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FOLLOSO: La foto que yo guardo en mi retina tenía otra perspectiva....

La foto que yo guardo en mi retina tenía otra perspectiva. Yo vivía en la casa cimera de la foto que se adivina entre los árboles. Pero esta visión desde la fuente de Abajo la reconocería entre un millón y muy canasado tendía que estar para no reconocer, la huerta de los frutales de Manuela de Vito, aunque la cancela a la parte derecha de la reconstruida pared ya no se ve. El espacio comunal que formaban la Fuente, el pozo de lavar y algún otro manantial y el abrevadero y la condución del agua, entre roldos,
hacia el pozo de regar del prao Cuartero están algunas desaparecidos y otros ocupados por el asfalto que se adivina por las señales de circulación y por las fuertes y curvas protecciones justicieras de moteros.

Si seguimos Vega arriba todo está inmaculado, sólo el agua va abriendo sus caminos y deja entrever el pimer verde remediador de la rima del pajar. Todos esos praos de la pequeña vallina tienen agua y están protegidos por las casas y darán el primer verde en febrero para alimentar al ganado que ha permanecido en el establo perdiendo las grasas que en el frondoso verano y en la otoñada había acumulado. Eran los praos más valiosos, eran cercanos, se podía ir a buscar un cesto de verde a cualquier hora. El gadaño y el rastro estaban de guardia en el prao que no se llamaba prao. Tenía tal categoría e importancia que se llamaban "Las Huertas".

El último prao que se ve es el prao La Cuesta, protegido por la pared de la huerta de los Guindales dónde yo hacía "culumbretas" y llegaba mareado y nunca derecho hasta la hilera de manzanos de reineta de nuestra Huerta. En los años cincuenta dónde están los manzanos hoy, había negrillos. Me acuerdo de uno gigantesco que siempre tenía prendido el aire en sus hojas. Recuerdo el otoño que lo tumbaron los portugueses. Abatido por las sierras y los machados y las pinas se salió de los confines de la Huerta. Hicieron tablones de aquel tronco gigante y hubo serrín para la lumbre muchos días. Cuando en verano había que ir a pelar hoja de negrillo para los cerdos, tuve que cambiar el itinerario. Ya no podía subir al viejo negrillo y cortar unos ramos con los que enseguida llenaba el caldero.

El edificio más metido en las huertas es el pajar de Teófilo, un casirón que en la llanada lo acompañaba un peral enorme, muy alto, de peras redondas, únicas. Daba muchas y según iban madurando, iban cayendo y el suelo era una siembra de peras verdes, blancas, amarillas y alguna "morga", pero todas redondas y sabrosas. Todo mundo cogía, había muchas, hasta para llenar los serones y los rapaces de la casa, a los pueblos, con la romana, iban a vender.

A la derecha del pajar había un nisal y a sus pies el más frondoso ortigal. Nadie miraba pal nisal, ni nadie cultivaba las ortigas, pero estaban lustrosas hasta las finas vellosidades de sus hojas a distancia se veían. Era un ortigal, alto, frondoso, brillante, tupido, peludo y hasta olía con ese olor penetrante que casi repele y ya de oler pica. Pues este rapacín una siesta, que nunca dormía, se las ingenió para subir al nisal. Por el tronco era imposible, la ortiga guardaba el nisal, pero mira tú por dónde que desde el techo del pajar había acceso directo a una rama y de allí a los nisos, coser y cantar. Pensado y ejecutado. Objetivo alcanzado. Estaba repaladeando los mejores nisos del pueblo. Aposente mis ligeras posaderas en un gajo traicionero que sin saber cómo ni por qué, se arrancó de cuajo y me fui con el gajo bien asido al medio, medio del frondoso ortigal. Iba con manga corta, pantalones de los de enseñar muslo entero. Los pelos urticarios me zurcieron bien zurcido. No era un rapacín, era una inflamación aniñada, el picor supino, la desesperación andante en busca del consuelo de la madre.

Un abrazo
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Muy bueno Peña, eso te pasó por lambrión, JeJe.
Un abrazo.