HISTORIAS DEL REINO
Hijo de cien padres
MARGARITA TORRES 27/08/2012
Y ninguno bueno. Así denominaban los musulmanes de Al-Andalus a lo que nosotros, en cristiano paladín, llamamos de forma más contundente. Dejémoslo en vástago de meretriz, ya que no ha habido víctimas humanas en el incendio de Castrocontrigo.
Por lo menos tenemos clara parte de la filiación del bastardo que prendió el fuego. Le llaman pirómano. Pobre. Como está enfermo. Es una tara. Arrorró. El sistema tiene que protegerlo. Si ni siquiera es consciente del daño que hace. Ay, ay. Un poco de comprensión. Así dirá alguno bien pensante y chachiguay, de ésos que, desde la comodidad de sus despachos, todavía sueñan, románticos que son, que el mundo puede ser mejor aunque en él proliferen estas bestias. Afirman Martín Carrasco, director del Instituto de Investigaciones Psiquiátricas, y Gil-Martínez, psicólogo valenciano, que requieren tratamiento psicológico y psiquiátrico para su piromanía. Siguen los doctores con que su perfil de joven frustrado y desajustado emocional, les lleva a aburrirse y sólo encuentran alivio a su vacío existencial en el mechero. Pues mira qué bien, animalicos.
Señores, según su sabia opinión: ¿quién protegerá a los miles de familias que cada año, gracias a estos pobres enfermos, se quedan sin casa, sin recuerdos, sin trabajo, sin futuro? Afirman los expertos en piromanías diversas que los sujetos no pueden controlar sus impulsos, que sienten una atracción desmedida por el fuego. Y digo yo, desde mi ignorancia en el tema: ¿por qué no se meten como terapia un soplete por donde que rima con la palabra y lo encienden ellos mismos en su estricta soledad? Con lo que el estado se ahorraría en arreglar sus desaguisados, hasta les adecuamos el diámetro a su sensible anatomía. O les ofrecemos un enriquecedor viaje en el pasado, a ese sanísimo momento de nuestra historia en el que se ofrecían espectáculos inquisitoriales cuyo acto final incluía mágico momento de luz y sonido. Luz, la de la hoguera en la que se prendía fuego al maleante. Sonido, el de las llamas y sus berridos de gorrino flambeado. Seguro que no son muy diferentes a los de los animales que mueren en sus incendios provocados, ni menos intensos que la desesperación de los vecinos que lo pierden todo, o los gritos de los brigadistas cuando, extenuados por el esfuerzo, ven que se reaviva y sacan fuerzas y coraje de donde a ti, amigo enfermo pirómano, te falta: los cataplines.
No me extraña que el presidente Herrera pida contundencia ejemplarizante. Lo que me sorprende, será por bonhombría, es que ni él, ni Silván, ni quienes se han jugado la vida, no pidan que todos los vecinos del entorno de Castrocontrigo pateen el culo del susodicho «varón joven frustado». A ver si a leches me lo hacen un hombre de verdad. Más cárcel y menos compasión, que no está el mundo para tanta tontería.
Hijo de cien padres
MARGARITA TORRES 27/08/2012
Y ninguno bueno. Así denominaban los musulmanes de Al-Andalus a lo que nosotros, en cristiano paladín, llamamos de forma más contundente. Dejémoslo en vástago de meretriz, ya que no ha habido víctimas humanas en el incendio de Castrocontrigo.
Por lo menos tenemos clara parte de la filiación del bastardo que prendió el fuego. Le llaman pirómano. Pobre. Como está enfermo. Es una tara. Arrorró. El sistema tiene que protegerlo. Si ni siquiera es consciente del daño que hace. Ay, ay. Un poco de comprensión. Así dirá alguno bien pensante y chachiguay, de ésos que, desde la comodidad de sus despachos, todavía sueñan, románticos que son, que el mundo puede ser mejor aunque en él proliferen estas bestias. Afirman Martín Carrasco, director del Instituto de Investigaciones Psiquiátricas, y Gil-Martínez, psicólogo valenciano, que requieren tratamiento psicológico y psiquiátrico para su piromanía. Siguen los doctores con que su perfil de joven frustrado y desajustado emocional, les lleva a aburrirse y sólo encuentran alivio a su vacío existencial en el mechero. Pues mira qué bien, animalicos.
Señores, según su sabia opinión: ¿quién protegerá a los miles de familias que cada año, gracias a estos pobres enfermos, se quedan sin casa, sin recuerdos, sin trabajo, sin futuro? Afirman los expertos en piromanías diversas que los sujetos no pueden controlar sus impulsos, que sienten una atracción desmedida por el fuego. Y digo yo, desde mi ignorancia en el tema: ¿por qué no se meten como terapia un soplete por donde que rima con la palabra y lo encienden ellos mismos en su estricta soledad? Con lo que el estado se ahorraría en arreglar sus desaguisados, hasta les adecuamos el diámetro a su sensible anatomía. O les ofrecemos un enriquecedor viaje en el pasado, a ese sanísimo momento de nuestra historia en el que se ofrecían espectáculos inquisitoriales cuyo acto final incluía mágico momento de luz y sonido. Luz, la de la hoguera en la que se prendía fuego al maleante. Sonido, el de las llamas y sus berridos de gorrino flambeado. Seguro que no son muy diferentes a los de los animales que mueren en sus incendios provocados, ni menos intensos que la desesperación de los vecinos que lo pierden todo, o los gritos de los brigadistas cuando, extenuados por el esfuerzo, ven que se reaviva y sacan fuerzas y coraje de donde a ti, amigo enfermo pirómano, te falta: los cataplines.
No me extraña que el presidente Herrera pida contundencia ejemplarizante. Lo que me sorprende, será por bonhombría, es que ni él, ni Silván, ni quienes se han jugado la vida, no pidan que todos los vecinos del entorno de Castrocontrigo pateen el culo del susodicho «varón joven frustado». A ver si a leches me lo hacen un hombre de verdad. Más cárcel y menos compasión, que no está el mundo para tanta tontería.