Son días los que se avecinan, que sin darnos cuenta, solemos poner unos kilillos o sin llegar a ello, sí que aumentamos un poco el michelín o reducimos el paso de las arterias sin enterarnos. Son tan suculentas y tentadoras las viandas de estas Fiestas que el que más y el que menos, pica y después del día uno, todo son propósitos de la enmienda y dolor de contricción y dietas por doquier que ninguna hace efecto o si lo hace, enseguida volvemos a recuperar lo perdido con sorpresa e incredulidad.
Mi padre daba la receta de trabajar el doble y comer la mitad. El nunca la cumplía, en lo de trabajar sí, en lo de comer era también muy cumplidor, pero su naturaleza hacía que siempre se conservara con una línea estupenda. Recuerdo cuando en el verano íbamos a realizar alguna tarea y llevábamos merienda o "las diez", si yo decía en algún momento que ya no quería más, él siempre me decía que había que comerlo todo porque si no al día siguiente nos pondrían menos. También recuerdo el día de Nochebuena, después del llosco, las castañas y lo que hubiera, la mamá preparaba la bandeja de turrones abundante para que sobraran. Después de la cena, los hermanos y la madre íban a la Misa del Gallo a Rosales y mi padre y yo quedábamos guardando el hogar y manteniendo la lumbre, solía decir él. No habrían llegado a los Adiles, cuando, mano a mano íbamos dando cuenta de la bandeja de los turrones, las pasas, los higos y alguna que otra pasta. Teníamos a honra acabar con la bandeja y cuando al día siguiente nos decían que no les habíamos dejado turrones, yo reía con aquella satisfacción del deber cumplido que me llenaba y casi, casi no necesitaba desayunar, me alimentaba mirar a mi padre y recibir su mirada de complicidad que me entraba en yo que sé adentros que me encantaba.
Para que no abuséis de lloscos y dulces y lo que cuelgue, os remito a lo que parece ser, han comprobado experimentalmente y acaban de publicar como bueno los americanos de una uni, y es que si te imaginas, repetidamente, estar atiborrándote de un plato determinado, se pierde el apatito sobre él y comes menos cantidad cuando lo tengas delante. No hay que visualizar la bandeja de turrones frente a ti, en la mesa, porque, evidentemente, te abrirá el apetito. Hay que representarse a uno mismo comiendo turrones a tuti plen, y de esta manera, según aseguran haber confirmado empíricamente, reduciremos las ganas de comerlos. Yo ya ando imaginándome detrás de ellos a ver que pasa cuando realmente me enfrente a su atractiva realidad.
Un abrazo.
Mi padre daba la receta de trabajar el doble y comer la mitad. El nunca la cumplía, en lo de trabajar sí, en lo de comer era también muy cumplidor, pero su naturaleza hacía que siempre se conservara con una línea estupenda. Recuerdo cuando en el verano íbamos a realizar alguna tarea y llevábamos merienda o "las diez", si yo decía en algún momento que ya no quería más, él siempre me decía que había que comerlo todo porque si no al día siguiente nos pondrían menos. También recuerdo el día de Nochebuena, después del llosco, las castañas y lo que hubiera, la mamá preparaba la bandeja de turrones abundante para que sobraran. Después de la cena, los hermanos y la madre íban a la Misa del Gallo a Rosales y mi padre y yo quedábamos guardando el hogar y manteniendo la lumbre, solía decir él. No habrían llegado a los Adiles, cuando, mano a mano íbamos dando cuenta de la bandeja de los turrones, las pasas, los higos y alguna que otra pasta. Teníamos a honra acabar con la bandeja y cuando al día siguiente nos decían que no les habíamos dejado turrones, yo reía con aquella satisfacción del deber cumplido que me llenaba y casi, casi no necesitaba desayunar, me alimentaba mirar a mi padre y recibir su mirada de complicidad que me entraba en yo que sé adentros que me encantaba.
Para que no abuséis de lloscos y dulces y lo que cuelgue, os remito a lo que parece ser, han comprobado experimentalmente y acaban de publicar como bueno los americanos de una uni, y es que si te imaginas, repetidamente, estar atiborrándote de un plato determinado, se pierde el apatito sobre él y comes menos cantidad cuando lo tengas delante. No hay que visualizar la bandeja de turrones frente a ti, en la mesa, porque, evidentemente, te abrirá el apetito. Hay que representarse a uno mismo comiendo turrones a tuti plen, y de esta manera, según aseguran haber confirmado empíricamente, reduciremos las ganas de comerlos. Yo ya ando imaginándome detrás de ellos a ver que pasa cuando realmente me enfrente a su atractiva realidad.
Un abrazo.