Mecanismo protector mediante el cual ciertos animales que parecen dormir durante el invierno, reducen sus actividades. En su grado más alto, la hibernación es un fenómeno propio de los animales de sangre caliente (homeotermos), pero en los de sangre fría (poiquilotermos) se observan también cambios similares. En los del primer tipo se produce una preparación interna, como la formación de un depósito graso, varias semanas antes de iniciarse la hibernación. Después, cuando la temperatura atmosférica desciende a un cierto nivel, el individuo se duerme, la frecuencia cardíaca baja a unos cuantos latidos por minuto, el número de respiraciones disminuye de modo similar y la temperatura orgánica cae de forma excesiva, hasta el punto de que la piel resulta fría al tacto. En esta situación parece que está muerto, y en algunos casos se le puede manejar, incluso con brusquedad, sin que se despierte.
El invierno, cuando la temperatura desciende por debajo del punto de congelación presenta problemas para todos los animales. Además, durante esa época suele existir una cierta escasez de alimentos. Las reacciones químicas (metabolismo) que tienen lugar en un animal de sangre fría no están tan supeditadas a una temperatura oscilante dentro de límites estrechos como en el caso de un homeotermo, pero su actividad guarda una relación directa con el grado térmico, por lo que en invierno decrece manifiestamente.
Muchas especies deben sobrevivir bajo temperaturas invernales muy inferiores al punto de congelación, y algunas no pueden invernar en las profundidades del subsuelo o en otros lugares que permanecen más calientes que la atmósfera. En tales condiciones, es indispensable que el animal evite la congelación de sus fluidos orgánicos. Al bajar la temperatura se produce, por consiguiente, un aumento concomitante de la concentración de esos fluidos, que se unen con sustancias químicas de peso molecular elevado, tales como los muco polisacáridos tisulares. Dicha concentración de moléculas grandes hace que descienda el punto de congelación del fluido y que se evite la formación de cristales de hielo dentro de los tejidos (cristales que podrían destruir la delicada membrana celular), aunque la temperatura caiga por debajo del punto de congelación del agua. Su efecto podría compararse al del anticongelante que se añade a los radiadores de los automóviles.
Algunos animales más sencillos se enquistan dentro de una gruesa cubierta, con lo cual pueden resistir, hasta grados extremos, el frío o la desecación.
El control de la temperatura es mucho más decisivo en los animales de sangre caliente que en los de sangre fría. Por ser homeotermos, son capaces de mantener constante su temperatura orgánica con independencia de las variaciones ambientales. Sin embargo, este mismo hecho les hace reaccionar desfavorablemente a los cambios, incluso a los mínimos, de esta temperatura orgánica. En el caso del hombre, si baja más de unos grados, deja de funcionar el centro cerebral del control térmico, y la persona muere, a menos que se aplique con rapidez algún sistema de calentamiento externo. Todos los inviernos, la hipotermia causa la muerte de gran número de hombres y animales.
El invierno, cuando la temperatura desciende por debajo del punto de congelación presenta problemas para todos los animales. Además, durante esa época suele existir una cierta escasez de alimentos. Las reacciones químicas (metabolismo) que tienen lugar en un animal de sangre fría no están tan supeditadas a una temperatura oscilante dentro de límites estrechos como en el caso de un homeotermo, pero su actividad guarda una relación directa con el grado térmico, por lo que en invierno decrece manifiestamente.
Muchas especies deben sobrevivir bajo temperaturas invernales muy inferiores al punto de congelación, y algunas no pueden invernar en las profundidades del subsuelo o en otros lugares que permanecen más calientes que la atmósfera. En tales condiciones, es indispensable que el animal evite la congelación de sus fluidos orgánicos. Al bajar la temperatura se produce, por consiguiente, un aumento concomitante de la concentración de esos fluidos, que se unen con sustancias químicas de peso molecular elevado, tales como los muco polisacáridos tisulares. Dicha concentración de moléculas grandes hace que descienda el punto de congelación del fluido y que se evite la formación de cristales de hielo dentro de los tejidos (cristales que podrían destruir la delicada membrana celular), aunque la temperatura caiga por debajo del punto de congelación del agua. Su efecto podría compararse al del anticongelante que se añade a los radiadores de los automóviles.
Algunos animales más sencillos se enquistan dentro de una gruesa cubierta, con lo cual pueden resistir, hasta grados extremos, el frío o la desecación.
El control de la temperatura es mucho más decisivo en los animales de sangre caliente que en los de sangre fría. Por ser homeotermos, son capaces de mantener constante su temperatura orgánica con independencia de las variaciones ambientales. Sin embargo, este mismo hecho les hace reaccionar desfavorablemente a los cambios, incluso a los mínimos, de esta temperatura orgánica. En el caso del hombre, si baja más de unos grados, deja de funcionar el centro cerebral del control térmico, y la persona muere, a menos que se aplique con rapidez algún sistema de calentamiento externo. Todos los inviernos, la hipotermia causa la muerte de gran número de hombres y animales.