Hacía pocos días que había sido el Santo Angel de la Guarda y habíamos ido a felicitar a los que llevaban ese nombre y a recibir la copina y yo, muy niño todavía, unas galletinas que en aquellos tiempos sabían a gloria bendita. Enseguida llegó San José y antes de que acabase marzo marcero Doña Rosita ya nos había anunciado las vacaciones de Semana Santa y nos había puesto deberes. Teníamos que aprender el Catecismo de memoria con las preguntas y las respuestas. A la vuelta de las vacaciones nos lo preguntaría. Tanto podía hacer una pregunta cómo decirnos la respuesta y nosotros teníamos que ponerle la pregunta correspondiente. "Y quien mejor se lo sepa tendrá un premio. Le regalaré un libro de cuentos de Hans Crhistian Andesen".
Después de mi casa, subiendo por la Peñas de Arriba, a mano derecha, estaban los Huertos de Arriba que eran de Eufronio. Todavía se notaban los vestigios de que aquellas paredes habían correspondido a una casa habitada de Folloso. Las paredes eran anchas, de piedra bastante regular y aunque se araba todo, había algún trozo de huerta que estaba enmarcada por cuatro paredes altas y se notaba el espacio dónde habían estado enclavadas las puertas de entrada. Una de esas paredes de los Huertos era paralela a la pared de la cocina vieja de mi casa y de los contiguos casirones dónde había vivido Isabelona de la que tengo muy borrosos recuerdos. Era una pared ancha, bien conservada, sin ningún portillero, coronada por un buen matorral de hiedra que la cubría longitudinalmente y en toda su superficie por la parte interna. En el extremo sur de la pared había unos huecos y unos salientes que los años de uso de subir por ellos se notaban y eran como las pistas para ir al otro lado. Yo los tenía muy estudiados y no tenía ninguna dificultad para encaramarme a la cima de la pared y caminar por la mullida hiedra de hojas acorazonadas y brillantes de olor fuerte y denso a naturaleza profunda. Realmente era un escondrijo en el que me gustaba perderme. La hiedra era muy frondosa y agarrada a la pared había desarrollado unos ramajes que ya no eran trepadores y pegados a las piedras, sino que eran verdaderas ramas que me tapaban y me protegían de caer laterlmante hacia un lado o hacia otro. Las hojas eran tupidas y allí en medio, del uso, tenía una especie de cueva-cama protegido del viento y bañado por los rayos de sol de marzo, que aunque decían que el sol de marzo caía como un mazo a mi me gustaba estar a la abrigada entre la hiedra verde y profunda como las lagartijas.
El catecismo que teníamos que aprender con preguntas y respuestas tenía un formato rectangular pequeño, pastas negras y letra pequeña. Preguntas en negrita y respuestas en tipografía normal. El contenido era del siguiente tenor: " ¿Qué es Fe? Creer lo que no vimos". ¿Por dónde se entra a la Santa Madre Igresia? Por el Santo Sacramento del Bautismo".
En cualquier momento, pero especialmente después de comer, con el catecismo dentro del jersey, desaparecía y me refugiaba en mi cueva-cama refugio de la hiedra. Tumbado panza arriba y tapando el sol con el catecismo iba interiorizando las preguntas y las respuestas. De tanto en tanto escuchaba a mi madre preguntar por mi o la voz de mi hermana llamándome. Hasta alguna vez oía el comentario de mi padre: " ¿dónde estará este jodido"? Y también me llamaba. Yo seguro en mi refugio dominador, contenía un poco la respiración, paralizaba mis extremidades para evitar todo movimiento y sostenía para adentro la risa placentera de sentirte importante, querido, buscado. Cuando ya habían desaparecido las prisas y las insistencias de mi búsqueda, bajaba de la pared y corriendo, a todo meter, rodeaba la casa por la era y por el huerto de los frutales y aparecía debajo del nogal o ya subiendo las escaleras en busca del pasillo para entrar en la cocina se sopetón y dar un susto. Y contestar: Por ahí. A lo mejor me llamaban para merendar y para decirme que se pasarían las vacaciones y no habría estudiado el catecismo. Yo callaba y por dentro les decía sin voz: eso es lo que vosotros os pensáis.
