir
Una tarde, apareció por casa y me dijo, " Vasmos al Monte y hacemos la competición que tenemos pendiente". Subimos en su "Lata"- así denominaba él a su coche- y para el Monte falta gente. Cuando llegamos, buscó un sitio encarando la ciudad que empezaba a poblarse de sombras. Aparcó el coche y de carrerilla soltó: "tú primero. Escoge canción". Pues: "Asturias, patria querida..." Sin una pizca de vergüenza, me arranqué, alto, fuerte, hasta gesticulando con las manos. Haciéndolo todo lo mejor que sabía. Nada de engañar. Con lealtad. Al empezar la segunda estrofa me dijo: " Tú ganas". Lo dijo un poco triste, no por mí, sino por él, que, aunque en algo negativo, había sido superado. Me entregó veinte duros que no cogí. Así fue como gané el concurso de canto.
Un abrazo.
En los finales de los sesenta vivía en Palencia en casa de la patrona, Sra Quela, "La Fia". No era la casa de la Troya, pero era una escuela de la vida. Vivían una serie de personajes, de distintas procedencias geográficas y con profesiones muy diferentes que configuraban un grupo humano muy interesante. Por aquellos entonces se estaba haciendo en España la Concentración Parcelaria y eso atrajo a aquella pequeña ciudad famosa por las mantas y por "El Manazas"- Santo Cristo que desde un otero preside y bendice la ciudad, obra del esultor Victorio Macho-, a unos cuantos ingenieros y peritos agrícolas. Había un ingeniero de Badajoz, dos peritos sevillanos, otro perito de Burgos, Un veterinario, mi hermano, un óptico de Madrid, un fabricante de arados de la provincia, un teniente de la guardia civil de tráfico de academia, uno de Baena que trabajaba en el Registro de la Propiedad, mi amigo Alejandro y un servidor que como siempre era el benjamín de la familia. A comer y cenar también bajaban un padre y sus dos hijos que hacía poco había enviudado. En aquellla mesa del comedor se expresaron veleidades, hazañas, mentiras, verdades, sesudos discursos, consejos, tópicos y frases de los moradores y chismes, bulos, dimes y diretes del cuerpo social de aquella bella y desconocida ciudad castellana.
El teniente de la guardia civil, muy amigo de mi hermano, era un personaje, abiero, afable. Con inquietudes, estudiaba Políticas y aspiraba a ser general. Su anterior destina había sido Melilla. Su peugeot granate lo delataba con las letras ML. Era muy hablador y con espíritu competitivo. Lo recuerdo en la mesa, con un huevo frito columpiandose en su tenedor. Hablando de lo que fuese. Callaba y el tenedor y huevo se acercaban a su boca. Volvía a retomar la conversación y tenedor y huevo volvían al plato. Pausa y huevo arriba. Charla y huevo abajo. Yo no escuchaba. Estaba pendiente de si el huevo llegaría alguna vez al destino. Cuando eso ocurría, parecía que me tranquilizaba. Para comer los huevos nunca mojaba pan en la yema, para él, el huevo sólo tenía un bocado. En algún momento llegó a sus oídos que yo cantaba muy mal. Él tenía a orgullo cantar mal y presumía de ello. Como era tan competitivo, un día me espetó, de repente, que me hacía una apuesta a ver quien cantaba peor. Debió de ver mi cara de sorpresa que enseguida me dijo: " No te preocupes. Sin testigos. Tu y yo y el Monte. Y la apuesta, nada, veinte duros, testimoniales". El Monte era una pequeña elevación calcárea con vegetación de matrorral y alguna encina que rompía la uniformidad de la llanura. Se extendía desde Autilla del Pino, con un mirador sobre la antigua laguna de la Nava con vistas extraordinarias, hasta las cercanías de Dueñas acompañando el río Carrión en su sosegado transcurrir
Una tarde, apareció por casa y me dijo, " Vasmos al Monte y hacemos la competición que tenemos pendiente". Subimos en su "Lata"- así denominaba él a su coche- y para el Monte falta gente. Cuando llegamos, buscó un sitio encarando la ciudad que empezaba a poblarse de sombras. Aparcó el coche y de carrerilla soltó: "tú primero. Escoge canción". Pues: "Asturias, patria querida..." Sin una pizca de vergüenza, me arranqué, alto, fuerte, hasta gesticulando con las manos. Haciéndolo todo lo mejor que sabía. Nada de engañar. Con lealtad. Al empezar la segunda estrofa me dijo: " Tú ganas". Lo dijo un poco triste, no por mí, sino por él, que, aunque en algo negativo, había sido superado. Me entregó veinte duros que no cogí. Así fue como gané el concurso de canto.
Un abrazo.