Nicanor. (I)
Al subir desde la Fuente por las Peñas de Abajo, dejabas a la derecha la alta pared de la huerta de los frutales de Manuela de Vito. Había mucho desnivel y la pared era alta desde el camino, pero bajita desde la huerta que en aquella zona estaba poblada de guindales de diferentes edades que daban unas guindas de diferentes medidas y coloraciones. A mi las que más me gustaban eran las gordas y casi moradas del rojo intenso de un guindal que crecía en la zona que la pared era más alta. Eran dulces pero con el agrio suficiente para que no empalagaran y nunca acababas con plena satisfacción, el ratito que asaltabas los guindales mientras las vacas apaciguaban su sed después de la camitata de la Reguera, de la Llama del Cotao, de Villamil o de Llamasdequintas. Yo también apciguaba mi sed con aquellas guindas medio robadas, porque tenías conciencia que estabas cogiendo algo que no era tuyo. El día de confesiones te arrepentías de haber cometido pecado de hurto y enumerabas, unas veces, las huertas con los nombres de los amos y otras veces, la lista de las frutas y te eran perdonados esos pecados que nunca supe bien si eran veniales o mortales, con unas Ave Marías, Un Yo pecador y unos cuantos Padrenuestros. Nadie, nunca me dijo nada, aunque, seguramente, tampoco me vieron porque era muy sagaz y en aquellos tiempos no hacía mucho bulto. Además Manuela eara muy mayor y Alicia de lejos no veía muy bien. Lo digo porque alguna vez que nos tocó ir juntos con la vecera de las ovejas comprobé que confundía ovejas con escobas frecuentemente. Cuando las vacas ya estaba en fila por la peñas arriba, me descolgaba por aquella pared muy húmeda con bastante musgo y que el agua y el tiempo habían construido algunos entrantes para colocar los pies y estirar los brazos y que la caída en el camino fuese desde lo más abajo posible para no "reblincarte" un pie. A la izquierda del camino quedaban las paredes de los Huertos de la Peña con los nisales que daban los nisos más dulces de todo el pueblo y los mejores "cornezuelos" cuando los nisos todavía estaban en flor. Y en un momento, se abría el "cañal" entre las dos paredes y empezaban las Peñas de Abajo que lucían roca blanca rosada a diferencia de las Peñas de Arriba que eran azuladas y antes que el camino volviese a estrecharse para desembocar en la zona noble de Folloso, allí, a la izquierda se presentaba dominadora con sus puertas carretales a la izquierda y su balcón de doble hoja con las contras siempre echadas. La casa de Nicanor. Las puertas carretales eran amplias, grandes, despintadas. Dejaban adivinar un color azul antiguo y se cobijaban bajo un techado a tres aguas, dos aguas comunes como casi todos los portales, pero aquella tercera agua en forma de visera a mi siempre me llamó la atención. Las ventanas eran bajas y una estaba a la altura de la cabeza de quien estuviese sentado en el poyo de piedra que siempre vigilaba el Cuartero y las tierras del vago de Abajo.
Al subir desde la Fuente por las Peñas de Abajo, dejabas a la derecha la alta pared de la huerta de los frutales de Manuela de Vito. Había mucho desnivel y la pared era alta desde el camino, pero bajita desde la huerta que en aquella zona estaba poblada de guindales de diferentes edades que daban unas guindas de diferentes medidas y coloraciones. A mi las que más me gustaban eran las gordas y casi moradas del rojo intenso de un guindal que crecía en la zona que la pared era más alta. Eran dulces pero con el agrio suficiente para que no empalagaran y nunca acababas con plena satisfacción, el ratito que asaltabas los guindales mientras las vacas apaciguaban su sed después de la camitata de la Reguera, de la Llama del Cotao, de Villamil o de Llamasdequintas. Yo también apciguaba mi sed con aquellas guindas medio robadas, porque tenías conciencia que estabas cogiendo algo que no era tuyo. El día de confesiones te arrepentías de haber cometido pecado de hurto y enumerabas, unas veces, las huertas con los nombres de los amos y otras veces, la lista de las frutas y te eran perdonados esos pecados que nunca supe bien si eran veniales o mortales, con unas Ave Marías, Un Yo pecador y unos cuantos Padrenuestros. Nadie, nunca me dijo nada, aunque, seguramente, tampoco me vieron porque era muy sagaz y en aquellos tiempos no hacía mucho bulto. Además Manuela eara muy mayor y Alicia de lejos no veía muy bien. Lo digo porque alguna vez que nos tocó ir juntos con la vecera de las ovejas comprobé que confundía ovejas con escobas frecuentemente. Cuando las vacas ya estaba en fila por la peñas arriba, me descolgaba por aquella pared muy húmeda con bastante musgo y que el agua y el tiempo habían construido algunos entrantes para colocar los pies y estirar los brazos y que la caída en el camino fuese desde lo más abajo posible para no "reblincarte" un pie. A la izquierda del camino quedaban las paredes de los Huertos de la Peña con los nisales que daban los nisos más dulces de todo el pueblo y los mejores "cornezuelos" cuando los nisos todavía estaban en flor. Y en un momento, se abría el "cañal" entre las dos paredes y empezaban las Peñas de Abajo que lucían roca blanca rosada a diferencia de las Peñas de Arriba que eran azuladas y antes que el camino volviese a estrecharse para desembocar en la zona noble de Folloso, allí, a la izquierda se presentaba dominadora con sus puertas carretales a la izquierda y su balcón de doble hoja con las contras siempre echadas. La casa de Nicanor. Las puertas carretales eran amplias, grandes, despintadas. Dejaban adivinar un color azul antiguo y se cobijaban bajo un techado a tres aguas, dos aguas comunes como casi todos los portales, pero aquella tercera agua en forma de visera a mi siempre me llamó la atención. Las ventanas eran bajas y una estaba a la altura de la cabeza de quien estuviese sentado en el poyo de piedra que siempre vigilaba el Cuartero y las tierras del vago de Abajo.