Corría el mes de diciembre y había una bufa de mil demonios. El cielo está cubierto con unas nubes de color gris blanquecino.
Apenas falta unos segundos para ser las tres de la tarde, y unos niños van entrando en la escuela quitándose el pasamontañas y los guantes o manoplas de lana. Dejando las madreñas al lado de la carbonera, se llamaba así, aunque allí nunca había habido carbón, sólo leña de roble.
- Venga, entrar rápido e ir acercándoos a calentaros, hace un frío que pela, hoy he puesto la estufa, dice la maestra. Habitualmente, sólo se prendía por las mañanas.
Con celeridad, los chavales rodean la estufa y extienden sus manos para calentarse. También desprende calor el tubo de la chimenea. Aceleran el calentamiento frotándoselas.
- Según vayáis entrando en calor, os vais sentando en vuestro banco y cogéis la pizarra y el pizarrín porque hoy toca dictado y hacer unas cuentas.
Más de uno pensó, “qué bien se está junto la estufa”, podíamos seguir un rato, pero nadie dijo nada y se fueron sentando. Todos permanecieron con el abrigo o el mantín puesto.
Los niños y niñas, aunque compartían clase, estaban divididos en tres grupos, en función de su edad. El material de estudio se contenía en la enciclopedia Álvarez.
- Cuando acabéis de apuntar estas cuentas para que hagáis en casa, hemos terminado. Dijo la maestra
- Buenas tardes y hasta mañana, si Dios quiere, decían según se levantaban. Se dirigieron a la salida y se volvían a poner sus pasamontañas, sus guantes y calzarse sus madreñas.
Al salir, vieron que el cielo tenía el mismo color que al entrar pero el frío cortante y el aire gélido había desaparecido, casi molestaban las prendas de abrigo
¡Está más caliente en la calle que en la escuela! Comentó alguien.
Cuando los de la Cascariella enfilaron el camino de casa, comenzaron a caer unos copos de nieve que poco a poco iban aumentando en intensidad.
Un rapacín sube las escaleras, apresuradamente, y se pone detrás de los cristales de la ventana del corredor para ver cómo nevaba, y, observa, que entre los copos que caen hay unos mucho más grandes: “los zalámpagos”. Intenta contar los que van cayendo en el corral, pero no puede por que se entremezclan y los que sigue con la mirada se van cruzando con los otros más pequeños, y aparecen nuevos zalámpagos que no tenía localizados. Va reduciendo el espacio a controlar pero cada vez caen más copos grandes y pequeños lo que hace imposible su suma, por lo que decide centrarse sólo en la zona de inicio de la escalera. En ese sitio, al estar a la abrigada, caían en menor cantidad, además, la luz de la cocina iluminaba el espacio. La oscuridad se estaba echando encima. Y él seguía peleándose con la suma de zalámpagos y el espacio. De pronto oye la voz de su madre: ¿Hoy no vas a merendar?.
- Mamá, mira como nieva.
- Si hijo, sí, como no pare mañana habrá una manta. Pero anda, entra en la cocina a merendar que tienes que hacer los deberes.
De vez en cuando se giraba para seguir viendo nevar, pero fue perdiendo interés pues no veía el suelo del corral.
Al ir a acostarse vio como ya estaba todo cubierto y seguía nevando.
- Venga, arriba, que es hora de levantarse, aunque por la mañana no podréis ir a la escuela, hasta que no hagan la buelga.
El niño salió corriendo a asomarse a la ventana del corredor, todo estaba cubierto de nieve y seguía nevando menos copiosamente. Desde las escaleras por el corral abajo y camino de la cuadra estaba hecho un pasillo y con montones de nieve a sus lados: “la buelga”
Vio a su padre que venía con la pala al hombro y, al llegar al medio del corral, comenzó a introducirla en círculo en la nieve y sacaba unas paladas muy grandes que depositaba en la orilla del caminín que hacía, de vez en cuando la untaba con sebo para que no se pegara la nieve.
