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MANZANEDA DE OMAÑA: INOLVIDABLES ANÓNIMOS / Inventor de barcos sin hélice...

INOLVIDABLES ANÓNIMOS / Inventor de barcos sin hélice ni timón
“Al hombre le viene estrecha la tierra”
Belarmino Canseco patentó en los años treinta del siglo XX, desde Matallana, un barco “sin timón ni hélice”

F. Fernández / Matallana
Resultaría muy complicado encontrar un tipo más representativo para la sección de ‘Inolvidables anónimos’ que Belarmino Canseco. Vivió más bien soñó, muchos años más de noventa, a caballo entre Cármenes y Matallana de Torío. En la segunda de las localidades, entonces una pujante cuenca minera, buscó la fortuna que le iba a permitir desarrollar su gran pasión: inventar. En la primera, Cármenes, fue un ganadero atípico, buscador de tesoros arqueológicos (alguno encontró), dibujante de los barcos que iban a surcar los mares, excelente jugador de dominó... ‘El Tío’ Belarmino recibía a los chavales en su portalón, comenzaba a dibujar barcos, a hablar de los mares lejanos... y no había contador de sueños que le pudiera igualar. De los suyos y los que despertaba en los niños.
Era, fue, Belarmino Canseco Suárez ¿De profesión? Hombre, de profesión, ganadero pero de vocación otras cosas: buscador de tesoros, inventor de barcos sin timón en un portalón a cientos de kilómetros del mar y hasta del líquido que sacaría el barco del fondo del mar en caso de catastrofe.
No era un juego, ‘El Tío’ Belarmino patentó sus inventos (ahí están las patentes), acudió a congresos de inventores con su boina y su enorme cuerpo de bonachón (ahí están las crónicas en la prensa nacional) y hasta escribió a Franco, que había sido su mando natural en la mili, para hacerle una propuesta: “dame el barco más desguazado de nuestra Armada y lo convertiré en un nuevo barco, más económico, aprovechando las fuerzas de las corrientes marinas”.
Su orgullo de inventor era evidente pues se hizo un sello de caucho, algo nada habitual en aquella época, con el siguiente texto: Belarmino Canseco Suárez. Propietario de la patente número 138279 sobre ‘Un nuevo método de andadura y pilotaje para embarcaciones’. Cármenes (León).
Y Belarmino, cuya familia regentaba un molino, ofrecía la reflexión que le llevó a trabajar en este invento. “Si un pequeño riachuelo mueve mi molino con su fuerza, el mar debería poder mover el mundo”.
Incuestionable.
Curioso personaje que escribía a Franco para hablarle del metacentro de los cuerpos flotantes. No menos interesantes son los cuidados dibujos que ilustraban las patentes, pues además de la del método de andadura y pilotaje tenía otra sobre ‘Un procedimiento para la extracción de barcos sumergidos y su mantenimiento a flote’ (del 15 de marzo de 1926). “El invento que trato de patentar sirve para extraer barcos de cualquier tonelaje del fondo del mary ponerlos a flote, echo lo cual se pueden reparar las averías que llevaron a su hundimiento”.
Y explicaba en su ‘memoria’ una prueba que había hecho para demostrar la eficacia del invento: “En el pueblo de Cármenes, ante una concurrencia numerosísima, realicé pruebas prácticas de submersión con una vasija de grandes proporciones que, cediendo al empuje de la gravedad de una cantidad enorme de materia pétrea, se hundió en el fondo de un pozo de varios metros (el llamado pozo de Los Pontedos). Observé que en los rostros de los espectadores se observaban sonrisas escépticas, y se prodigaban comentarios burlones en los que, seguramente, no faltó aquel de que la inventiva es el primer paso de la locura. En el intervalo previsto por mí y con una precisión cronométrica el cuerpo sumergido apareció en la superficie”.
Cuenta Canseco que aquel éxito le animó, “deseché el escrúpulo y la timidez recelosa propia de la condición humana que cortan todo proceso innovador”.
Buscador de tesoros
Es evidente que estamos ante un soñador y lo prueba otra de sus ‘profesiones’: buscador de tesoros. Explotó minas en Matallana de Torío soñando una riqueza que le permitiera financiar sus inventos y casi se arruinó y, después, como ganadero en Cármenes ocupó más tiempo en buscar ‘tesoros escondidos’, excavando en el terreno. Halló cientos de monedas y hasta una estela vadiniense que puede verse en el Museo de León y que es todo un misterio pues es la única localizada en su comarca. Después de encontrar la estela acudía al lugar por las noches, acompañado de algunos mozos del pueblo, par buscar nuevos hallazgos. Dos de estos mozos, el hoy profesor Juan Nicolás Fernández y el mando de la Guardia Civil retirado Francisco Madera (Curro), lo recordaban en la revista Pico Gallo: “Una vez en el lugar de trabajo nos entregaba las piquetas de la mina y él se escondía entre unos negrillos desde donde nos daba instrucciones: despacio, un poco más allá, saca tierra, con cuidado que se puede romper la coraza del moro...”.
De esa época tiene otros dos discípulos ilustres, el arqueólogo José Avelino Gutiérrez y el pintor Vicente Gutiérrez Tascón, el primero colaboraba en sus hallazgos arqueológicos, el segundo en sus sueños marinos, en los dibujos del barco. Los dos coinciden: “Un soñador irrepetible y genial. Si llega a tener medios no se sabe qué habría podido hacer”.
Imposible saber hasta donde hubiera llegado el sueño de Belarmino Canseco Suárez, pues el tenía claro que no había límites para la ciencia: “Si un riachuelo mueve un molino, el mar tiene que mover el mundo”.