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FOLLOSO: Amigo Robledo,...

Pasada la noche más importante, la Nochebuena, y el día de Navidad, aunque los días eran todavía muy cortos ya empezaban a "espurrirse" un poco. Llevábamos cuatro días del solsticio y ya decían los mayores que se notaban. Para mi eran todos iguales y no reparaba en si el sol se ponía más pronto o más tarde. En verano era diferente. Lo de trabajar de sol a sol se quedaba corto y era trabajar, de todavía noche estrellada a bien entrada la noche. Así era de dura la vida de aquellos pueblos que en el reparto se habían quedado con poquita tierra y casi siempre mostrando las peñas como quien muestra sus verguenzas. Sin haber alargado mucho todavía, llegaba el día 28, el día de las inocentadas.
Hoy, a pesar de que los diferentes medios de comunicación anuncian el día, avisando de que se esté avizor, llega el día y hay muchísima gente que no sabe que es el día de los Inocentes y que está permitido un poco el humor sano y la broma sin caer en la mofa y befa del próximo. Para mi, era un día tan especial, que no se me olvidaba nunca, aunque siempre hiciese las mismas bromas y a las mismas personas.

La mayor parte de la vida en invierno se hacía en la cocina. Era grande y tenía dos ventanas, una hacia el sur y otra que miraba hacia el naciente. Esta última era mi atalaya y desde allí controlaba huerta, paredes, árboles, gatos, perros, ganados y personas que para ir a la fuente a beber o a buscar agua necesariamente tenían que pasar por delante de mi casa. Después de levantarme, vestirme y desperezarme, situado en mi atalaya, empezaba el cálculo de la estrategia de por dónde empezar las inocentadas. La primera era a mi madre, aunque a ella, esa misma, se la hacía muchos días. Ella siempre afanada con el almuerzo, las potas, los sartenes, las nateras, el caldero de los gochos, el fregadero..., y yo, me acercaba por detrás y con arte de pianista le deshacía el lazo del mandil y al poco tiempo se deslizaba, y el mandil aparecía en el suelo. Y me "rezongaba" y me sabía a mimo y a caricia dulce. Después atravesaba el pasillo, abría la puerta del comedor, contemplaba los Diplomas de mis hermanos colgados en la pared, miraba de resfilón la escopeta de un solo cañón y abría la puerta del cuaro de mi hermano. Hacía ruido, tosía, pero no muy fuerte, para no despertarlo del todo. La noche anterior seguamente había estado de hilandero o de baile con pandereta en algún pueblo vecino, o echando unas copas en alguna cantina, o picando a la puerta de alguna moza. " Mamá dice que si tienes unos duros para Manganeto, que no tiene cambio, que ya te lo dará ella, después". Medio dormido, y seguramente contento de que todavía no llamaban para levantarse, me decía: " coge del bolsillo del pantalón". Yo, con el corazón alborotado, metía la mano, más "pieca" que nunca, en el bolsillo y cogía lo que podía y sin acabar de sacar la mano del bolsillo ya estaba corriendo atropelladamente y diciendo a voz en grito: ¡Qué los Santos Inocentes te lo paguen! Él, creo que no lo oía nunca, porque cuando mi boca pronunciaba Inocentes..., ya estaba en la cocina, detrás de mi madre por si venía corriendo detrás de mí.

La siguiente era ir a cas de Isabel, que vivía en la casa siguiente a la mía, separadas por una era donde plantaban las "feginas" los hijos de Rogelio.
Bajaba por el camino de delante y después de dejar atrás el cerezal de cerezas negras que tenía a su puerta, entraba por el postigo que desembocaba en un pasillo, a la derecha estaba la cocina y allí estaba la buena de Isabel y yo muy zalamero le decía que mi madre me iba a hacer rosquillas, pero que se le había acabado el azúcar, que si le podía prestar que ya se la devolvería cuando fuese a Riello. Isabel buscaba y me daba, y cuando yo ya estaba seguro de que tenía la huída limpia y el azúcar en mi mano, más una galleta que me había dado, entonces, ya corriendo, soltaba lo de: ¡qué los Santos Inocente se lo paguen!.

Un abrazo.

Amigo Peña:

Al leerte, me ha venido a la memoria lo negros que se nos ponían "los morros" con las cerezas de Isabel, nadie podía negar que le había quitado algunas.
Pero lo que más me impresionaba, cuando rapaz, era que por el pasillo de entrada a su cocina, y debajo de unas grades piedras planas, discurría el agua, que procedente del pozo de la "fuentearriba" atravesaba el corral y regaba los huertos, creo recordar que se llamaban del "espliego" y también los abonaba porque siempre arrastraba alguna "cagarruta", después las huertas que había a continuación de la era de Teófilo y luego atravesaba el camino, hoy carretera, y seguía regando la huerta de Angel.