Fue la primera vez que comprendí lo que era nevar.
¡Feliz Navidad!
Apenas falta unos segundos para ser las tres de la tarde, y unos niños van entrando en la escuela quitándose el pasamontañas y los guantes o manoplas de lana. Dejando las madreñas al lado de la carbonera, se llamaba así, aunque allí nunca había habido carbón, sólo leña de roble.
- Venga, entrar rápido e ir acercándoos a calentaros, hace un frío que pela, hoy he puesto la estufa, dice la maestra. Habitualmente, sólo se prendía por las mañanas.
Con celeridad, los chavales rodean la estufa y extienden sus manos para calentarse. También desprende calor el tubo de la chimenea. Aceleran el calentamiento frotándoselas.
- Según vayáis entrando en calor, os vais sentando en vuestro banco y cogéis la pizarra y el pizarrín porque hoy toca dictado y hacer unas cuentas.
Más de uno pensó, “qué bien se está junto la estufa”, podíamos seguir un rato, pero nadie dijo nada y se fueron sentando. Todos permanecieron con el abrigo o el mantín puesto.
Los niños y niñas, aunque compartían clase, estaban divididos en tres grupos, en función de su edad. El material de estudio se contenía en la enciclopedia Álvarez.
- Cuando acabéis de apuntar estas cuentas para que hagáis en casa, hemos terminado. Dijo la maestra
- Buenas tardes y hasta mañana, si Dios quiere, decían según se levantaban. Se dirigieron a la salida y se volvían a poner sus pasamontañas, sus guantes y calzarse sus madreñas.
Al salir, vieron que el cielo tenía el mismo color que al entrar pero el frío cortante y el aire gélido había desaparecido, casi molestaban las prendas de abrigo
¡Está más caliente en la calle que en la escuela! Comentó alguien.
Cuando los de la Cascariella enfilaron el camino de casa, comenzaron a caer unos copos de nieve que poco a poco iban aumentando en intensidad.
Un rapacín sube las escaleras, apresuradamente, y se pone detrás de los cristales de la ventana del corredor para ver cómo nevaba, y, observa, que entre los copos que caen hay unos mucho más grandes: “los zalámpagos”. Intenta contar los que van cayendo en el corral, pero no puede por que se entremezclan y los que sigue con la mirada se van cruzando con los otros más pequeños, y aparecen nuevos zalámpagos que no tenía localizados. Va reduciendo el espacio a controlar pero cada vez caen más copos grandes y pequeños lo que hace imposible su suma, por lo que decide centrarse sólo en la zona de inicio de la escalera. En ese sitio, al estar a la abrigada, caían en menor cantidad, además, la luz de la cocina iluminaba el espacio. La oscuridad se estaba echando encima. Y él seguía peleándose con la suma de zalámpagos y el espacio. De pronto oye la voz de su madre: ¿Hoy no vas a merendar?.
- Mamá, mira como nieva.
- Si hijo, sí, como no pare mañana habrá una manta. Pero anda, entra en la cocina a merendar que tienes que hacer los deberes.
De vez en cuando se giraba para seguir viendo nevar, pero fue perdiendo interés pues no veía el suelo del corral.
Al ir a acostarse vio como ya estaba todo cubierto y seguía nevando.
- Venga, arriba, que es hora de levantarse, aunque por la mañana no podréis ir a la escuela, hasta que no hagan la buelga.
El niño salió corriendo a asomarse a la ventana del corredor, todo estaba cubierto de nieve y seguía nevando menos copiosamente. Desde las escaleras por el corral abajo y camino de la cuadra estaba hecho un pasillo y con montones de nieve a sus lados: “la buelga”
Vio a su padre que venía con la pala al hombro y, al llegar al medio del corral, comenzó a introducirla en círculo en la nieve y sacaba unas paladas muy grandes que depositaba en la orilla del caminín que hacía, de vez en cuando la untaba con sebo para que no se pegara la nieve.
Fue la primera vez que comprendí lo que era nevar.
¡Feliz Navidad!