En estos primeros días de la primavera el frío iba aminorando su intensidad y el solecillo tenía fuerza para que las manitas de aquellos rapacines de diez años, dejasen de estar pobladas de sabañones y recuperasen su movilidad habitual. Al mismo tiempo el agua de los charcos de aquel callejón ancho y asimétrico que se extendía entre el muro que separaba las vías de la estación de Matallana y las partes traseras de las casaas del Espolón se iba evaporando. En aquella época no había apenas automóviles, hoy sería un espaco aprovechado para aparcar, por lo que se podía estar en el centro del callejón-esplanada sin preocupación y concentrarse en el juego. La esplanada estaba bien orientada, de tal manera que sólo tenía edificios altos hacia el Norte que lo protegía del cierzo frío y todavía algo cortante por estas fechas. No estaba asfaltado y el suelo no era arenoso, sino de tierra arcillosa, en las orillas de la tapia que separaba de las vías crecían plantas, algunas espontáneamente y otrs medio cultivadas por una señora mayor que de tanto en tanto hacía una poza alrededor de las plsntas y con un pequeño bote las regaba y, sin que le hiciésemos mucho caso, concentrados cómo estábamos en nuestros juegos, nos invitaba a respetarlas: "su colorido, cuando florezcan, alegrará el callejón"- nos decía con voz convincente y mirada distante.
En cuanto la esplanada, bajando por la calle Pérez Crespo y girar a la izquierda, ya estaba casi seca y solamente quedaban algunos charcos y casi se veía el vapor salir de la tierra, ya estábamos haciendo los "guas". Los "guas" eran hoyos cavados en el suelo con cualquier hierro, navaja, cuchara o "estilla" sacada de cualquier carpintería. Los había de diferentes formas y tamaños y situados con diferentes caracteríticas según la orografía de la esplanada. Unos eran redondos, profundos y con un diámetro de no más de 5 cm; otros eran una insinuación de hoyo, eran amplios, sin apenas profundidad para que fuese difícil sujetar la canica en aquella leve depresión. Dependiendo de la especialidad de cada uno iban las preferencias hacia un u otro "gua". Yo, rapacín de pueblo, no había tenido la portunidad de jugar con canicas. Mi experiencia con bolas se reducía a las bolas del juego de bolos y a las bailaras y bailarones, excrecencias de los robles. La bola con que jugaba a los bolos en el castro de detás de la Iglesia, no era una bola, era media esfera y había que tener su técnica para hacerla rodar, pero esa técnica no se podía aplicar a las canicas. Las bailaras y bailarones no se correspondían ni en forma, ni en tamaño, nitenían la redondez suficiente, ni el peso era el adecuado para haber adquirido unos fundamentos suficientes para practicar el "gua". Observé un tiempo para aprender las reglas y los procedimientos.
El "gua" era fundamental en el juego. Situados los jugadores detrás del "gua", se lanzaba la bola a aproximarla a una raya hecha en el suelo, previamente, a una cierta distancia. La proximidad a la raya daba el orden de juego. Después, desde la raya, se lanzaban las bolas hacia el "gua". Era condición necesaria hacer "gua", es decir meter la bola en el hoyo y que permaneciese en reposo dentro de él. El haber hecho "gua", abría el semáforo para poder ir a por cualquier bola en juego. Midiendo con la mano que no se lanzaba, apoyando el dedo pulgar en el borde del "gua", apoyando en el meñique y con la mano extendida hasta volver a tocar tierra con el pulgar, apoyabas la muñeca de la otra mano, sin pasarte, porque si lo alargabas mucho, hacías manga. Con tu técnica, había varias, lanzabas tu bola a chocar con la de tu conpañero y empezaba la rutina. Con el primer choque se decía: dedo. Tenía que caber un dedo entre las dos bolas. Se daba un segundo choque y se decía: cuarta y tenía que caber una cuarta entre las dos bolas chocadas. Al tercer choque se decía: pie y tenía que caber entre ellas tu pie. Al cuarto cloque se decía: bola y tenía que caber una bola. El último choque, el más complicado, se decía carambola y tenía que haber una distancia de tres pies. Acto seguido se lanzaba a "gua" y si la bola entraba en el "gua", el eliminado te tenía que pagar una bola. Y empezaba la persecución de otra bola. Si fallabas, alguien venía por ti y si te eliminaban, pagabas y cuando ya no quedaba bola que perseguir se empezaba partida nueva.
Las bolas eran de diferentes materiales y valor. La mas simple era la de barro. Duraba poco, se descascarillaban, y enseguida llegaba la inflación y al final nadie apostaba bolas de barro. Siguiendo la jerarquía, estaban las de piedra. Las había de distintos tamaños y colores. A mi eran las que más me gustaban. Después las de vidrio, muy vistosas, con muchos colores y simetrías, parecían caleidoscopios. Las de más valor eran las de acero, brillantes y pesadas que no había quien las moviese con los cloques para las carambolas. La mayoría de chavales capitalinos tenían su bolsa de tela con cuerda corrediza para guardar y transportar su tesoro caniquero. Otra variante, más simple, era jugar a matar. Consistía en hacer "gua", hacer un cloque, decir: muerto y volver a meter "gua". La garza consistía en dibujar una elipse en el suelo con una punta, lima u objeto punzante y cada jugador depositaba una bola dentro de la elipse. Buscar el orden de salida en la reya de mano y por orden ir lanzando la canica con la que jugases contra las bolas que estaban depositadas dentro de la garza. La bola que salía era tuya, pero si la bola con la que jugabas se quedaba dento de la garza, quedabas eliminado.
