Corría la primera ronda de la Vecera de la Braña. El sol se ponía, atardecía, y un "mozo" de unos quince años, osea yo, mete las jatas y las novillas, no recuerdo si había alguna "machorra" para el corral, y tranca el cancillón. Cumplía las indicaciones que mi madre me había dando antes de salir casa al alba. Previamente, había atado el caballo por una pata delantera con una cadena larga a un espino que había por la parte de abajo del corral. "No sea que se venga por la noche y tengas que venir andando con la albarda a cuestas".
Entré el chozo, ya estaba oscuro, prendí la lumbre con los palos que por el día había ido recogiendo, recordando aquello de "la leña en cruz ni arde ni da luz". Cené tranquilamente sentado en el palo largo, que a modo de banco, estaba junto a la pared y la ciembrera puesta encima de la mesa de piedra. Se oía bufar la lumbre, rumiar a las vacas y, de vez en cuando, el sonido tenue de los cencerros. La cama estaba hecha, desde la siesta, consistía en un armazón de tablas, sobre un muro ancho de piedra, cubiertas con ramas de piornos y de roble que por encima se ponía la manta y de cabecera la albarda.
No tenía sueño, ni frío, aunque sólo quedaban las brasas de la primera fogata, decidí no echar más trampas y salí a ver el panorama.
Desde la puerta del chozo se seguían oyendo a las vacas, algún estornudo del "Moro" y el movimiento de las hojas de los robles que estaban por la parte de arriba, aunque no hacía nada de viento. El cielo estaba estrellado y el campo tenía un color negro, que de vez en cuando intuías verde muy oscuro. Me alejé unos pasos del chozo, no sé cuántos, en dirección hacía el centro del campo de arriba. Ya no se oían los ruidos de los animales ni el movimiento de las hojas, di otros pasos más y, para mi sorpresa, descubrí que el silencio tiene un sonido característico se oye y casi aturde. Sabía dónde estaba, adivinada el Cordel, el Alto de los Bayos, el Alto del Calero, la Peña del Rayo, y si giraba la cabeza Curueña,...... No se veía el suelo, el cielo estaba estrellado, pero las estrellas sólo dan luz para que se vean, no para alumbrar (iluminar). Ignoro el tiempo que estuve escuchando el silencio y "observando" el panorama.
Di media vuelta para volver a chozo y me asusté un poco o un mucho, sólo se seguía viendo el cielo estrellado ¿dónde está la luna? me preguntaba. No sabía, realmente, lo que me había alejado, desanduve, a tientas, unos cuantos pasos, que se hacían eternos. Respiré profundo cuando escuché un badajo, por los sonidos me fui guiando. La puerta del chozo había quedado entreabierta, y por la rendija se veían unas brasas. Otra respiración profunda y de alivio, pues me había visto durmiendo en el campo y cayéndome la escarcha. Sople sobre las brasas les puse unas ramas, para conseguir ver para tumbarme.
Con los primeros rayos del sol me desperté, comí lo que quedaba de merienda, dejando, por supuesto, lo correspondiente para el "pan de pajarines".
Todo estaba en orden, le puse la albarda al caballo y ayudándome del estribo me monté y para casa, había cumplido el Turno de la Vecera. Creo recordar que en el Alto de la Cavadura me crucé con el relevo.
Entré el chozo, ya estaba oscuro, prendí la lumbre con los palos que por el día había ido recogiendo, recordando aquello de "la leña en cruz ni arde ni da luz". Cené tranquilamente sentado en el palo largo, que a modo de banco, estaba junto a la pared y la ciembrera puesta encima de la mesa de piedra. Se oía bufar la lumbre, rumiar a las vacas y, de vez en cuando, el sonido tenue de los cencerros. La cama estaba hecha, desde la siesta, consistía en un armazón de tablas, sobre un muro ancho de piedra, cubiertas con ramas de piornos y de roble que por encima se ponía la manta y de cabecera la albarda.
