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MANZANEDA DE OMAÑA: “Por San Pedro, el trigo castellano, ...

“Por San Pedro, el trigo castellano,
segador quiere con la hoz en la mano”.

Como bien cita este refrán; en las proximidades de la celebración de la festividad de San Pedro, a finales del mes de junio, cuando el trigo castellano se halla ya en sazón y el segador ha de estar preparado para iniciar las duras tareas de la siega, antiguamente con una única arma: la hoz.

El trabajo del jornalero en el siglo pasado, antes de la incorporación de las máquinas segadoras, era lento, pesado y silencioso, como lento, pesado y silencioso era el paso del sol sobre su cabeza, y más cuando en esa época del año, el ocaso del sol no llegaba hasta las 10 de la noche. Horas, días, semanas, meses encorvado sobre la tierra, con el cuerpo empapado de sudor, paso a paso, surco a surco, desde que el sol salía hasta que se ponía, siguiendo el ritmo que marcaba el monótono canto de las cigarras.

Y así por toda Castilla hasta el final de la siega, hasta que los riñones dejaban de doler, hasta que el cuerpo se acostumbraba a estar inclinado, torcido … las primeras jornadas eran las más difíciles, cuando al segador se le ennegrecía el rostro, después el cuerpo se acostumbraba, se automatizaba.

Encontramos en las Santas Escrituras a Dios diciéndole a Adán: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente” y que mejor figura real que simbolice al primer padre bíblico que aquellos segadores en los campos de Castilla.

Hasta mediados del siglo XX, los adelantos técnicos no llegaron a sus manos: las primeras máquinas segadoras; pero aún con esa ayuda mecánica durante muchos años grandes extensiones de tierra continuaban segándose con la hoz. De una parte, porque las máquinas eran pocas y no se adaptaban a todos los terrenos, y por otro lado, porque el trabajo del segador era más perfecto, más limpio; la máquina era rápida, pero destrozaba la paja y hacía perder, por tanto, un elevado porcentaje de grano.

Desde Prada y de los pueblos vecinos, cada año marchaban a tierras de Castilla muchas cuadrillas de segadores, a veces padres e hijos juntos, dejando la casa a cargo de la mujer, con el único propósito de regresar al cabo de unas semanas o en un par de meses, una vez concluida la recolección del cereal, con esas dos o tres mil pesetas de la época que les permitiría cubrir algunos de los muchos gastos que podrían tener durante el año.

Cada año, por la primavera, el "mayoral" o jefe de la cuadrilla buscaba trabajo directamente con los dueños castellanos que los habían contratado otros años o a través de intermediarios que acudían por la zona en busca de aquellos “tan afamados” segadores gallegos.

Una vez formada la cuadrilla, preparaban sus herramientas de trabajo: las hoces bien afiladas envueltas en hierba y dediles para proteger los dedos; y en un hatillo depositaban algunas mudas de ropa y calzado (abarcas y zuecos). Para el camino, pan, tocino, queso y alguna lata de sardinas en conserva.