Pasada la Pascua, que no fuimos al Castillo, porque llovió y no hubo manera de que escampara. Mi padre ya había sentenciado que: Navidades al sol, Pascuas al humo. Llegó el momento de rendir cuentas del catecismo. Nos iba haciendo preguntas a los tres que nos había puesto deberes, los otros eran de primeras letras todavía y cuando alguien falallaba los otros podían contestar. Me llevé el libro de Andersen para casa y antes de enseñarlo me fui a la hiedra a leer el primer cuento.
Un abrazo
Después de mi casa, subiendo por la Peñas de Arriba, a mano derecha, estaban los Huertos de Arriba que eran de Eufronio. Todavía se notaban los vestigios de que aquellas paredes habían correspondido a una casa habitada de Folloso. Las paredes eran anchas, de piedra bastante regular y aunque se araba todo, había algún trozo de huerta que estaba enmarcada por cuatro paredes altas y se notaba el espacio dónde habían estado enclavadas las puertas de entrada. Una de esas paredes de los Huertos era paralela a la pared de la cocina vieja de mi casa y de los contiguos casirones dónde había vivido Isabelona de la que tengo muy borrosos recuerdos. Era una pared ancha, bien conservada, sin ningún portillero, coronada por un buen matorral de hiedra que la cubría longitudinalmente y en toda su superficie por la parte interna. En el extremo sur de la pared había unos huecos y unos salientes que los años de uso de subir por ellos se notaban y eran como las pistas para ir al otro lado. Yo los tenía muy estudiados y no tenía ninguna dificultad para encaramarme a la cima de la pared y caminar por la mullida hiedra de hojas acorazonadas y brillantes de olor fuerte y denso a naturaleza profunda. Realmente era un escondrijo en el que me gustaba perderme. La hiedra era muy frondosa y agarrada a la pared había desarrollado unos ramajes que ya no eran trepadores y pegados a las piedras, sino que eran verdaderas ramas que me tapaban y me protegían de caer laterlmante hacia un lado o hacia otro. Las hojas eran tupidas y allí en medio, del uso, tenía una especie de cueva-cama protegido del viento y bañado por los rayos de sol de marzo, que aunque decían que el sol de marzo caía como un mazo a mi me gustaba estar a la abrigada entre la hiedra verde y profunda como las lagartijas.
El catecismo que teníamos que aprender con preguntas y respuestas tenía un formato rectangular pequeño, pastas negras y letra pequeña. Preguntas en negrita y respuestas en tipografía normal. El contenido era del siguiente tenor: " ¿Qué es Fe? Creer lo que no vimos". ¿Por dónde se entra a la Santa Madre Igresia? Por el Santo Sacramento del Bautismo".
En cualquier momento, pero especialmente después de comer, con el catecismo dentro del jersey, desaparecía y me refugiaba en mi cueva-cama refugio de la hiedra. Tumbado panza arriba y tapando el sol con el catecismo iba interiorizando las preguntas y las respuestas. De tanto en tanto escuchaba a mi madre preguntar por mi o la voz de mi hermana llamándome. Hasta alguna vez oía el comentario de mi padre: " ¿dónde estará este jodido"? Y también me llamaba. Yo seguro en mi refugio dominador, contenía un poco la respiración, paralizaba mis extremidades para evitar todo movimiento y sostenía para adentro la risa placentera de sentirte importante, querido, buscado. Cuando ya habían desaparecido las prisas y las insistencias de mi búsqueda, bajaba de la pared y corriendo, a todo meter, rodeaba la casa por la era y por el huerto de los frutales y aparecía debajo del nogal o ya subiendo las escaleras en busca del pasillo para entrar en la cocina se sopetón y dar un susto. Y contestar: Por ahí. A lo mejor me llamaban para merendar y para decirme que se pasarían las vacaciones y no habría estudiado el catecismo. Yo callaba y por dentro les decía sin voz: eso es lo que vosotros os pensáis.
Pasada la Pascua, que no fuimos al Castillo, porque llovió y no hubo manera de que escampara. Mi padre ya había sentenciado que: Navidades al sol, Pascuas al humo. Llegó el momento de rendir cuentas del catecismo. Nos iba haciendo preguntas a los tres que nos había puesto deberes, los otros eran de primeras letras todavía y cuando alguien falallaba los otros podían contestar. Me llevé el libro de Andersen para casa y antes de enseñarlo me fui a la hiedra a leer el primer cuento.
Un abrazo