Por cierto, en una ocasión, al derribar parte de la pared que separaba la era de Teófilo y las huertas, me parece que para que una vaca, no sé si coja u otra cosa que la impedía ir con las demás a pastar al monte o al "prao", pudiera entrar a comer el verde de las orillas de la presa que las regaba, destrozaron un abispero.
Las abispas se enfadaron mucho y atacaron con furia a los que activa o pasivamente, ese era mi caso, participaron en el asalto a su morada. Alguna le picó a Milagros, o tal vez a Emma, no estoy seguro, pero conmigo se ensañaron, se me agarraron a la cabeza, entre el pelo, que entonces era abundante, y... me acribillaron.
Siguiendo las enseñanzas de San Antonio podría decir:”Hermano lobo” pero me resulta imposible decir: "Hermana abispa". La que veo si puedo…la defunciono.

Un abrazo

Amigo Robledo,

En primer lugar decirte que no me había dado cuenta que se había retirado de "fotos de Folloso" la "documental" de vuestros mayores Beltrán, de ahí mi comentario, tan poco apropiado.

Las cerezas de Isabel, hoy de Licín, estaban buenas y eran muy dulces, con el suficiente toque de "agrior" para que no empalagasen. Además de pintarnos los morros, nos pintaban las ropas, que después, a pesasr del martirio que las madres les daban en la tabla del pozo de lavar, no se quitaba ni a la de tres. Tenían un tinte que hoy pertenecería a la categoría de perenne. Para mi el mayor pero que tenían esas cerezas negras era que por debajo del cerezal pasaba la becera del "ganao menudo" y dejaban las correspondientes "cagaletas" de la misma forma, color y tamaño y alguna que otra vez, "atropando" cerezas, alguna "cagaleta" fue a dónde no debió, provocando la consiguiente "escupidera".

Lo del agua y su condución era relamente notable, verdaderas obras de ingeniería aplicada. Ese agua que pasaba por debajo de las grandes losas del pasillo de Isabel regaba las huertas o huertos que había delante del pajar para el envió la vaca turriona a Povisa. Donde tenían semilleros y hortalizas, Isabel, Angel y no sé si Teófilo, también. Para regar las huertas del espliego, que también creo que se llamaban así, y si no ya nos corregirán, la presa iba por debajo de las huerta antes mencionadas de los semilleros. Regaba las huertas de Teófilo y Cándida, entre otras y también la huerta de Angel y Blas de la Llamica y las de la Laguna de Sipa y mía y hasta los huertos de los Quiñones, situados debajo de la era de Valeriano y Eufronio. Por cierto en esa era hice yo mi última maja en Folloso.

Lo del avispero que cuentas, te imagino, corriendo, por entre los patatales con tu camisa de manga corta de cómics dibujados con sus viñetas, rascando la cabeza y oyendo el bip, bip del himenóptero amarillo y negro que a mi me recordaban algo a las casullas del cura que usaba para entierros y cabos de año, con bordados dorados sobre fondo negro. Era típico y con muy mala leche, meter un palo en el avispero, escarbar", y salir corriendo, y " embizcarselas" al que venía detrás, y desde cierta distancia ver la reacción del que se encontraba la agitación revolucionaria. Y uno se reía viendo al inocente dando gorrazos al aire para espantar los enrabiados insectos que tienen tan mala leche que no se conforman con clavarte el rejón y picar, sino que también, en su instinto se supervivencia, como son carnívoros, también muerden.
Yendo de mi casa para la Fuente, justo cuando el camino se ampliaba porque la pared de las huertas de arriba se redondeaba y recortaba hacia los Alamos y la parede de la Casona redondeaba en sentido contrario y se formaba aquella especie de plaza de agua, surcada por fuentes, arroyos, presas y pozos, origen de la vida comunitaria en aquella lomba orientada al Sur, justo allí, en la pared de la huerta de los Álamos había un avispero bastante numeroso. Cada día había que ir a por agua varias veces y varias veces te enfrentabas al suplicio de las "no hermanas". Una tarde, no recuerdo muy bien quienes eran los acompañantes, pero te lo puedes imaginar, o tú o Anónimo o Carballo, decidimos hacer barro y taponar la salida del avispero para liberarnos de los picones y mordedores enemigos. Barro sí hicimos, estrellarlo en la pared también, pero no contábamos que, aunque las paredes de Folloso están muy bien hechas, no están las piedres unidas con argamasa, están piedra sobre piedra, buscando el encaje de las mismas para mostrar el equilibrio hasta el final. Técnica muy buena para la pared, pero malísima para aquellos rapacines que querían aislar los "mariellos" voladores. Sálían avispas por todas las rendijas y picaban y se metían entre el pelo y nosotros con las manos llenas de barro nos rascábamos y te puedes imaginar con que pintas acabamos. Cuando yo entré en casa, mi madre y mi hermana casi salen despavoridas de la cocina. Iba bien pintado de barro, con un ojo tapado por la hinchazón, los pelos con cresta y las lágrimas abriendo "sucos" en el barro seco de la cara. Cosas de rapacines de Folloso.

Un abrazo.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
muy simpático Peña, que el nuevo año te traiga paciencia y memoria para que sigas entreteniéndonos con tus anécdotas