Ofertas de luz y gas

MANZANEDA DE OMAÑA: LA PAJILLERA / Una fábrica singular en Hospital de...

LA PAJILLERA / Una fábrica singular en Hospital de Órbigo
Aquella paja que no servía para nada y fue una gran fábrica

Villa Blanca albergó la primera fábrica de España de fundas de paja de centeno, que empleó a más de cien trabajadores

El éxito de La Pajillera hizo que la familia levantara una segunda fábrica en Vega Magaz, en la fotografía, con línea férrea para el servicio de la propia fábrica, como se ve en la imagen.

F. Fernández / Hospital de O.
Cabeza loca en su primera juventud, Santiago Villamil, fue su conducta, por aquellos años, comidilla y asombro de la pacífica y amurallada ciudad de Astorga. (...) Había en el mozo un ansia alocada de no se sabía qué. Atrabiliario y fanfarrón, jugaba alegremente en las timbas que de tapadillo funcionaban en ciertos figones de los arrabales. Bebía en las ventas de las cercanías, mezclado con mozas de partido y arrieros que hacían la ruta de Galicia y, por un quítame allá esas pajas discutía a gritos y se desafiaba impulsivo. Era alto y fuerte...”.
Son algunas frases de la novela ‘La invisible prisión’, de Luis Alonso Luego, en la que el último en fallecer de la llamada Escuela de Astorga relataba la vida de un curioso antepasado suyo que, con el tiempo, “se enamoró con impetuosa fogosidad de Blanca Juana Manrique, de 18 años, espigaday fina, con una negra melena, rizada y brillante. (...) La oposición familiar exaltó a Blanca Juana, que se entregó con delirio a aquel su primer amor. (...) Una mañana, Blanca Juana salió de misa de alba en la catedral y no volvió. Se había dejado raptar por Santiago”.
Una historia que llevó a su padre a perseguirlo, le obligó a casarse y le dio la última oportunidad al entregarle dinero para que estudiara Derecho en Valladolid. Fue a la capital castellana y perdió el dinero en una timba por lo que, después de vagar por la ciudad, acabó marchando de grumete “rumbo a América”. Al conocer la noticia su padre cayó fulminado por una hemiplejía y pronto murió, su esposa no lo podía creer... “A los seis años, en la Banca de Astorga comenzarona recibirse con cierta regularidad fuertes sumas de dinero que remitía Santiago Villamil a nombre de Blanca Juana Manrique. Los giros estaban impuestos en puntos muy diversos. Unas veces en La Habana; otras en Puerto Príncipe, algunas en remotos puertos de África”.
Fueron las únicas noticias que tuvo aquella mujer —“que trajinaba por su casa con el suave dolor de su alma”— de su marido. No aceptó el dinero que ordenó poner en una cuenta a nombre de un Santiago Villamil que un día, de improviso, “se presentó en Astorga, cargado de grandes riquezas”.
En este personaje de novela, pero real, está el origen de una singular mansión, Villa Blanca, ¿qué otro nombre le podía poner?, levantada a las afueras de Hospital de Órbigo por Santiago Villamil (a quien realmente llamaban Franganillo) con la esperanza de recuperar a una esposa que cuando se sentó ante ella le dio la mano y llorando se dio la vuelta y se fue.
De aquella etapa y aquel personaje ya solo queda un vestigio que le recuerda, el enorme cedro del jardín. Franganillo había reunido en su finca una colección de árboles exóticos de todos los países en lo que había vivido, sólo llegaron a este siglo una wellingtonia y el cedro. La primera sufrió una enfermedad y fue talada hace una década, el cedro (lleno de marcas de la presencia de numerosos pájaros carpinteros) recuerda a su singular fundador.
Esta Villa Blanca cumple ahora cien años y sus moradores lo van a celebrar este mismomes con algunos trabajadores de una singular industria que con el tiempo montaron en este lugar, La Pajillera.
Tomás Rubio compró esta finca y montó en ella “una mansión fabril y comercial al transformarla en una fábrica de harina, con su salto de agua”. El siguiente dueño fue el abuelo de Luis Alonso Luengo, Paulino Alonso Lorenzana, de ahí que el escritor conociera todos los detalles de la biografía del fundador. Y un tío del novelista, Arturo Paramio Fernández de Arellano) que era farmacéutico en Hospital de Órbigo, “tuvo una idea genial para aprovechar la paja de centeno. Si la paja de trigo era el alimento predilecto del ganado, la de centeno, pobrísima, no se utilizaba nada más que para mullir el suelo y el lecho de las cuadras”.
La idea que puso en marcha el boticario (“que en sus experiencias había comprobado que esta paja era más flexible que ninguna”) derivaba de observar que la utilizaban como embalaje en las vinateras de Jerez, las cavas catalanas y las sidras asturianas. “En Holanda y Alemania, además, empaquetaban el vino con ella”. Arturo Paramio viajó a Holanda, trajo el modelo de fundas de centeno, realizó un extenso informe sobre sus propiedades y viajó a Jerez y Cataluña para ofrecer su producto, que fue muy bien acogido.
Acababa de nacer ‘La Pajillera’ de Hospital de Órbigo, una pujante industria, que empleó a cientos de personas de la comarca (sobre todo mujeres) y fue un ejemplo... hasta que la mató el cartón.