Comienza la danza de procreación en los ríos leoneses.
No más contaminación.
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Texto y fotos: Eduardo García Carmona.
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Estamos en las puertas de Diciembre, el mes de la Navidad.
La climatología comienza a ser lo severa de otros años en esta estación invernal.
La provincia de León está completamente blanca. Ha nevado y continúa nevando. Desde la capital leonesa se ven los montes blancos, como si el portal de Belén lo tuviésemos montado en plena naturaleza. La nieve llega hasta la entrada de la ciudad. Hace frío, mucho frío.
Son recuerdos en mi mente hechos realidad en estos días finales de 2008.
El río Omaña
Viajo hasta El Castillo, en Omaña. El río baja hermoso. Tiene un color plateado único que configura una imagen idílica que nos da templanza, ternura y mesura. Discurre entre los ocres, grises y blancos de estos días gélidos. Algunos chupiteles penden de los árboles junto al río y el castillo, allí en lo alto, se enseñorea pavoneándose ante los pocos observantes, resaltando su fortaleza reflejada en las aguas del río Omaña.
El viento dibuja siluetas de dolor. Caras cortadas o curtidas, orejas que no se sienten, puntas de los dedos que duelen, nariz que gotea, pestañas que se congelan. Es el viento gélido que viene de la montaña nevada.
Y el agua sigue, continúa su curso sin pararse.
¿Y la reina del río?
Ella se está preparando para el cortejo nupcial. Engalana su figura. Llama la atención del macho dispuesta a bailar “la danza de la vida”.
La historia se repite en nuestros ríos pero, el Omaña es otra visión más nítida de lo que es la vida de un río. Sus aguas son transparentes. Sus orillas están repletas de vida, aunque en esta época invernal parecen mortecinas hasta la primavera. El río muestra su poderío natural. Árboles sin hojas, tapiales llenos de espinos, zarzamoras sin hojas. Sólo el verdor de la pradera, con frondosa hierba, difumina los ocres y grises, cuando se salva del blanco manto de la nieve.
Estoy en el río Omaña y es una gozada verlo sin estar allí.
No más contaminación.
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Texto y fotos: Eduardo García Carmona.
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Estamos en las puertas de Diciembre, el mes de la Navidad.
La climatología comienza a ser lo severa de otros años en esta estación invernal.
La provincia de León está completamente blanca. Ha nevado y continúa nevando. Desde la capital leonesa se ven los montes blancos, como si el portal de Belén lo tuviésemos montado en plena naturaleza. La nieve llega hasta la entrada de la ciudad. Hace frío, mucho frío.
Son recuerdos en mi mente hechos realidad en estos días finales de 2008.
El río Omaña
Viajo hasta El Castillo, en Omaña. El río baja hermoso. Tiene un color plateado único que configura una imagen idílica que nos da templanza, ternura y mesura. Discurre entre los ocres, grises y blancos de estos días gélidos. Algunos chupiteles penden de los árboles junto al río y el castillo, allí en lo alto, se enseñorea pavoneándose ante los pocos observantes, resaltando su fortaleza reflejada en las aguas del río Omaña.
El viento dibuja siluetas de dolor. Caras cortadas o curtidas, orejas que no se sienten, puntas de los dedos que duelen, nariz que gotea, pestañas que se congelan. Es el viento gélido que viene de la montaña nevada.
Y el agua sigue, continúa su curso sin pararse.
¿Y la reina del río?
Ella se está preparando para el cortejo nupcial. Engalana su figura. Llama la atención del macho dispuesta a bailar “la danza de la vida”.
La historia se repite en nuestros ríos pero, el Omaña es otra visión más nítida de lo que es la vida de un río. Sus aguas son transparentes. Sus orillas están repletas de vida, aunque en esta época invernal parecen mortecinas hasta la primavera. El río muestra su poderío natural. Árboles sin hojas, tapiales llenos de espinos, zarzamoras sin hojas. Sólo el verdor de la pradera, con frondosa hierba, difumina los ocres y grises, cuando se salva del blanco manto de la nieve.
Estoy en el río Omaña y es una gozada verlo sin estar allí.