Otro corrupto el alcalde de Caravaca, encima la gente le aplaude en imagenes de la
tele, no se salva ni uno.
tele, no se salva ni uno.
Que pena Maite, no te puedes imaginar lo buena persona que era. Os pongo algo que encontré ayer y es cierto ya que yo vivía en el pueblo y ese gesto fue muy admirado. Este señor fue el pediatra de mi hijo, como te decia una excelente persona siempre preocupado por los demas. De momento es presunto; si es cierto lo del tema de la corrupción, hay que ver como el poder y el dinero puede corromper a una persona.
ESTO ES MAITE:
Domingo
NOTICIA DE RICARDO FERNÁNDEZ. LA VERDAD12/06/2013
Creo que ya lo he contado antes. Conocí a Domingo Aranda, hoy alcalde de Caravaca de la Cruz, hace cerca de veinte años, cuando ejercía como pediatra y en compañía de otro médico, Antonio López Bermejo, 'El Berme', y del profesor Orencio Caparrós, 'El Orro', constituyeron la Fundación para la Lucha contra la Leucemia.
Creo recordar que se les había muerto un amigo común a causa de esa enfermedad y, en vez de quedarse cruzados de brazos, lamentando la desgracia, decidieron ponerse en marcha. Se toparon con la insensibilidad de una Administración regional que no veía la necesidad de instalar en la Región una cámara de aislamiento, que era lo único que faltaba para que la sanidad murciana pudiera realizar trasplantes alogénicos de médula y evitar así los desplazamientos de muchas familias a Valencia, Madrid o Barcelona. En un gesto de extrema generosidad, firmaron un convenio con la Consejería, pidieron un préstamo personal al banco, que les obligó a hipotecar sus propias casas, y construyeron esa cámara en el antiguo Hospital General de Murcia. En aquel momento, lo confieso, los tres se ganaron mi incondicional admiración.
Unos años después hallé a Domingo convertido en alcalde de Caravaca de la Cruz. Nunca comprendí muy bien qué hacía en ese lugar, pues confieso que no he tenido una alta consideración de la política -y sigo sin tenerla- y en cambio sí la tenía hacia su persona, pero al menos esa 'rara avis' me servía para defender en conversaciones de barra de bar que existían cargos públicos por quienes yo pondría la mano en el fuego, con la convicción -ventajista, en este caso- de que jamás me la quemaría.
Nunca oculté mi amistad con Domingo y en algunas ocasiones en las que los caravaqueños me honraron invitándome a participar en algún acto público, lo primero que hice fue advertir que en lo referente a su alcalde cualquiera podía tacharme, con razón, de falta de objetividad.
Hoy, este mismo periodista a quienes desde algunos ámbitos se acusa de intentar desayunarse cada día un político vivo, con motivo o sin él y con especial satisfacción si son del Partido Popular, es quien firma una crónica que le hubiera gustado no escribir jamás: la de Domingo Aranda imputado en un presunto caso de corrupción urbanística. Traté de hacerlo, eso sí, con la misma honestidad y rigor que siempre he intentado poner en todo aquello que llevara mi firma. Ahí está, en mi periódico, para que cualquiera la juzgue.
Ahora escribo estas líneas no por él, por Domingo, sino por mí. Porque considero que es mi deber moral expresar mi convicción de que siempre fue un político honrado y de que sigue siéndolo. Un tipo honesto; íntegro; de una pieza. Alguien por quien seguiría poniendo la mano en el fuego sin dudarlo. Alguien, como uno de sus íntimos colaboradores le dijo ayer a un mando de la UCO, "por quien recibiría gustoso una bala". Si sobre otros políticos nunca expresé tal seguridad fue porque no los conocía lo suficiente, en el mejor de los casos, o porque los conocía demasiado bien y mis impresiones eran, muy probablemente, las contrarias.
Puedo no entender, y no lo entiendo, sinceramente, cómo fue capaz Domingo de firmar el disparate de una urbanización de ocho mil viviendas en una zona parcialmente protegida por su condición de terreno forestal. Puedo considerar que formalmente puede haberse equivocado, que desde un punto de vista estrictamente legal tal cuestión puede resultar indefendible y que, en último extremo, no existe mayor responsable político que él de todo ese presunto desaguisado. Y quiero sostener que si se ha equivocado deberá purgar por tal error la condena, política o penal, que en justicia le corresponda.
Pero nadie podrá convencerme de que Domingo Aranda ha tratado de enriquecerse o de obtener provecho personal desde su cargo. Al contrario que otros muchos, que nada más llegar a la política parecen haber hallado la piedra filosofal en un cajón escondido de su despacho, me consta que el alcalde de Caravaca de la Cruz vive hoy de manera infinitamente más modesta de lo que ocurría de haber seguido ejerciendo como pediatra. A mí, al menos, con eso me basta. Tengo suficiente para seguir estando orgulloso de aquella antigua amistad y para seguir mirándolo a los ojos, en las quizás contadas ocasiones en que como hasta ahora volvamos a coincidir, y ver en ellos al mismo hombre que un dìa fue capaz de hipotecar su propia casa por los demás.
