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MANZANEDA DE OMAÑA: muy majo el relato, pobre hombre "pa haberse muerto"

Después de apurar el vaso de vino, aquel hombre se dirigió precipitadamente a la puerta de "Casa Sandalio" y en un suspiro bajó sus tres escalones. Tenía la intención de coger el rápido, que en ese momento emprendía su marcha, ráudo y veloz con destino a Villablino. Sus intentos fueron en vano, y corriendo y agitando las manos cómo aspas de molino, imploraba que detuvieran el vehículo y le acogieran en su seno. Desde su interior, Juanín el cobrador, le hacía señas de que desistiera de sus intentos, pués iban de completo y no cabía lugar para más ocupación. Bajó la cabeza y con gesto resignado, aceptó la cruda realidad, pero, de improviso, una extraña fuerza acudió a sus piernas y cual galgo, acosando a su presa, persiguió al coche de forma frenética y desesperada. A la altura de la casa de Bautista y Angelina, le dió caza y sus manos se aferraron, tal como uñas de milano, a la escalerilla trasera de la baca. Una vez en ella y jadeando sin cesar, sentó sus posaderas sobre su vieja maletona, atada con cuerdas deshilachadas. Parecía que el sosiego había llegado a su ánimo, y acosado por el cansancio, comenzó a desplegar un leve y reconfortante sueñecillo. Un gran bache en la carretera le espabiló de éste dulce trance. Miró a su alrededor y sólo vió variopintos equipajes, esportillos y algún que otro animaluco doméstico, atado de piés y manos; pero algo, entre éstos apilados montones, le llamó poderosamente la atención. Era un ataúd ó "caja de muerto" sin estrenar, que reluciente y rimbombante iba a esperar a su desdichado inquilino. Pensó en la brevedad de la vida y en su fatal destino y desenlace. Líó un cigarro con el poco "cuarterón"que le quedaba, y contemplando aquel delicioso espectáculo de la escobas en flor primaverales que iban quedando a su paso, se olvidó de penas, amarguras y de atavíos y vestimentas de pino. Poco le duraría éste placentero reposo, pués comenzó a diluviar de forma estrepitosa y contundente sobre su boina, ya clareada por el uso. La ropa comenzó a calársele y aterrado por el peligro de atrapar una perniciosa pulmonía, decidió sin más dilación, componenda o miramiento, introducirse el la "caja de muerto" y cubrirse convenientemente con la tapa. No se debía estar malagusto dentro, ya que nuestro querido viajero se entregó plácidamente a "los brazos de Morfeo". Pasó un mediano espacio de tiempo y cesó el brutal chaparrón. El coche de línea se detuvo en otro pueblo, y allí, otro ciudadano se subió también a la parte superior del autobús en cuestión. Se acomodó, miró a la "caja de difunto" y no percibió nada extraño, salvo las recientes gotas de lluvia que todavía rebalaban por su negra y satinada superficie; pero! oh malvada y lúgubre sorpresa!, sus ojos se abrieron cómo platos, su pelo se puso tieso cómo escarpia, su vientre se aligeró, su orina se escapó, su cuerpo tembló cómo una vara verde, sus dientes castañearon rítmicamente y su piel perdió toda la color. Delante de us narices aquel ataúd se abrió lenta, sigilosa y pausadamente, surgiendo una mano, después un brazo, y al unísono, una voz ronca, somnolienta y desgajada, clamaba desde dentro: ¿Ya ha parado de llover?... El nuevo ocupante de la baca, saltó de ésta con la agilidad de un corzo y en la brevedad de un suspiro, emprendió una atropellada y rapidísima estampida hacia rumbo desconocido. Todavía hay alguien que dice, que a día de hoy, continúa con "los piés en polvorosa".

muy majo el relato, pobre hombre "pa haberse muerto"