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LA URZ: Joselin, no, no, no me ha pillado la rueda del carro,...

Joselin, no, no, no me ha pillado la rueda del carro, pero al ver tu mensaje me acordé de que, en una ocasión valté el carro con follacos en la carretera, cerca del Alto de la Prida.
Hace muchos años, no recuerdo cuántos, el Concejo decidió que, ese año, correspondía aquiñonar las Matas de Valdemiriel para los follacos.
Los quiñones se hacían repartiendo el trozo de monte, en partes más o menos iguales con el número de carros de follacos. Para ello, un grupo de vecinos en paralelo se van introduciendo en el bosque y desde enfrente, o una zona dominante, el alcalde, generalmente, dirigía el reparto. A la voz de situación o dónde estáis, los vecinos se paraban y movían una trampa, con unas indicaciones y pequeños desplazamientos se conseguía trazar una alineación recta. Cuando lo estaba, gritaba marcar con el uno (I). Se empleaban los números romanos, aunque el cuatro eran cuatro rayas IIII, el nueve se escribía: VIIII. Nunca se ponía el número que resta. En una ocasión pregunté el porqué. La respuesta fue: “Así, aunque se mire de al revés nadie confunde el cuatro con el seis, el nueve con el once, el catorce con el dieciséis, el diecinueve con el veintiuno, y así sucesivamente”. De una lógica aplastante.
Cuando se iban haciendo los quiñones, si alguno veía que su zona tenía pocas trampas o eran malas lo anunciaba y se daban unos pasos más a ese quiñón.
La grabación del número se hacía con la navaja, la hoz o una machetina pequeña, tras dar un tajo a un gayo de la trampa, sin desprenderlo del todo.
Nos había tocado en la parte de arriba de la Mata de Enmedio de Valdemiriel. Por la mañana se habían cortado las trampas, se habían hecho los feijes con las cebillas y puesto a orear. Al caer la tarde, cargamos los carros de las vacas para transportarlos para casa.
Yo picaba el segundo carro; la pareja de vacas se llamaban Almendra y Serrana, hasta llegar a la carretera andaban garbosas detrás del picador. Al llegar a la misma, que no estaba asfaltada, pero si tenía pequeñas piedras incrustadas en su calzada, para evitar el barro en el invierno y el desplazamiento del firme (tierra) con la lluvia, salvo en los pequeños senderos formados por el uso junto al discurrir de las cunetas; comenzaron los problemas. Cada una quería coger el piso favorable y tiraba de la otra que, a su vez se retorcía y apretaba el culo contra la caña del carro. Yo aguijonaba a una para que dejase de atravesarse, pero apenas avanzaba unos metros se rebotaba y ni aguijada ni nada, entonces lo intentaba con la otra, pero obtenía el mismo resultado. Como estaba hasta las narices, nada más pasar la curva del Árbol, me coloque por el lado izquierdo, pues por el derecho discurría el ribero de las tierras de las Camparinas de Abajo y no había riesgo de volcar para ese lado.
Al pasar la salida de los prados del Árbol, la que iba por el lado malo- centro- de la carretera se cansó de ser la sacrificada y comenzó a correr y tirar de la otra. De nada sirvió el ¡jo! ¡jo!.. cada vez más corría. No puede ponerme delante, y tanto corrió y tiró que al incorporarse a su sendero el carro se salió de la carretera y volcó. La rueda que quedó arriba no sé las vueltas que daría. No hizo falta cortar el sobeo pues no quedó ninguna vaca entallada. Una vez vaciado el carro se levantó con la ayuda de la pareja, se volvió a cargar y para casa. Lo que son las cosas, las vacas me siguieron como velas.