Hoy cuando miro las diferentes bolsas de residuos que se generan en cualquier casa: la de restos orgánicos, la de papel y cartón, la de vidrios, la de bolsas y envases y la general, sin especificar, dónde puede haber de todo y sin contar los muebles viejos, las pilas, las medicinas, ordenadores, reproductores en general y línea blanca que van en otro paquete para que te lo recojan, me acuerdo cuando yo era rapacín en aquel Folloso de los cincuentas y las dificultades que tenía para fabricarme un tirador o tiragomas para simplemente hacer puntería, asustar a un perro o rara vez apear un inocente pájaro de la rama de cualquier manzano o estampanar la piedra en el cuerno de una vaca para que no metiera el hocico en la hierba del "prao" del vecino.
Para la confección de tal juguete, arma o instrumento pastoril, según su uso, se necesitaban, gomas elásticas, flexibles y resistentes, una forqueta de madera, rara vez se hacía de alambre trenzado, una badana, hilo de "bramante"o alambre muy fino y piedras redondeadas apropiadas para su lanzamiento.
Lo más fácil de todo era buscar una forqueta. Una rama de árbol o arbusto en forma de ye (antigua i griega, y,) lo más simétrica posible. Si los palos divergentes o brazos de la ye no eran lo sufientemente simétricos, los trabajaba con la "cheira", rebajando aquí y allá hasta conseguir el efecto deseado. Solían ser de chopo, roble, manzanal o de urz. Las forquetas de urz eran las más simétricas. Su medera era muy resistente, al mismo tiempo que ligera y de pronto secado y cuando esto se conseguía de meter y sacar del bolsillo o del simple uso con las manos, el mango o parte larga de la ye, adquiría una suavidad especial muy agradable al tacto, así como un color y brillo de madera de calidad. Una vez adquirida la forqueta había que darle las medidas apropiadas para comodidad y buen uso, también había que hacerle los rebajes en los brazos cortos, dónde irían ajustadas las gomas. Primero se hacían los cortes en vertical y circularmente a la distancia del ancho de las gomas y después iba rebajando con la navaja com mucho tino para que quedase un cilindro delgado, dentro del cilindro amplio, pero concéntrico.
Después venía la busca y captura de la badana. No había bolsa de la basura, ni contenedor y había que buscar en algún zapato viejo que por casualidad apareciese, algún trozo de albarda, un fuelle viejo, un trozo de "cornal" o de "sobeo" o algún recorte que hubiese sobrado de remenndar algún utensilio de cuero. Localizado el cuero se recortaba con unas tijeras una pieza de forma eliptica. En sus extremos se perforaban unos orificios ni pequeños, ni demasiado grandes, para que las gomas quedasen flojas. Allí irían ancladas las gomas.
La búsqueda más difícil era la de las gomas. No había más que una procedencia posible, las botas de regar y para la nieve. Las de las mujeres no servían porque normalmente llevaban un poco de forro y la goma no era elástica. Las buenenas eran las de los hombres, pero duraban mucho y cuando se pinchaban les ponían parches. Cuando alguna quedaba inservible era un verdadero hallazgo, aunque como tenían tanto tiempo las gomas ya estaban muy pasadas y se tazaban esnseguida. Era muy normal, andar con alargos y empalmes en el tirador.
Una vez localizada la fuente de las gomas, había que cortarlas, no era empresa fácil. O las tijeras no cortaban o la fuerza no era mucha y además era un trabajo que había que hacer sólo y cortar las gomas de la misma anchura resultaba difícil, pero cuando se lograba, la satisfacción era tan grande que no importaba, el tiempo, ni la bronca, más que segura, que recibirías.
En una ocasión no había habido bota vieja, así que me dirigí al "cuartobajo" y allí, a la derecha del arca de la harina, estaban las botas de goma de mi hermano. Negras, nuevas, altas, relucientes. No era muy diestro en el corte, así que empleé más de media caña para sacar dos gomas lo suficientemente paralelas e iguales para hacerme mi tirador o tiragomas nuevo, sin empalmes. Podía estirar las gomas hasta el final, no había asomo de que se pudiesen tazar.
