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FOLLOSO: Aquel final de curso del 62, del siglo pasado, había...

Aquel final de curso del 62, del siglo pasado, había sido bueno. Es la primera vez que escribo lo del siglo pasado y ¡coño!, suena a muy lejano, a libro enpolvado de Historia, historia de otros, pero uno, aunque quiera escabullirse también está dentro. La vuelta de los Juegos Escolares Nacionales dieron mucho juego a aquel niño-adolescente. Empezó a sacudirse aquellos complejos o maneras de verse en relación a los demás, provocadas, en parte por la risa fácil de los capitalinos, muy crueles, seguramente sin conciencia de ello. Ya contaban contigo, era uno más. Y tampoco había para tanto, realmente no había tanta diferencia. Pero hasta que tomas conciencia de ello pasas lo tuyo. El reencuentro con los compañeros fue de festejo y enseguida llegaron las notas finales y el cuarto curso se aprobó bien y llegó la reválida. En aquel entonces se dependía de la Universidad de Oviedo, en la Capital del Reino, sólo había una Facultad de Veterinario y tres Escuelas que en aquellas épocas no se llamaban Universitarias, La Normal, la Escuela de Comercio y la Escuela de Facultativos de Minas. En el plan anterior, sólo había reválida al acabar 7º curso y tengo entendido que se tenían que desplazar los estudiantes a Oviedo a hacer el examen de Grado para obtener el título de Bachiller. En aquel final de curso venían los representantes de la Universidad a hacer el examen de reválida de cuarto que te otorgaba el título de Bachiller Elemental. Presidía el tribunal Sr. Alarcos, años más tarde era reconocido como insigne lingüísta. La víspera estaba nervioso y no conciliaba el sueño.

Vivía por aquel entones en la calle Cascalerías en la patrona de la Sra. Aurora y su marido el Sr. Alfonso, pintor de profesión y borrachín de devoción. Tenía el matrimonio tres hijos, dos varones y una hembra. Hacía años habían sido emigrantes en Uruguay. No habían hecho las Américas. La sra. Aurora con su servicio de patrona ayudaba a tirar "palante". Los hijos mayores, en aquella época existía el "aprendiz", el primogénito era aprendiz de pintor. Lo recuerdo con unas gafas de concha y lentes de culo de vaso. Vestía un mono de fondo blanco, cubierto de multitud de paletadas de colores y casi podría afirmar que podía andar solo sin el aprendiz dentro. Los sábados, el aprendiz de pintor se duchaba y aquellos pelos largos también pintados de diferentes colores durante la semana, tomamaban un aspecto sedoso y formato a lo Elvis. Se iba a bailar, manejaba perras y era la envidia nuestra. La chica también cooperaba con su sueldo de aprendiza en una satrería donde se hablaba de chicos y películas, ilusiones entre hilvanes, puntadas, medidas y jaboncillos. En aquel taller se dijo que me parecía a Alain Delón y aquello también empezó a desengrasar complejos. La señora Aurora descendía de un pueblo del Páramo y allí batallaba con los estudiantes, su madre, sorda como una tapia, moño canoso y cayada sin goma en el extremo, los hijos, el marido que cuando se cargaba un poco, mostraba un carácter bastante mejorable. Tenía la Sra. Aurora un hijo mas pequeño, un año menor que yo que cantaba en la escolanía de San Isidoro. Yo solía acompañarlo los sábados y mientras él cantaba yo me entretenía jugando a frontón contra las paredes de San Isidoro. Un día visitó el Obispo la Basílica y el horario de la escolanía se dilató y llegamos a casa bastante tarde. Nos justificamos, diciendo la verdad, que había venido el Obispo y habíamos tenido que ayudar a recoger las cosas de obispo. Nadie se lo creyó, bronca, y encima cachondeo con el Obispo.
Yo dormía en una habitación larga con tres camas y balcón a la calle. Compartía cama con mi hermano. Aquella noche, cuando él llegó, yo estaba despierto. " ¿Estás nervioso?". Sí, no puedo dormir. " Levantate y coge dos cigarros del bolso de mi chaqueta y coge las cerillas también". Yo pensaba: ¿para qué querrá dos cigarros?. "Toma", y me ofreció uno. Yo no quería, tenía más respeto a mi hermano que a mi padre. " ¡Cógelo!, que se te pasarán los nervios y además ya sé que fumas". Y así fue como en vísperas del examen de reválida de cuarto, fumé por primera vez delante de mi hermano.

Nos acompañaba la Sta. Piedra, profesora de Mates, de la cual yo estaba secretamente enamorado, al Instituto Padre Isla. En el examen de Mates, repetí muchas veces, seis por tres venticuatro y sabía que no era cierto y ahí estaba bloqueado hasta que brotó el dieciocho y todo pudo continuar. El resultado fue positivo y la alegría se desbordó con compañeros y profesores en pequeña celebración. Visto desde hoy, no sabíamos en aquel momento que para muchos era la despedida para siempre. De la inmensa mayoría no he vuelto a saber nada de ellos.
Con la noticia del aprobado y después de la celebración había que hacer la maleta, prepararse para el sufrimiento del viaje de dos horas y hacia El Castillo. Iba contento y vestido con mi segundo traje de pantalón largo hecho en la satrería de Diez y Diez, bueno era el tercero porque el de la primera comunión también había sido largo, pero no a medida, comprado en Rabanal de Riello. Era un traje de color burdeos-corinto, tres botones y abertura de pedo libre. Cuando bajé del coche de línea, no vi a nadie que me esperase, ni el caballo estaba atado a la herradura que normalmente se usaba. Entré en Casa Sandalio y enseguida comprobé que allí tampoco había nadie. Después de saludar pregunté si podía dejar la maleta y enfilé el puente para la Puebla y con el sol de cara, empecé la ascensión de la cuesta hacia Folloso que me depararía sorpresas. (Continuará)