Decía mi párroco, don Antonio de Cossío y Escalante, aristócrata de cuna y pluma, sacerdote de cuerpo entero, que en la vida de un hombre siempre tiene que haber un
campanario.
No hay eje más evidente de la geografía física y humana de
España que las enhiestas
torres de nuestras
catedrales,
iglesias,
conventos,
ermitas y demás lugares sacros, vigías de
historia y de una cultura que se ha hecho materia y forma de trascendencia.
El otrora cardenal Joseph Ratzinger confesó, un día, al periodista
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