MANZANEDA DE OMAÑA: SEGADORES...

SEGADORES

Antiguamente, antes de que hubiese la posibilidad de hacer el viaje en tren, lo hacían a pie o en caballo o mulos, normalmente utilizando los caminos xacobeos, durmiendo bajo al aire libre o en cobertizos. Dependiendo de su lugar de partida lo hacían por el Camino Francés, conectando Castilla a través de las tierras del Bierzo en León o el Camino Sanabrés (también llamado Vereda de los gallegos), por Puebla de Sanabría en Zamora.

Cuando se hacía en tren, en ocasiones pidiendo a crédito el importe del billete, iban a la estación de O Barco de Valdeorras para viajar en vagones de tercera, a veces, todo el día y la noche hasta llegar a destino.

Una vez situados frente aquellos mares de espigas de cereal, a la espera de su siega, el ritual siempre era el mismo: el mayoral de la cuadrilla segando dos o más surcos simultáneamente marcando el ritmo, le seguían los fouces, segadores de primera, capaces de llevar el mismo tajo que el mayoral, los rabadeiros, segadores de segunda, con menor rendimiento- y los ateiros y servidores, chicos en los primeros años de segadores, que ataban los haces de cereal cortado ("mollos") y también hacían los recados.

Una vez finalizada la campaña de la siega era el momento de volver a sus hogares, repitiendo el camino a la inversa y era tradición ofrecer sus hoces, si venían por el Camino Xacobeo - Sanabrés, a la Virgen de las Nieves, en el Santuario de la Tuiza (s. XVIII), en Chanos (Lubián); justo antes de afrontar la subida al puerto de A Canda y entrar en Galicia, cantando:

Miña Virxe de Tuiza
coidame os nenos
veño de segar de lonxe
e a naicida está nos ceos

Si el regreso lo hacían por el Camino Xacobeo – Francés, a la entrada del pueblo de Molinaseca, en el Bierzo, los segadores gallegos se encontraban con el Santuario de la Virgen de las Angustias. Donde, actualmente sus puertas están protegidas por planchas metálicas para evitar el deterioro provocado por la costumbre de aquellos jornaleros cuando probaban el filo de sus hoces en la puerta de la iglesia creyendo que de esta forma se mantendrían afiladas y fuertes durante toda la temporada. A su regreso, y como muestra de agradecimiento, arrojaban sus hoces por la rejilla del portón para dejarlas a los pies de la Virgen.

También encontramos “ritos” de aquellos segadores en Foncebadón (León), en la Cruz de Hierro sobre la cima del monte Irago en el que parece ser hubo un altar dedicado a Mercurio, protector de caminantes, a quien los viajeros dejaban un guijarro. Se dice que esa costumbre la continuaron aquellos segadores que pasaban por este enclave por primera vez camino de Castilla; en la actualidad son los peregrinos hacia Santiago los que continúan con esa tradición.