Llegué a tener canicas de piedra, alguna de cristal y no llegué a la bola de acero. Aprendí, perdiendo, como se debe aprender, pero no llegué ni a ser mediano jugador. Más de una vez se nos hizo de noche en aquella esplanada- callejón de detrás de las vías del tren de vía estrecha.
Un abrazo.
En cuanto la esplanada, bajando por la calle Pérez Crespo y girar a la izquierda, ya estaba casi seca y solamente quedaban algunos charcos y casi se veía el vapor salir de la tierra, ya estábamos haciendo los "guas". Los "guas" eran hoyos cavados en el suelo con cualquier hierro, navaja, cuchara o "estilla" sacada de cualquier carpintería. Los había de diferentes formas y tamaños y situados con diferentes caracteríticas según la orografía de la esplanada. Unos eran redondos, profundos y con un diámetro de no más de 5 cm; otros eran una insinuación de hoyo, eran amplios, sin apenas profundidad para que fuese difícil sujetar la canica en aquella leve depresión. Dependiendo de la especialidad de cada uno iban las preferencias hacia un u otro "gua". Yo, rapacín de pueblo, no había tenido la portunidad de jugar con canicas. Mi experiencia con bolas se reducía a las bolas del juego de bolos y a las bailaras y bailarones, excrecencias de los robles. La bola con que jugaba a los bolos en el castro de detás de la Iglesia, no era una bola, era media esfera y había que tener su técnica para hacerla rodar, pero esa técnica no se podía aplicar a las canicas. Las bailaras y bailarones no se correspondían ni en forma, ni en tamaño, nitenían la redondez suficiente, ni el peso era el adecuado para haber adquirido unos fundamentos suficientes para practicar el "gua". Observé un tiempo para aprender las reglas y los procedimientos.
El "gua" era fundamental en el juego. Situados los jugadores detrás del "gua", se lanzaba la bola a aproximarla a una raya hecha en el suelo, previamente, a una cierta distancia. La proximidad a la raya daba el orden de juego. Después, desde la raya, se lanzaban las bolas hacia el "gua". Era condición necesaria hacer "gua", es decir meter la bola en el hoyo y que permaneciese en reposo dentro de él. El haber hecho "gua", abría el semáforo para poder ir a por cualquier bola en juego. Midiendo con la mano que no se lanzaba, apoyando el dedo pulgar en el borde del "gua", apoyando en el meñique y con la mano extendida hasta volver a tocar tierra con el pulgar, apoyabas la muñeca de la otra mano, sin pasarte, porque si lo alargabas mucho, hacías manga. Con tu técnica, había varias, lanzabas tu bola a chocar con la de tu conpañero y empezaba la rutina. Con el primer choque se decía: dedo. Tenía que caber un dedo entre las dos bolas. Se daba un segundo choque y se decía: cuarta y tenía que caber una cuarta entre las dos bolas chocadas. Al tercer choque se decía: pie y tenía que caber entre ellas tu pie. Al cuarto cloque se decía: bola y tenía que caber una bola. El último choque, el más complicado, se decía carambola y tenía que haber una distancia de tres pies. Acto seguido se lanzaba a "gua" y si la bola entraba en el "gua", el eliminado te tenía que pagar una bola. Y empezaba la persecución de otra bola. Si fallabas, alguien venía por ti y si te eliminaban, pagabas y cuando ya no quedaba bola que perseguir se empezaba partida nueva.
Las bolas eran de diferentes materiales y valor. La mas simple era la de barro. Duraba poco, se descascarillaban, y enseguida llegaba la inflación y al final nadie apostaba bolas de barro. Siguiendo la jerarquía, estaban las de piedra. Las había de distintos tamaños y colores. A mi eran las que más me gustaban. Después las de vidrio, muy vistosas, con muchos colores y simetrías, parecían caleidoscopios. Las de más valor eran las de acero, brillantes y pesadas que no había quien las moviese con los cloques para las carambolas. La mayoría de chavales capitalinos tenían su bolsa de tela con cuerda corrediza para guardar y transportar su tesoro caniquero. Otra variante, más simple, era jugar a matar. Consistía en hacer "gua", hacer un cloque, decir: muerto y volver a meter "gua". La garza consistía en dibujar una elipse en el suelo con una punta, lima u objeto punzante y cada jugador depositaba una bola dentro de la elipse. Buscar el orden de salida en la reya de mano y por orden ir lanzando la canica con la que jugases contra las bolas que estaban depositadas dentro de la garza. La bola que salía era tuya, pero si la bola con la que jugabas se quedaba dento de la garza, quedabas eliminado.
Llegué a tener canicas de piedra, alguna de cristal y no llegué a la bola de acero. Aprendí, perdiendo, como se debe aprender, pero no llegué ni a ser mediano jugador. Más de una vez se nos hizo de noche en aquella esplanada- callejón de detrás de las vías del tren de vía estrecha.
Un abrazo.
Brillante, la explicación.
"Aprendí, perdiendo, comos se debe aprender..."
Lectura muy amena.
Me pregunto: ¿Si a los niños de ahora, les explicasen como se jugaba a las cánica?... ¿Cual sería su respuesta?...
Quizás con esta retaila de palabras tan bien unidas, y con tanto sentimiento, SI podría aprender.
Todo es cuestión de intentarlo.
Un saludo
"Aprendí, perdiendo, comos se debe aprender..."
Lectura muy amena.
Me pregunto: ¿Si a los niños de ahora, les explicasen como se jugaba a las cánica?... ¿Cual sería su respuesta?...
Quizás con esta retaila de palabras tan bien unidas, y con tanto sentimiento, SI podría aprender.
Todo es cuestión de intentarlo.
Un saludo