En casa de la "Fía" no había TV por lo que las sobremesas, solían ser largas y variadas. Los horarios de trabajo de los huéspedes eran diferentes y la Sra Quela servía la comida a necesidad del usuario. Podías empezar la comida con un madrileño y acabarla con un pacense. La cena era diferente. Siempre dejaba el segundo plato tapado con otro plato para los que venían más tarde de las diez treinta que solían ser bastantes. Los domingos, había gente que no venía a comer y de vez en cuando, a los que quedábamos, nos preparaba unos callos, como platillo especial. Mariano, un fabricante de arados, no se quedaba nunca los fines de semana y reclamaba los lunes los callos que le gustaban mucho. Mariano era un mocetón de buena talla, corpulento. La barriga no llegaba a cervecera pero apuntaba maneras. El pelo rizado, castaño claro peinado hacia atrás dejaba ver una frente estrecha con alguna señal de viruela. Tez colorada, destacando de una manera sobresalinte unos labios carnosos. Solía mostrarse el tal Mariano de una manera fanfarrona, preumiendo siempre de dinero, posesiones y futuribles. Por otra parte también mostraba, sin que nadie escarbara, su poca afición a la lectura y su bagaje cultural más de una vez había quedado un poco en entredicho. Con nosotros vivía también, y muy aficionado a los callos de los domingos, un óptico madrileño de Ciudad Lineal. Era abierto, simpático, con un poco de deje madrileño. Del Madrid y bastante guasón. Emseguida caló a Mariano y le soltaba cada cosa que a veces yo no sabía si reír o hacer ver que no escuchaba y disimular. Decirle que Napoleón había sido recibido el día anterior por la Reína de Alemania y cosas así era bastante común. Pero lo que le taría a mal, era lo de los callos. Un domingo por la noche me dijo´, " ya verás como Mariano no vuelve a pedir los callos más lunes". Fuimos hacia la cocina, La "Fia" ya estaba acostada. Sacó de una bolsita que llevaba en el bolsillo de una chaqueta de ante, unos cuantos botones de fuego y unas guindillitas minúsculas, me dijo que eran portuguesas. Las desmenuzó bien desmenuzadas y luego revolvió con una cuchara. " Verás mañana como suda". Llegó el lunes y Mariano como siempre reclamó sus callos. La cazuelita humeaba y puedo bien decir que fue la primera vez que olí el picante a distancia. Lo primero que hizo Mariano fue cortar un cortezo de pan, mojar bien mojado, con revuelta y todo. El primer desembarco del pan en su boca inundada de secreción no fue sorpresa, el segundo envite ya fue con pinchada sin pan de acompañamiento. Ahí ya sintió los alfilerazos del picante, el calor y el picor se multiplicaron. La jarra del agua comunitaria llenó el vaso y de un trago el culo, en un santiamén, contempló. Las primeras gotas de sudor aparecieron en su ancha nariz. Su tez, roja de por sí, se iba encendiendo y los labios, los labios parecían recien salidos de una sesión de "botex". El madrileño pinchaba. ¡La Sra Quela cada día prepara mejor los callos! Y, Mariano, no sé si por no perder el derecho adquirido de comer callos los lunes o por no quedar como un cobarde. Seguro que pensó: "si los demás los comieron, yo también y con una mano sóla". No arrebañó el plato, no mojó más pan, aunque comió una barra entera, vació la jarra del agua, pero muestras de callos no quedaron en la cazuela.
También fui testigo de la conversación que mantuvieron los dos mismos protagonistas en el interregno que va de Año Nuevo a Reyes. Se hablaba de como cada uno había pasado la noche de fin de año, la Nochevieja. El madrileño - lo intento, pero no recuerdo el nombre -, explicaba a Mariano que había estado cenando en la parrilla del Jorge Manrique. Le explicaba los diferente platos y se detuvo con especial énfasis, en la explicacion del plato especial: " El Cotillón". Le expicaba y le adornaba. El cotillón que le habían servido a él, llevaba desde caviar iraní hasta ostras de Arcade todo adobado con la mirada, la voz y el mimo de la madre. Unaa maravilla. Gloria bendita. Algo exclusivo.
Mariano estaba embobado escuchando al madrileño. Gesticulando con aquelllas rudas y grandes manos, dijo alto y enfadado, como sintiéndose estafado, pero que muy enfadado: ¡Serán cabrones los de la Rosario!. Echó mano al bolsillo interior de la americana de su trjaje de espiguilla con dos botones. Sacó la cartera y en un departamento encontró un tarjetón verde con anagrama y letrs negras de la Rosario, donde se anunciaba la cena fiesta de Nochevieja.
- ¡Mira, aquí lo pone! ¡GRAN COTILLON! ¡Y no nos lo pusieron!
La novia de Mariano, el de los araos, nunca nos volvió a saludar.
Un abrazo.
También fui testigo de la conversación que mantuvieron los dos mismos protagonistas en el interregno que va de Año Nuevo a Reyes. Se hablaba de como cada uno había pasado la noche de fin de año, la Nochevieja. El madrileño - lo intento, pero no recuerdo el nombre -, explicaba a Mariano que había estado cenando en la parrilla del Jorge Manrique. Le explicaba los diferente platos y se detuvo con especial énfasis, en la explicacion del plato especial: " El Cotillón". Le expicaba y le adornaba. El cotillón que le habían servido a él, llevaba desde caviar iraní hasta ostras de Arcade todo adobado con la mirada, la voz y el mimo de la madre. Unaa maravilla. Gloria bendita. Algo exclusivo.
Mariano estaba embobado escuchando al madrileño. Gesticulando con aquelllas rudas y grandes manos, dijo alto y enfadado, como sintiéndose estafado, pero que muy enfadado: ¡Serán cabrones los de la Rosario!. Echó mano al bolsillo interior de la americana de su trjaje de espiguilla con dos botones. Sacó la cartera y en un departamento encontró un tarjetón verde con anagrama y letrs negras de la Rosario, donde se anunciaba la cena fiesta de Nochevieja.
- ¡Mira, aquí lo pone! ¡GRAN COTILLON! ¡Y no nos lo pusieron!
La novia de Mariano, el de los araos, nunca nos volvió a saludar.
Un abrazo.