Siempre nos quedaría, en el peor de los casos, el recurso de venderle la información a unos extranjeros crédulos, como hiciera en los años treinta Jerónimo Martínez, un omañés de Andarraso que metió una pepita de oro en el maletín de un ingeniero italiano que localizaba yacimientos para una empresa inglesa, logrando que dieran por hecho que en aquellas montañas existía una veta hermosa e inabarcable. Cerca de cien operarios tuvieron a sueldo, haciendo puentes y lavaderos, hasta que años después, cansados de rodar por los caminos de Riello, liquidaron el expediente en la Jefatura de Minas. Es este un glorioso episodio de la picaresca leonesa que poca gente conoce, y que convendría recuperar en unos tiempos donde, al menos en esta tierra, siempre parece que son los de fuera los que nos cierran las minas y nos echan de los pueblos