.... y a todo cerdo le llega su San Martín.
Hace muchos años, casi siglos, durante nuestra niñez, en cada una de las casas del valle, se cultivaba un ejemplar animal de la raza porcina al que denominabamos, por estas lindes, "el gocho".
En el valle de Sabero había dos especies totalmente diferenciadas.
La primera era el animal de casa. El genuino, el auténtico, el que se ponía el babero él sólo en el día de su sacrificio.
La segunda era el gocho Santocatalino, que se adquiría en la feria de Cistierna y no tenía ninguna connotación familiar con sus sacrificantes. Algunos no llegaban a conocer nada de la familia de acogida dado el poco tiempo de convivencia. Triste pero verídico. No se llegaba a intimar y al pobre bicho se le congelaba la sangre y hacía perder las morcillas.
Tras el sacrificio sus jugosas carnes debían pasar el exigente control, LA PRUEBA, ante un jurado popular experto en todo tipo de catas. Este jurado, que se autonombraba por serlo de nacimiento, solía estar formado por:
El cura, que normalmente era el que más catas necesitaba para dar su nota.
El comandante de puesto de la guardia civil, que confirmaba la propiedad del porcino. (a veces acompañado por dos números o "pareja" que siempre acertaban a pasar por allí)
El señor veterinario, sabedor de triquinas y triquinosis. angel de la guarda de la tropa familiar.
Y... como no, los niños.
Esos expertos en sujetar el rabo del animal durante el sacrificio a la espera del asado de las pezuñas, manjar único y exquisito cual palo de regaliz de Florencia.
Así lo recuerdo yo y así era, por eso, los que esteis por Sabero en estas fechas acudid al evento. Unos para recordar, otros para reflexionar, los más... para ver si cae algo.
En resumen, para disfrutar. Que por lo menos el sacrificio del amigo cerdito no constituye la tortura de tiempos pasados. (Yo desde que ví la peli de "Baby, el cerdito valiente" ni lo cato).
Hace muchos años, casi siglos, durante nuestra niñez, en cada una de las casas del valle, se cultivaba un ejemplar animal de la raza porcina al que denominabamos, por estas lindes, "el gocho".
En el valle de Sabero había dos especies totalmente diferenciadas.
La primera era el animal de casa. El genuino, el auténtico, el que se ponía el babero él sólo en el día de su sacrificio.
La segunda era el gocho Santocatalino, que se adquiría en la feria de Cistierna y no tenía ninguna connotación familiar con sus sacrificantes. Algunos no llegaban a conocer nada de la familia de acogida dado el poco tiempo de convivencia. Triste pero verídico. No se llegaba a intimar y al pobre bicho se le congelaba la sangre y hacía perder las morcillas.
Tras el sacrificio sus jugosas carnes debían pasar el exigente control, LA PRUEBA, ante un jurado popular experto en todo tipo de catas. Este jurado, que se autonombraba por serlo de nacimiento, solía estar formado por:
El cura, que normalmente era el que más catas necesitaba para dar su nota.
El comandante de puesto de la guardia civil, que confirmaba la propiedad del porcino. (a veces acompañado por dos números o "pareja" que siempre acertaban a pasar por allí)
El señor veterinario, sabedor de triquinas y triquinosis. angel de la guarda de la tropa familiar.
Y... como no, los niños.
Esos expertos en sujetar el rabo del animal durante el sacrificio a la espera del asado de las pezuñas, manjar único y exquisito cual palo de regaliz de Florencia.
Así lo recuerdo yo y así era, por eso, los que esteis por Sabero en estas fechas acudid al evento. Unos para recordar, otros para reflexionar, los más... para ver si cae algo.
En resumen, para disfrutar. Que por lo menos el sacrificio del amigo cerdito no constituye la tortura de tiempos pasados. (Yo desde que ví la peli de "Baby, el cerdito valiente" ni lo cato).