Cuando se descubrió la fechoría hubo sorpresa, pero enseguida se localizó al culpable. La bronca fue leve, y las carcajadas, cuando yo no estaba presente, abundantes.
Un abrazo.
Para la confección de tal juguete, arma o instrumento pastoril, según su uso, se necesitaban, gomas elásticas, flexibles y resistentes, una forqueta de madera, rara vez se hacía de alambre trenzado, una badana, hilo de "bramante"o alambre muy fino y piedras redondeadas apropiadas para su lanzamiento.
Lo más fácil de todo era buscar una forqueta. Una rama de árbol o arbusto en forma de ye (antigua i griega, y,) lo más simétrica posible. Si los palos divergentes o brazos de la ye no eran lo sufientemente simétricos, los trabajaba con la "cheira", rebajando aquí y allá hasta conseguir el efecto deseado. Solían ser de chopo, roble, manzanal o de urz. Las forquetas de urz eran las más simétricas. Su medera era muy resistente, al mismo tiempo que ligera y de pronto secado y cuando esto se conseguía de meter y sacar del bolsillo o del simple uso con las manos, el mango o parte larga de la ye, adquiría una suavidad especial muy agradable al tacto, así como un color y brillo de madera de calidad. Una vez adquirida la forqueta había que darle las medidas apropiadas para comodidad y buen uso, también había que hacerle los rebajes en los brazos cortos, dónde irían ajustadas las gomas. Primero se hacían los cortes en vertical y circularmente a la distancia del ancho de las gomas y después iba rebajando con la navaja com mucho tino para que quedase un cilindro delgado, dentro del cilindro amplio, pero concéntrico.
Después venía la busca y captura de la badana. No había bolsa de la basura, ni contenedor y había que buscar en algún zapato viejo que por casualidad apareciese, algún trozo de albarda, un fuelle viejo, un trozo de "cornal" o de "sobeo" o algún recorte que hubiese sobrado de remenndar algún utensilio de cuero. Localizado el cuero se recortaba con unas tijeras una pieza de forma eliptica. En sus extremos se perforaban unos orificios ni pequeños, ni demasiado grandes, para que las gomas quedasen flojas. Allí irían ancladas las gomas.
La búsqueda más difícil era la de las gomas. No había más que una procedencia posible, las botas de regar y para la nieve. Las de las mujeres no servían porque normalmente llevaban un poco de forro y la goma no era elástica. Las buenenas eran las de los hombres, pero duraban mucho y cuando se pinchaban les ponían parches. Cuando alguna quedaba inservible era un verdadero hallazgo, aunque como tenían tanto tiempo las gomas ya estaban muy pasadas y se tazaban esnseguida. Era muy normal, andar con alargos y empalmes en el tirador.
Una vez localizada la fuente de las gomas, había que cortarlas, no era empresa fácil. O las tijeras no cortaban o la fuerza no era mucha y además era un trabajo que había que hacer sólo y cortar las gomas de la misma anchura resultaba difícil, pero cuando se lograba, la satisfacción era tan grande que no importaba, el tiempo, ni la bronca, más que segura, que recibirías.
En una ocasión no había habido bota vieja, así que me dirigí al "cuartobajo" y allí, a la derecha del arca de la harina, estaban las botas de goma de mi hermano. Negras, nuevas, altas, relucientes. No era muy diestro en el corte, así que empleé más de media caña para sacar dos gomas lo suficientemente paralelas e iguales para hacerme mi tirador o tiragomas nuevo, sin empalmes. Podía estirar las gomas hasta el final, no había asomo de que se pudiesen tazar.
Cuando se descubrió la fechoría hubo sorpresa, pero enseguida se localizó al culpable. La bronca fue leve, y las carcajadas, cuando yo no estaba presente, abundantes.
Un abrazo.