El reparto de los párrocos
El panorama político del momento, la falta de sensibilidad hacia un patrimonio que se consideraba rural y, por tanto, de segundo orden, y el ‘traspaso’ de la diócesis de Oviedo a la de León, favorecieron «el desorden en torno a la titularidad de los bienes eclesiásticos y la anarquía dentro de los procesos de traslado de las imágenes y retablos», destaca Villanueva, autora de una concienzuda tesis doctoral que no elude quién se llevó los objetos religiosos de mayor valor y dónde fueron a parar.
Al final, los propios párrocos, las juntas vecinales y los particulares se arrobaron el derecho de decidir su destino. Fueron ellos quienes se encargaron del traslado de las piezas, que, en el mejor de los casos, acabaron en los pueblos aledaños.
Explica la historiadora que «don Eladio, párroco de Sena, junto con don Mariano, párroco de Miñera, llevaron a cabo la repartición de las tallas religiosas», que fueron entregadas a las poblaciones cercanas o vendidas a particulares y anticuarios, como la virgen de marfil de Miñera. Los habitantes de las poblaciones inundadas dieron la voz de alarma ante algunas ventas fraudulentas y la Guardia Civil llego a intervenir para evitar el expolio.
«El párroco de Barrios de Luna fue quien vendió las imágenes de la Virgen y San Juan que formaban parte del calvario que ocupaba el retablo mayor de la iglesia para la mejora del templo».
La mala conservación de muchos retablos, afectados por carcoma y humedades, propició que muchos fueran troceados; y las partes mejor conservadas, vendidas a coleccionistas. En Pobladura se sustituyó el viejo retablo por el de Lagüelles, que hubo de ser reformado para que encajara en su nueva ubicación.
El panorama político del momento, la falta de sensibilidad hacia un patrimonio que se consideraba rural y, por tanto, de segundo orden, y el ‘traspaso’ de la diócesis de Oviedo a la de León, favorecieron «el desorden en torno a la titularidad de los bienes eclesiásticos y la anarquía dentro de los procesos de traslado de las imágenes y retablos», destaca Villanueva, autora de una concienzuda tesis doctoral que no elude quién se llevó los objetos religiosos de mayor valor y dónde fueron a parar.
Al final, los propios párrocos, las juntas vecinales y los particulares se arrobaron el derecho de decidir su destino. Fueron ellos quienes se encargaron del traslado de las piezas, que, en el mejor de los casos, acabaron en los pueblos aledaños.
Explica la historiadora que «don Eladio, párroco de Sena, junto con don Mariano, párroco de Miñera, llevaron a cabo la repartición de las tallas religiosas», que fueron entregadas a las poblaciones cercanas o vendidas a particulares y anticuarios, como la virgen de marfil de Miñera. Los habitantes de las poblaciones inundadas dieron la voz de alarma ante algunas ventas fraudulentas y la Guardia Civil llego a intervenir para evitar el expolio.
«El párroco de Barrios de Luna fue quien vendió las imágenes de la Virgen y San Juan que formaban parte del calvario que ocupaba el retablo mayor de la iglesia para la mejora del templo».
La mala conservación de muchos retablos, afectados por carcoma y humedades, propició que muchos fueran troceados; y las partes mejor conservadas, vendidas a coleccionistas. En Pobladura se sustituyó el viejo retablo por el de Lagüelles, que hubo de ser reformado para que encajara en su nueva ubicación.