Sin saberlo lo viví durante varios años con una gatita que se agregó; era toda ternura exigente, suave, sedosa y quejona, muy quejona. Mimosa hasta el hartazgo. Una tarde murió en forma imprevista. Me costó mucho consolarme de su
ausencia. Duerme en un
rincón soleado del
jardín, la llamaba "Rucuca"