No tenía sueño, ni frío, aunque sólo quedaban las brasas de la primera fogata, decidí no echar más trampas y salí a ver el panorama.
Desde la puerta del chozo se seguían oyendo a las vacas, algún estornudo del "Moro" y el movimiento de las hojas de los robles que estaban por la parte de arriba, aunque no hacía nada de viento. El cielo estaba estrellado y el campo tenía un color negro, que de vez en cuando intuías verde muy oscuro. Me alejé unos pasos del chozo, no sé cuántos, en dirección hacía el centro del campo de arriba. Ya no se oían los ruidos de los animales ni el movimiento de las hojas, di otros pasos más y, para mi sorpresa, descubrí que el silencio tiene un sonido característico se oye y casi aturde. Sabía dónde estaba, adivinada el Cordel, el Alto de los Bayos, el Alto del Calero, la Peña del Rayo, y si giraba la cabeza Curueña,...... No se veía el suelo, el cielo estaba estrellado, pero las estrellas sólo dan luz para que se vean, no para alumbrar (iluminar). Ignoro el tiempo que estuve escuchando el silencio y "observando" el panorama.
Di media vuelta para volver a chozo y me asusté un poco o un mucho, sólo se seguía viendo el cielo estrellado ¿dónde está la luna? me preguntaba. No sabía, realmente, lo que me había alejado, desanduve, a tientas, unos cuantos pasos, que se hacían eternos. Respiré profundo cuando escuché un badajo, por los sonidos me fui guiando. La puerta del chozo había quedado entreabierta, y por la rendija se veían unas brasas. Otra respiración profunda y de alivio, pues me había visto durmiendo en el campo y cayéndome la escarcha. Sople sobre las brasas les puse unas ramas, para conseguir ver para tumbarme.
Con los primeros rayos del sol me desperté, comí lo que quedaba de merienda, dejando, por supuesto, lo correspondiente para el "pan de pajarines".
Todo estaba en orden, le puse la albarda al caballo y ayudándome del estribo me monté y para casa, había cumplido el Turno de la Vecera. Creo recordar que en el Alto de la Cavadura me crucé con el relevo.
Hola Tene,
Muy bien escuchado el silencio que aturde. Preciosa descripción con utilización perfecta de nustros giros y nuestros "palabros".
Aunque el silencio te aturdía sabías perfectamente dónde estabas, adivinabas, entre otros, el Cordel, lo cual indica que tu mirada en otros momentos diurnos se dirigía a ese punto. Desde otras peñas, en los Valles, entre Folloso y Guisatecha, otro rapacín también miraba el Cordel. En ese punto, sin saberlo confluíamos y compartíamos los picos y los valles, las formas y los colores de nuestra Montaña. Hoy, muchos años después, por mor de la tecnología, compartimos miradas en los mismos textos que nos rememoran la niñez en nuestros, La Urz y Folloso, pueblos que nos moldearon para siempre.
Me ha sabido tu relato a "pan de pajarines".
Un abrazo.
Muy bien escuchado el silencio que aturde. Preciosa descripción con utilización perfecta de nustros giros y nuestros "palabros".
Aunque el silencio te aturdía sabías perfectamente dónde estabas, adivinabas, entre otros, el Cordel, lo cual indica que tu mirada en otros momentos diurnos se dirigía a ese punto. Desde otras peñas, en los Valles, entre Folloso y Guisatecha, otro rapacín también miraba el Cordel. En ese punto, sin saberlo confluíamos y compartíamos los picos y los valles, las formas y los colores de nuestra Montaña. Hoy, muchos años después, por mor de la tecnología, compartimos miradas en los mismos textos que nos rememoran la niñez en nuestros, La Urz y Folloso, pueblos que nos moldearon para siempre.
Me ha sabido tu relato a "pan de pajarines".
Un abrazo.