Bajo el Cordel de
Salce, seco y polvoriento, labró mi abuelo sus tierras, con su pareja de
vacas, hasta quedar sin aliento.
Cuando
joven pateé con mi hermano y mis primos aquello que un día lejano sirvió a los mios de sustento.
Nosotros andábamos de
caza, carríamos tras las perdices y liebres, que en otro tiempo abundaban.
Y ahora
paseo cansino por aquel mismo lugar, no hay centeno, tampoco hay caza, sólo queda el terreno, sigue seco, polvoriento y poblado de escobales.
¡Ay!... si mi abuelo
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