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LA VEGA DE ROBLEDO: EL PANTANO DE LUNA Y...

EL PANTANO DE LUNA Y
SUS PEQUEÑOS AFLUENTES

Cuando allá por los años cuarenta comenzó la construcción del pantano de Luna, los aficionados al río, concretamente los pescadores de mano, soñaban con grandes pescatas. El embalse sería como una inmensa piscifactoría y los pequeños afluentes, algo así como los pueblos de la Sierra para los habitantes del gran Madrid. Un lugar de recreo, de descanso, de esparcimiento.

Las truchas dejarían las frías aguas del gran estanque y volarían a las más templadas de los afluentes, para descansar, cambiar de alimento, contemplar las hermosas riberas y buscar nuevos horizontes, aventurándose río arriba, hasta el nacimiento. Buscar ese algo, algo misterioso que la trucha de río encuentra debajo de algunas piedras, llegando hasta el fondo de las mismas, sea para placer, descanso, seguridad...

Y la trucha pequeña ¿quién lo iba a dudar? La trucha pequeña, hasta de 120 gramos o algo más, buscaría el río como único medio de supervivencia.

Sin duda ninguna, en los pantanos como el Luna, la vida de la trucha pequeña, es muy dura, muy difícil. Salvarse del acoso de sus hermanas mayores, casi un milagro. Los miles de truchas de kg. o más, buscan afanosamente, día y noche, saciar su voracidad sometiendo a las más chicas a una persecución constante.

En esa gran masa de agua, la trucha pequeña no tiene escapatoria; avanza menos que la grande y no tiene donde guardarse. A la que echen el ojo o «caiga en desgracia» no la salva nadie. Y cuidado que una trucha come.

Volviendo a las expectativas del embalse, hay que decir que nuestros sueños acabaron como el de la lechera.

La cesta se quebró como el cántaro y aquello de llegar al río y en menos que canta un gallo, llenarla, se fue como un sueño, pero con un despertar un tanto desapacible. ¡Qué desilusión! Como para no volver al río.

La primera vez que llegué al río de Caldas, ya embalsado el pantano, comencé a revolver piedras en los mismos limites del río y del pantano. Piedras fenomenales que aún están allí.

Esperaba de un momento a otro encontrarme con la primera trucha de kg. A estas alturas, después de muchos años, casi sigo esperando.

Recorrí unos 500 m. de río; pude atrapar algunas, pero ninguna era del pantano. Al año siguiente repetí la experiencia. A 200 m. del pantano, debajo del puente que da paso a los pueblos de Caldas, La Vega y Robledo, encontré una trucha de kg. Una trucha de cabeza grande pero bien proporcionada la longitud y el grosor. Era del pantano. Ni una más.

Tres años después, 400 m. arriba del puente susodicho, topé una trucha muy desproporcionada. Estaba debajo de una gran piedra. Tengo que confesar que sentí mucho reparo cuando recorrí con la mano el cuerpo de aquel animal tan largo, muy pocas carnes y cabeza grande. Pesó un kg. En condiciones normales, para pesar más de dos.

¿Cómo estaba allí?

Remontó el río y por los motivos que hayan sido, no pudo volver al pantano. Acabó con las truchas del pozo y con todas las que tenían la osadía de acercarse por sus dominios.

¿Y después? A pasar hambre.

El río de Caldas. como tantos otros ríos de nuestra montaña, no tiene despensa para saciar la voracidad de estas truchas grandes.

Dos truchas, sólo dos, después de varios años de búsqueda incansable.

En estos mismos años. visité en dos ocasiones el río de Abelgas. Río estupendo para la pesca a mano, desde la central eléctrica hasta la desembocadura en el pantano. No logré encontrar ni una trucha del pantano.

El pueblo de Laguelles quedó cubierto por las aguas, pero su río, auténtico río de montaña. nacido a la sombra de un peñón gigantesco, puede recorrer libremente 1.500 m. antes de ser absorbido por el embalse. Sus aguas son muy frías y muy batidas y la trucha pequeña pero finísima.

Desde el pueblo de Mallo y después de recorrer seis km. por el monte, se llega a la majada de ovejas trashumantes que tiene allí su asiento, lo mismo que el chozo del pastor, en algunas casas abandonadas, no cubiertas por las aguas del embalse.

El valle comienza a despertar. Ovejas, mastines, perros careas, yeguas y dos pastores. Todo se pone en movimiento.

El pastor llama a los mansos y comienza el desfile. Van saliendo de la majada sin prisa. Un pastor a la cabeza, mientras el otro «arrebate» los corderos pequeños. Tendrán que quedarse en el aprisco, con la pena de las madres que berras cada poco y vuelven la vista atrás, para decirles odios.

! Buenos días, amigos! Les dije, acercándome a ellos.

Buenos días.

-Como no hay prisa para entrar en el río les acompaño un buen trecho.

