En una aldea de Omaña localiza la tradición, a mediados del siglo XIX, el episodio de la Política y la Rústica. ¡Qué dos tipos! Se llamaban Pompilia e Hilaria, si no ricas, sí de buen pasar. Llamaban a la primera “la política” y a la segunda “la rústica”. Doña Pompilia era larga y escurrida, se alimentaba de tilas y de papillas y hablaba con palabra y repalabra, elevando los ojos al cielo. Doña Hilaria era pequeña y gorda, con mucho remango, no guardaba arrumacos, comía mucho y a dos carrillos y se expresaba como Dios le daba a entender. Mucho sufría la hidalga con la tosquedad de su hermana, a la que no había conseguido aleccionar. Estaba recién llegado un joven médico de Palencia para sustituir al titular del pueblo, cuando le llamaron urgentemente porque una de las hermanas parecía al borde de la muerte. Fue el médico a la casa de las hermanas y entró en la habitación de la enferma -que no era otra que Doña Pompilia- a la que se encontró asomando por el embozo de las sábanas con una cofia llena de puntillas.
- ¿Qué le pasa a usted, señora?
-Pues señor doctor, cúmpleme manifestarle que he cenado ciringuillas, se me han puesto en el crisol, duéleme la media luna, me tiemblan ambas columnas y se me ha desarmado el artificio.
El médico, que se iba quedando pasmado a medida que la enferma se explicaba, abriendo mucho los ojos dijo:
-Señora, yo no comprendo ese lenguaje tan fino ¿podría hablarme de su mal en términos mas asequibles a mi ignorancia?
Doña Pompilia, llamó a su hermana y le ordenó:
-Hilaria, explícale al doctor lo que me pasa con tu lenguaje rústico que el político no lo entiende.
-Pues mire usté, don médico, la mi hermana ha cenao habarracas, se le han puesto en el pechaco, duélele la cabeza, tiémblale las dos pernancas y toda se escagarraca.
El joven tuvo que hacer uso de sus últimos arrestos para no caer desplomado después del chaparrón de la rústica y muy azorado se acercó a la enferma y le dijo entre gallos:
-Señora Doña Ciringuilla…
La enferma, ante el infeliz exabrupto, se incorporó en el lecho gritando:
- ¡Salga de mi presencia, ignorante, yo me llamo, de fuero y pila, Pompilia Violante García y García de los Castros Grandes de Trascastro, mayorazga de Villamor!
El joven salió de la casa, no sin despedirse:
-Adios, adiós señora, que se le componga el artificio… ¡y la cabeza, qué falta le hará!
Y el médico cogió sus bártulos y se largó a Palencia, dejándole una nota al titular para no volver jamás.
- ¿Qué le pasa a usted, señora?
-Pues señor doctor, cúmpleme manifestarle que he cenado ciringuillas, se me han puesto en el crisol, duéleme la media luna, me tiemblan ambas columnas y se me ha desarmado el artificio.
El médico, que se iba quedando pasmado a medida que la enferma se explicaba, abriendo mucho los ojos dijo:
-Señora, yo no comprendo ese lenguaje tan fino ¿podría hablarme de su mal en términos mas asequibles a mi ignorancia?
Doña Pompilia, llamó a su hermana y le ordenó:
-Hilaria, explícale al doctor lo que me pasa con tu lenguaje rústico que el político no lo entiende.
-Pues mire usté, don médico, la mi hermana ha cenao habarracas, se le han puesto en el pechaco, duélele la cabeza, tiémblale las dos pernancas y toda se escagarraca.
El joven tuvo que hacer uso de sus últimos arrestos para no caer desplomado después del chaparrón de la rústica y muy azorado se acercó a la enferma y le dijo entre gallos:
-Señora Doña Ciringuilla…
La enferma, ante el infeliz exabrupto, se incorporó en el lecho gritando:
- ¡Salga de mi presencia, ignorante, yo me llamo, de fuero y pila, Pompilia Violante García y García de los Castros Grandes de Trascastro, mayorazga de Villamor!
El joven salió de la casa, no sin despedirse:
-Adios, adiós señora, que se le componga el artificio… ¡y la cabeza, qué falta le hará!
Y el médico cogió sus bártulos y se largó a Palencia, dejándole una nota al titular para no volver jamás.