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FONCEBADON: Yo nací en Foncebadón, toda mi familia tanto por parte...

HISTORIAS JACOBEAS
El pueblo que resurgió en el Camino
Es el primer pueblo leonés que renace de sus cenizas. Su sangre jacobea le ha salvado

Una cruz recuerda a los peregrinos que llegan a Foncebadón. Al fondo se ven las casas derruidas y la nueva construcción de los últimos años. MAURICIO PEÑA
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En Foncebadón no hay cementerio. Ningún vecino está enterrado en el pueblo más alto de la ruta jacobea entre la Maragatería y el Bierzo. Sus habitantes se fueron en la gran emigración de los años 60 y 70 del siglo pasado, y con ellos todos sus recuerdos. Sí es verdad que hay un lugar que se conoce así, como el cementerio, que dista del pueblo unos 500 metros. Dicen que allí estuvo el monasterio de Gaucelmo. Aún hoy una pequeña pared de piedra resiste el embate del tiempo, pero no hay restos de tumbas ni nadie deja flores por el Día de los Santos. “Hace unos años vinieron unos franceses y estuvieron estudiando la zona, pero no sabemos más”, explica Enrique Notorio, el primer repoblador del pueblo hace ya 11 años.
Su restaurante, La taberna de Gaia, quiere ser fiel al pasado de Foncebadón. Por eso, él y su mujer se visten con trajes medievales para servir comidas y cenas a peregrinos y visitantes. Enrique llegó en 1999 harto de la ciudad y después de varios años dedicado a la cerámica y la escultura. Su negocio es un canto a su forma de entender la vida. Muebles de peral, tejados de paja y pizarra… hasta el cierre exterior de madera lleva su firma artesana.
Foncebadón está situado poco antes de llegar a la Cruz de Ferro, a un par de kilómetros de uno de los grandes hitos del Camino de Santiago a su paso por la provincia. Durante muchos años, la única casa abierta fue la de María y su hijo Ángel. Poco a poco, el resto se fueron desplomando como consecuencia del abandono y el cruento invierno, como si un terremoto quisiera enterrar para siempre siglos de historia. Foncebadón está situado en la falda del monte Irago, que significa sagrado. Y allí también, la leyenda, o la historia, dicen que el monje Gaucelmo levantó una albergue y un hospital para peregrinos en el siglo XI.
Cuando llegó Enrique nadie miraba para Foncebadón. Pese a estar en una de las zonas más emblemáticas del Camino de Santiago, los peregrinos pasaban de largo por la carretera sin querer entrar en el pueblo.
María y su hijo Ángel eran unos desconocidos para todos, hasta el día que la solitaria de Foncebadón denunció en alto que el Obispado de Astorga se quería llevar las campanas de la iglesia. Qué más da que se las lleven, pensaron muchos, si no hay ni cura ni misas en el pueblo. No. Era algo fundamental. Sin campanas, explicó María a quien quiso escucharle, nadie sabría de ellos si un día pasaba algo.
Las campanas no se desmontaron. Foncebadón no murió y hasta su hijo Ángel se plantea ahora reconvertir una vieja nave de ganado en albergue de peregrinos. Como si se tratara de un milagro, Foncebadón ha empezado a escribir una nueva historia.
Las calles no están asfaltadas y muchas casas siguen en ruina, pero en diez años se han construido cuatro albergues y un restaurante para acoger a los peregrinos que pasan camino de Santiago. “Podrían hacerse más cosas si se vendieran más casas. Ahora la gente, o las restauran ellos, o no las venden, pensado que un día pueden valer más”, añade Enrique, el dueño del restaurante, estos días medio cerrado, salvo para alguna comida, a la espera de que llegue la mejor temporada en muchos años, allá por el mes de mayo.
Foncebadón pertenece al Ayuntamiento de Santa Colomba de Somoza. En el Madoz, ese libro que tantos historiadores citan para conocer la historia de cada pueblo, se dice que en 1845 el pueblo tenía 188 almas. En el Nomenclator del Obispado de Astorga de 1881 se sube esa cifra a 217 habitantes y en la Guía de la Diócesis de 1930 se baja el número a 130. Hoy, según la página web municipal, sólo queda uno empadronado (no se dice pero debe ser Ángel, el hijo de María). “Más o menos, en invierno somos una diez, y ya no le digo en verano”, explica también Enrique.
Según el mismo Madoz, el pueblo llegó a contar con 48 casas. Algunas han sido recuperadas, la mayoría por madrileños descendientes de antiguos vecinos.
En esta década, muchas cosas han cambiado. Y es que hasta la iglesia, que estuvo a punto de caerse, hoy comparte una parte religiosa con un albergue para peregrinos.
El otro que está abierto estos días es el de Marta. Es gallega y tiene una niña pequeña. No sabe si se quedará mucho tiempo, porque tiene la intención de trasladarse a otro albergue a Finisterre, pero como Enrique cree que Foncebadón merece una oportunidad. “Es un lugar mágico, sorprendente. No entiendo cómo la gente ha olvidado durante tantos años este pueblo, con la gran importancia que tiene el Camino de Santiago”.
“Nosotros nos conformamos con seguir adelante. No ganamos mucho dinero, pero estamos muy bien aquí”, añade.
Con Marta, en el albergue trabajan dos personas más, un catalán y un joven de origen checo, que también coinciden en el potencial de Foncebadón, más en un año jacobeo.
El paisaje es estos días espectacular. Con el Teleno nevado al fondo y una suave orografía de montañas, verdes y cielo azul. El Año Jacobeo marcará un antes y un después también para Foncebadón.
LA CRONICA 31-1-2010

Yo nací en Foncebadón, toda mi familia tanto por parte materna como paterna son originarios de este pueblo, y me gustaría decir que no es cierto que no exista cementerio, existe y efectivamente es en ese recinto cerrado con piedra y restos de una torre donde puedo certificar que descansan los restos de numerosos habitantes que vivieron y murieron aquí. Tanto es así que mis abuelos paternos y mi abuela materna están enterrados allí. Claro que no hay flores, ni se ven los restos de las tumbas! y en gran parte es por la desidia de un Alcalde (Santa Colomba de Somoza) que recoge grandes beneficios de este pueblo, sobre todo con la madera de los numerosos robles que están repartidos por todo el monte, pero que no invierte ni un céntimo en restaurar y conservar este cementerio, como tampoco se interesa en absoluto por arreglar la calle principal del pueblo por donde miles de peregrinos pasan todos los años, camino de Santiago. Y llevamos flores, porque el monte que rodea a este pueblo posee una flora con una variedad casi ilimitada, y dentro de nuestras posibilidades cada verano que pasamos allí entramos en el cementerio y lo limpiamos de malas hierbas, porque no existe una puerta en condiciones sino una especie de "cancela" que los propios vecinos de este pueblo hemos fabricado para mantenerlo cerrado y que no de la impresión de ser un montón de piedras abandonadas, y que de esta forma se siga respetando la memoria de cuantos descansan allí.