NOCHE DE ANIMAS
Esta historia la contaba la “Tía Isidora” en la Noche de ánimas, alrededor de la lumbre, en los “filanderos”, en noches oscuras, sin luna y los mas pequeños arracimados a su alrededor la escuchábamos fascinados y temerosos.
La anciana tía suspiraba, se hacía un poco de rogar y comenzaba la anhelada historia:
Érase una noche de ánimas, ya sabéis esa noche en la que los difuntos vuelven a sus lugares de origen, tañen las campanas y las ánimas de los muertos envueltas en sus sudarios salen a los caminos reluciendo como relámpagos en la oscuridad, espantando a los lobos y demás bicho viviente, si hay nieve al día siguiente se ven claramente impresas sus huellas descarnadas, nadie puede salir de casa después de medianoche; Pues bien en una noche de esas unos golpes secos resuenan en la puerta de D. Manuel, el médico de Riello y un señor le apremia para que visite a un pariente de Rosales, la criada con cara espantada le avisa: D. Manuel no irá usted a salir en esta noche de ánimas, esta noche solo a ellas les pertenece, espere a que se haga de día hombre, D. Manuel duda un instante, pero al fin decide visitar al enfermo y ordena, ¡Prepararme el caballo! y no creáis todo lo que se cuenta, la criada insiste en que no salga, sabe que su amo es un valiente, pero en esa noche a muchos valientes se le ha helado la sangre en las venas, D. Manuel no salga mire que oscura esta la noche y “la Labiada” está llena de lobos que la nieve ha echado de los montes del Valle Gordo.
D. Manuel la mira un instante monta en el caballo y le dice: Bueno, prepárame unas sopas de ajo muy calientes para cuando vuelva. Y se aleja en su ruano blanco hacia Rosales, atraviesa el río Omaña, caudaloso y bravío en esta época, sube la empinada cuesta de Castro, pasa por Campo de la Lomba, deja atrás Santibáñez y Folloso y poco antes que dieran las doce de la noche comienza la ascensión a Rosales.
De repente Sonaron lejanas unas campanadas que a D. Manuel se le antojaron tristísimas y un viento helado le azotó el rostro, el caballo comenzó a piafar, a estremecerse y a mostrar signos de un cansancio brutal, sudaba y sudaba y tanto era el sudor que se formaba espuma blanca en sus hijares, D. Manuel lo animaba pero poco después de las ultimas llamas de Folloso el caballo ya no podía ni andar y los ojos se le salían de las órbitas moviéndose en todas direcciones.
En esto al valiente doctor le parece sentir rumor de pasos, un crujir de ropas que se arrastran, respiraciones fatigosas y cánticos apagados de ultratumba, se volvió inquieto en su montura y lanzó un grito de espanto al divisar que agarrados ala cola del caballo formando una fila larga y fantasmagórica había una legión de atormentadas almas en pena que lo miraban a través de las cuencas vacías de sus ojos y le dirigían palabras ininteligibles.
Largo rato el intrépido médico se quedó inmóvil y aterrado contemplando aquella extraña comitiva que solo se disolvió al notar la presencia de luces de faroles que resultaron ser del Cura de Vegarienza que acompañado del sacristán venían de vuelta de Rosales de suministrar la extremaunción al enfermo.
Dicen que después de esa terrible noche al buen médico D. Manuel no se le ocurrió jamás salir en Noche de Animas.
Esta historia la contaba la “Tía Isidora” en la Noche de ánimas, alrededor de la lumbre, en los “filanderos”, en noches oscuras, sin luna y los mas pequeños arracimados a su alrededor la escuchábamos fascinados y temerosos.
La anciana tía suspiraba, se hacía un poco de rogar y comenzaba la anhelada historia:
Érase una noche de ánimas, ya sabéis esa noche en la que los difuntos vuelven a sus lugares de origen, tañen las campanas y las ánimas de los muertos envueltas en sus sudarios salen a los caminos reluciendo como relámpagos en la oscuridad, espantando a los lobos y demás bicho viviente, si hay nieve al día siguiente se ven claramente impresas sus huellas descarnadas, nadie puede salir de casa después de medianoche; Pues bien en una noche de esas unos golpes secos resuenan en la puerta de D. Manuel, el médico de Riello y un señor le apremia para que visite a un pariente de Rosales, la criada con cara espantada le avisa: D. Manuel no irá usted a salir en esta noche de ánimas, esta noche solo a ellas les pertenece, espere a que se haga de día hombre, D. Manuel duda un instante, pero al fin decide visitar al enfermo y ordena, ¡Prepararme el caballo! y no creáis todo lo que se cuenta, la criada insiste en que no salga, sabe que su amo es un valiente, pero en esa noche a muchos valientes se le ha helado la sangre en las venas, D. Manuel no salga mire que oscura esta la noche y “la Labiada” está llena de lobos que la nieve ha echado de los montes del Valle Gordo.
D. Manuel la mira un instante monta en el caballo y le dice: Bueno, prepárame unas sopas de ajo muy calientes para cuando vuelva. Y se aleja en su ruano blanco hacia Rosales, atraviesa el río Omaña, caudaloso y bravío en esta época, sube la empinada cuesta de Castro, pasa por Campo de la Lomba, deja atrás Santibáñez y Folloso y poco antes que dieran las doce de la noche comienza la ascensión a Rosales.
De repente Sonaron lejanas unas campanadas que a D. Manuel se le antojaron tristísimas y un viento helado le azotó el rostro, el caballo comenzó a piafar, a estremecerse y a mostrar signos de un cansancio brutal, sudaba y sudaba y tanto era el sudor que se formaba espuma blanca en sus hijares, D. Manuel lo animaba pero poco después de las ultimas llamas de Folloso el caballo ya no podía ni andar y los ojos se le salían de las órbitas moviéndose en todas direcciones.
En esto al valiente doctor le parece sentir rumor de pasos, un crujir de ropas que se arrastran, respiraciones fatigosas y cánticos apagados de ultratumba, se volvió inquieto en su montura y lanzó un grito de espanto al divisar que agarrados ala cola del caballo formando una fila larga y fantasmagórica había una legión de atormentadas almas en pena que lo miraban a través de las cuencas vacías de sus ojos y le dirigían palabras ininteligibles.
Largo rato el intrépido médico se quedó inmóvil y aterrado contemplando aquella extraña comitiva que solo se disolvió al notar la presencia de luces de faroles que resultaron ser del Cura de Vegarienza que acompañado del sacristán venían de vuelta de Rosales de suministrar la extremaunción al enfermo.
Dicen que después de esa terrible noche al buen médico D. Manuel no se le ocurrió jamás salir en Noche de Animas.