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montañas de oro y muerte, LAS MEDULAS

Hay enclaves que sorprenden a los sentidos; hay lugares elegidos para ser contemplados sin casi ser comprendidos; hay sitios donde la naturaleza y el hombre su conjuran para crear un espacio imposible. Todas estas definiciones se pueden aplicar en Las Médulas, consideradas Patrimonio de la Humanidad. Allí, en la comarca leonesa del Bierzo, esperan montañas en escorzo, vaciadas a golpes de riñón para conseguir sostener económicamente al Imperio más importante de la antigüedad. Por: Francisco J. B. Manzano

La todopoderosa Roma encontró en estas montañas del noroeste español las minas de oro con las que debía poner pax en todas sus posesiones. La impresionante labor que allí se realizó fue una mezcla de ingenio y técnica. Una curiosidad: en estos tiempos de batallas políticas por los trasvases hídricos en la Península, cabe recordar que hace 20 siglos los romanos ya desviaron el cauce de un río, el Duero, para satisfacer sus intereses económicos. Guerras y riqueza son parte de la historia de un lugar elegido.

Antes de que las potentes legiones romanas conquistaran aquellas tierras, los astures eran los que habitaban estas montañas. Fue en época del emperador Augusto, entre los años 23 y 19 antes de Cristo, cuando Roma terminó de conquistar el noroeste peninsular. El oro era la base de la economía de un imperio que tiene demasiados frentes a los que atender. El aureus (moneda de oro) se convierte en el pilar sobre el que se sostiene todo el sistema civil romano. Allí, bajo aquellas montañas doradas se escondía el Dorado que buscaba Roma. Había tanto metal precioso que los propios romanos se sorprendieron de la mina con la que habían topado. Desde allí se sacaría el suficiente oro para mantener buena parte de la costosa burocracia de Roma. Ya los astures y los pueblos castrenses que habitaron la comarca habían descubierto la riqueza de aquellos terrenos. Hay algunos tesoros, que se han encontrado en posteriores excavaciones, que demuestran que los pueblos prerromanos conocían el valioso secreto de las montañas. Hubo guerras y derramamiento de sangre. De hecho, las tropas llegadas de la Península Itálica encontraron un pequeño castro que estaba empezando a levantar una muralla de piedra para defenderse del invasor. No llegaron a tiempo. Los romanos les hicieron desmontar una a una las piedras que simbolizaban el desafío. El oro fue el siguiente paso.

Comenzó entonces una lucha entre el hombre y la naturaleza. La montaña esconde al precioso metal en su estómago. Los romanos demostraron una capacidad técnica propia de siglos más avanzados. Tanto, que inventaron los, en la actualidad, polémicos trasvases. Tuvieron que desviar del Duero hasta el Sil. ¿Por qué? Porque la montaña se vaciaba con un complejo sistema de canalizaciones que inyectaba agua hasta sus entrañas. En concreto, el sistema utilizado por los romanos para extraer el oro de Las Médulas se denominaba “Ruina Montium”, que significa “derrumbar los montes”. Se desviaba el agua proveniente de las montañas más altas, a través de canales excavados en la roca que podían llegar a alcanzar los 100 kilómetros de longitud. Luego, todo ese agua se acumulaba en embalses que se construían a distintas alturas, entre los 700 y los 1.000 metros. A su vez, se realizaban túneles o galerías que atravesaban las montañas. Llegado el momento, se hacía correr el agua de los embalses por los túneles, a gran velocidad, para arrancar aluviones de las paredes y del techo, hasta que producía el derrumbe total de la galería. Realmente, era una obra de de gran complejidad técnica, que todavía hoy tiene provoca admiración.

Se calcula que más de 500 millones de toneladas de material se removieron entre aquellos riscos. La montaña se derrumbaba, literalmente, de forma controlada. Luego, en inmensos lavaderos, se extraían las pepitas de oro. Los números de aquella explotación son faraónicos. Se calcula que vivían en Las Médulas de forma permanente 60.000 personas, aunque es una afirmación no muy contrastada. Miles de trabajadores que estaban deformando la montaña. No lo hicieron en vano, entre 1.500.000 y 1.650.000 kilogramos de oro fueron de allí extraídos. Un Dorado inventado que mantuvo las arcas del imperio durante tres siglos.

La obra realizada es de una enorme complejidad técnica. Había que hacer galerías a golpe de martillo entre las piedras para ir posibilitando nuevas rutas hacia el tesoro.

La leyenda de aquel lugar hizo que el propio historiador, Plinio El Viejo relatara lo que allí acontecía: “las montañas son minadas a lo largo de una gran extensión mediante galerías hechas a la luz de lámparas, cuya duración permite medir los turnos y por muchos meses no se ve la luz del día. Este tipo de explotación se denomina 'arrugia' A menudo se abren grietas, arrastrando a los mineros en el derrumbamiento [...] Por ello se dejan numerosas bóvedas de piedra para sostener las montañas. En los dos tipos de trabajos se encuentran a menudo rocas duras; se las hace estallar a base de fuego y vinagre [o agua], pero a menudo, como en este caso, las galerías se llenan de vapor y humo; se destruyen estas rocas golpeándolas a golpes de martillos que pesan 150 libras [unos 50 kg.] y los fragmentos son retirados a las espaldas de hombres, [...] Acabado el trabajo de preparación, se derriban los apeos de las bóvedas desde los más alejados; se anuncia el derrumbe y el vigía colocado en la cima de la montaña es el único que se da cuenta de él. En consecuencia, da órdenes con gritos y con gestos para poner en aviso a la mano de obra y, a la vez, él mismo baja volando. La montaña, resquebrajada, se derrumba por sí misma a lo lejos, con un estruendo que no puede ser imaginado por la mente humana, así como un increíble desplazamiento de aire