3 meses GRATIS

FOLLOSO: La leyenda atribute a Arquímedes la frase de: " dadme...

La leyenda atribute a Arquímedes la frase de: " dadme un punto de apoyo y moveré el mundo". Yo por aquellos entonces no sabía quien era Arquímedes, ni entendía de leyes, ni de potencias ni de brazos, pero sí sabía que en cada casa de Folloso había una o dos palancas de hierro y que tenían su utilidad.

Había palancas de dos tipos. La más común era una barra de hierro de más o menos un metro de larga, acabada en un extremo en punta para agujerear y el otro extremo en forma de corte para hacer lo propio con raíces y peñas. No sé calcular su peso pero no era una herramienta libiana. El otro tipo de palanca era bastante más larga y de un diámetro menor para hacerla más manejable. También se utilizaban palancas de madera para desplazar morrillos, piedras, máquina de desgranar, limpiadora, el motor de las majas... La palanca corta también se utilizaba, en días de hacendera o majas o algun momento que diera lugar a reunión de mozos, para medir fuerzas. Se cogía la palanca por el centro con una mano, se extendía el brazo, se movía brazo y palanca hacia delante y hacia atrás y cuando el lanzador creía que se había impulsado suficiente, soltaba la palanca, sin pisar una raya que se había hecho en el suelo que no se podía traspasar. La palanca volaba y quien la enviase más lejos era proclamado ganador. Algunos lanzaban la palanca como si fuese un disco y daban un giro para ganar más impulso. Era una manera de descansar un rato y probar fuerzas y destrezas entre los mozos, que alguno cuando lanzaba más que nadie solía lanzar un "gritido" (ijuju) como si estuviera pidiendo baile en cualquier pueblo.

Estando con las vacas por los Camparones, entreteniendome buscando hexaedros de hierro que escarbando un poco en los sistiaderos de las cabras se encontraban fácilmente, descubrí por casualidad o porque había escarbado mucho que la piedra que daba sombra a la cabra cuando sistiara allí, se movía. Era una piedra bastante grande. Escarbé un poco más, hasta casi quedarme sin uñas. La piedra se movía un poco más. Por imitación busqué un palo de una tranpa de roble seca. La primera se me rompió, estaba medio podrida. A la siguiente búsqueda encontré una palanca perfecta. Calculé por dónde entrarle, escarbé un poco por el lado contrario donde lo había hecho antes, introduje la palanca, allí cerquita coloqué una piedra para que hiciera tope con la palanca. Sin saberlo busque el punto de apoyo, casi me colgué en el extemo de la palanca y... se movió la enorme piedra, ¡se movió!, casi no quería, pero después de titubear, rodó con movimiento torpe primero y rápidamente arrancó campar abajo, cada vez con más velocidad. Daba "blincos" por encima de algunos rebollos. La perdí de vista pero sentía el estruendo y el pum, pum de los "blincos". Quedé absorto, obnubilado, inmovilizado, casi en éxtasis por el movimiento acelerado de la gran piedra que yo solo con mis manos y un palo largo había despertado de su descaso inmemorial. No fue la única. Hubo más en la vallina del Gato y en la Canguera hasta que alguien me hizo ver el peligro que suponía para vacas y personas. Después ya sólo las miraba, les estudiaba las posibilidades. Hacía un análisis de ingeniero. Las tocaba por arriba y por abajo. Probaba de moverlas y si cedían un milímetro, me sentaba encima de ellas y iraba monte abajo e imaginaba los tumbos, los saltos, las aceleraciones; oía el "estaramao" y visualizaba la caída en cualquier prao del río. La imaginación podía suplir la realidad, pero no era lo mismo.

Un abrazo.