Las ovejas tienen buen pelaje, lo mismo que las yeguas. Los pastores me lo confirman, alegando que, este puerto tiene buenas hierbas.

-El lobo ¿da guerra?

-No lo hemos visto. Alguna noche los perros se han puesto un poco alborotados, pero carne no nos han hecho.

- ¿Y de truchas?

-Nada.

- ¿Ni pescan a mano ni ponen cuerdas en el pantano?

-Eso no nos va.

-Pero hombre, un platín de truchas de cuando en cuando...

-Si las comeríamos, pero el río no nos llama. Tenemos conservas en el chozo.

-Está muy avanzado el mes de agosto y las aguas del pantano han bajado muchos metros.

Son las dos de la tarde y comienzo a mirar las piedras que durante muchos meses estuvieron cubiertas por las aguas del embalse, ni una sola pieza que tropiezo.

Sigo río arriba sin prisa.

-El agua está helada, tanto como la del embalse. Fuera ya del cauce del río que estuvo cubierto por las aguas, comienzo a sacar alguna trucha, más bien cuarteroneras, auténticas de río.

Finalizo la jornada, más muerto que vivo, con un botín que no supera la docena de truchas, ni una del pantano.

Con esta jornada trucheril doy por finalizada la experiencia. Las truchas criadas en el pantano, no suben a los ríos afluentes.

Cierto que en algunos suben a desovar, al de la Vega-Robledo pero, ¿qué tanto por ciento de alevines se quedan en el río? Para mí, muy pocos o ninguno.

Más tarde me lo confirmarían las gentes de los pueblos. El río viene a tener las mismas truchas que antes del pantano.

Aún más. Cuando en el mes de junio las sedientas tierras del Páramo leonés piden agua, el nivel del pantano comienza a bajar.

Tierras que hace meses no ven la luz del sol, van quedando al descubierto. Son tierras muertas, pero no tardará en apuntar la vida. Finas hierbas, muy verdes, irán cubriendo las tierras que han podido desembarazarse de las aguas.

El cauce del Luna corno el de sus afluentes aparece completamente limpio. Los mimbrales que lo enmarcaban han muerto debajo de las aguas. Como recuerdo de aquella frondosidad, alguna estaca seca, que al menor golpe de cayada, se quiebra.

En las aguas tampoco hay vida. La trucha del pantano, a medida que van bajando las aguas, se retira. El cauce del río está limpio de maleza, pero sin vida.

Los pescadores de la zona me confirman que en algún pozo grande, puede quedar alguna trucha de 500 o 1.000 gr., pero muy contadas.

CONCLUSIÓN

La mucha del pantano, ni remonta los afluentes ni se queda en el río Luna y afluentes cuando las aguas del cuenco los abandonan para fertilizar nuevas tierras.

Se cumple el dicho: La oveja y la vaca, donde nacen, pacen. Hace unos años era muy rentable y divertido pescar en las aguas del pantano, sobre todo con cuerdas que se dejaban a lo largo de toda la noche; hoy, ya no.

Salen muy pocas truchas. ¿Cuál es la causa?

¿No desovan? ¿Enfermedad? ¿Contaminación de las aguas? Nadie lo sabe.

Habría que vaciar el pantano y hacer un estudio de la cantidad, tamaño y estado de las truchas.

Tengo para mí que la principal razón está en el elevado número de truchas grandes que alberga el pantano.

En el año 60 una fuga de agua obligó a vaciar el cuenco. Por las compuertas de fondo, obligadas por la presión del agua, salió tal cantidad de truchas -se hablaba de toneladas- que hubo para dar y tomar. Las había de todos los tamaños y para todos los gustos. La mayor fue la conseguida por Andrés Suárez. más conocido por «Ventorro», que dio un peso de nueve kg.

En un km. de río, donde quiera que se metiese la sacadera, salían truchas. Auténticas bodas de Camacho para los ribereños y alguno más.

Si el número de truchas en el pantano va disminuyendo, también la calidad. A medida que van pasando los años, la trucha es más basta, de piel más gruesa y escamosa y de peor sabor.

No podíamos imaginar que aguas abajo del pantano, la pesca a mano había terminado. En los meses de julio y agosto, las aguas, frías y reguladas, acabarían con todos los sistemas de pesca, exceptuando la tiradera y la caña.

Río de Caldas de finísima trucha.

Río de Laguelles, ni una trucha como muestra.

Laguelles. Han bajado las aguas, la vida renace.

Las orillas sin vida, los mimbrales han muerto.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
¿Este escrito es tuyo?.
Es muy ameno y muestra gran conocimiento de la pesca.
Los ratos que pasabamos en las peñascas de villar de cos, pescando a moruca. Yo pasaba bastante miedo de caer al agua, pero me gustaba tanto que lo superaba. Y todo para pescar un callo o dos, nunca llegué a más.
Lo de pescar a mano ya era otra cosa, me superaba el miedo a coger una culebra, una rana y una rata. Y la pesca a caña en el río nunca me resultó divertida.