Domingo
NOTICIA DE RICARDO FERNÁNDEZ. LA VERDAD12/06/2013
Creo que ya lo he contado antes. Conocí a Domingo Aranda, hoy alcalde de Caravaca de la Cruz, hace cerca de veinte años, cuando ejercía como pediatra y en compañía de otro médico, Antonio López Bermejo, 'El Berme', y del profesor Orencio Caparrós, 'El Orro', constituyeron la Fundación para la Lucha contra la Leucemia.
Creo recordar que se les había muerto un amigo común a causa de esa enfermedad y, en vez de quedarse cruzados de brazos, lamentando la desgracia, decidieron ponerse en marcha. Se toparon con la insensibilidad de una Administración regional que no veía la necesidad de instalar en la Región una cámara de aislamiento, que era lo único que faltaba para que la sanidad murciana pudiera realizar trasplantes alogénicos de médula y evitar así los desplazamientos de muchas familias a Valencia, Madrid o Barcelona. En un gesto de extrema generosidad, firmaron un convenio con la Consejería, pidieron un préstamo personal al banco, que les obligó a hipotecar sus propias casas, y construyeron esa cámara en el antiguo Hospital General de Murcia. En aquel momento, lo confieso, los tres se ganaron mi incondicional admiración.
Unos años después hallé a Domingo convertido en alcalde de Caravaca de la Cruz. Nunca comprendí muy bien qué hacía en ese lugar, pues confieso que no he tenido una alta consideración de la política -y sigo sin tenerla- y en cambio sí la tenía hacia su persona, pero al menos esa 'rara avis' me servía para defender en conversaciones de barra de bar que existían cargos públicos por quienes yo pondría la mano en el fuego, con la convicción -ventajista, en este caso- de que jamás me la quemaría.
Nunca oculté mi amistad con Domingo y en algunas ocasiones en las que los caravaqueños me honraron invitándome a participar en algún acto público, lo primero que hice fue advertir que en lo referente a su alcalde cualquiera podía tacharme, con razón, de falta de objetividad.
Hoy, este mismo periodista a quienes desde algunos ámbitos se acusa de intentar desayunarse cada día un político vivo, con motivo o sin él y con especial satisfacción si son del Partido Popular, es quien firma una crónica que le hubiera gustado no escribir jamás: la de Domingo Aranda imputado en un presunto caso de corrupción urbanística. Traté de hacerlo, eso sí, con la misma honestidad y rigor que siempre he intentado poner en todo aquello que llevara mi firma. Ahí está, en mi periódico, para que cualquiera la juzgue.
Ahora escribo estas líneas no por él, por Domingo, sino por mí. Porque considero que es mi deber moral expresar mi convicción de que siempre fue un político honrado y de que sigue siéndolo. Un tipo honesto; íntegro; de una pieza. Alguien por quien seguiría poniendo la mano en el fuego sin dudarlo. Alguien, como uno de sus íntimos colaboradores le dijo ayer a un mando de la UCO, "por quien recibiría gustoso una bala". Si sobre otros políticos nunca expresé tal seguridad fue porque no los conocía lo suficiente, en el mejor de los casos, o porque los conocía demasiado bien y mis impresiones eran, muy probablemente, las contrarias.
Puedo no entender, y no lo entiendo, sinceramente, cómo fue capaz Domingo de firmar el disparate de una urbanización de ocho mil viviendas en una zona parcialmente protegida por su condición de terreno forestal. Puedo considerar que formalmente puede haberse equivocado, que desde un punto de vista estrictamente legal tal cuestión puede resultar indefendible y que, en último extremo, no existe mayor responsable político que él de todo ese presunto desaguisado. Y quiero sostener que si se ha equivocado deberá purgar por tal error la condena, política o penal, que en justicia le corresponda.
Pero nadie podrá convencerme de que Domingo Aranda ha tratado de enriquecerse o de obtener provecho personal desde su cargo. Al contrario que otros muchos, que nada más llegar a la política parecen haber hallado la piedra filosofal en un cajón escondido de su despacho, me consta que el alcalde de Caravaca de la Cruz vive hoy de manera infinitamente más modesta de lo que ocurría de haber seguido ejerciendo como pediatra. A mí, al menos, con eso me basta. Tengo suficiente para seguir estando orgulloso de aquella antigua amistad y para seguir mirándolo a los ojos, en las quizás contadas ocasiones en que como hasta ahora volvamos a coincidir, y ver en ellos al mismo hombre que un dìa fue capaz de hipotecar su propia casa por los demás.
El crecimiento desmesurado, y el buen vivir, nos han cegado.