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MANZANEDA DE OMAÑA: Muy buenos los escritos de Emilio, aun me suena a algo,...

Publicado el 10 de octubre de 2013 por Emilio G. de la Calzada

Retrospectivamente, me llama la atención que habiendo nacido solo cinco años después de terminar la Guerra Civil española y viviendo inmerso toda mi infancia en las penurias que acarreó, nunca oyera hablar de lo que sucedió durante la contienda, de los muertos y de las represalias posteriores. Una foto de mi padre en al álbum familiar junto a otros dos compañeros de armas vestidos de soldado, deja constancia de que la guerra sucedió e involucró a alguien de mi familia. Se que su hermano Asterio estuvo en Asturias peleando, posiblemente en el bando republicano, que nunca regresó a casa ni se sabe donde están sus restos y que mis tíos Aecio y María también participaron, no se ni cómo ni donde ni contra quien. Y nada más. Un hecho tan grave y ni una sola mención, tanto en el ámbito familiar como entre las personas que yo frecuentaba, sobre lo que había pasado.

Ni “El cara al sol” que cantábamos todos los días en la escuela de Roa de Duero ni la larga lista de nombres bajo el epígrafe “Caídos por Dios y por España” que figuraba en el muro de su colegiata, me dieron pistas de lo que había pasado unos pocos años antes. En la escuela y el bachillerato la Historia terminaba con los Reyes Católicos, la “conquista” de América o Carlos V y a partir de ahí había que saltar al NODO, que transmitía con tono grandilocuente la euforia de un pueblo vigoroso y triunfante que compartía una “unidad de destino en lo universal“. Pero de los que habían perdido la guerra, que al parecer no debían ser españoles y además fueron malísimos, no había ni rastro por ninguna parte. Por mi tío Emilio que escuchaba la emisora Pirenaica, supe que alguno de los malísimos estaban fuera de España intentando volver.

Si recuerdo que en mis primeros años en Sosas del Cumbral oí alguna vez hablar que habían visto por el monte a gente desconocida, que debían ser huídos o estraperlistas, conceptos que entonces no tenía claros y que anoté en la memoria por el tono de intranquilidad que percibía en estas conversaciones.

Seguramente en estos pueblos de Omaña cada cual tendría sus viejos rencores y simpatías en su almario, pero aquello era una balsa de aceite donde todos parecían bien avenidos desde siempre. Las únicas voces que se oían, era cuando alguien se saltaba el turno de riego y “robaba el agua” que correspondía a su vecino. Todo parecía normal, como si hubiera sido así toda la vida. No se si la presencia de la Guardia Civil en Vegarienza, Murias y Riello había “serenado” tanto las cosas como para aparentar paz donde poco antes había habido conflicto entre vecinos.

Mi madre tenía catorce años cuando empezó la guerra, que pasó casi entera en Sosas del Cumbral, y cuando le he preguntado el por qué de que no se hablase del conflicto, me dice que hasta allí apenas llegaban noticias. Solo recuerda algún comentario y las bromas de Higinio que, al cruzarse con ella cuando llevaba las vacas, le decía “Dolorines, cuidame bien esas vacas que ya sabes que son medio mías” en alusión a la filosofía socializante de uno de los bandos. También recuerda que alguna vez aparecieron por Sosas algunos falangistas de Vegarienza que buscaban a alguien y que les vio deshacer unas facinas porque estaban seguros que se escondía entre los haces de centeno. Recuerda también que se habló de un hecho truculento que le ocurrió a Heliodoro, un vecino de Sosas que trabajaba en Villaseca de Laciana, al que acusaron de rojo y apresaron en San Miguel esposándolo con otro prisionero. Decían que para escapar se cortó la muñeca con un hacha.

Salvo en la escuela donde los retratos de Franco y Jose Antonio eran obligatorios, no recuerdo haber visto por allí los yugos y flechas tan habituales en otras partes del país. Recuerdo vagamente en Vegarienza que Pedro vestía camisa azul aunque, como también me sucede con el alcalde de Villablino que lucía camisa del mismo color, soy incapaz de asegurar si era camisa azul de falangista o morada de penitente.

Mi madre recuerda que se decía que en Vega, con motivo del paso por el pueblo de Dolores Ibarruri “la Pasionaria” que iba camino de Madrid, los falangistas del pueblo estaban muy alterados y decían que “Había que ‘prapetarse‘ “, aunque cuando lo he comentado con otras personas me dicen que eran los del otro bando los que hablaban de montar parapetos. Esto parece lo único claro, se hablaba de hacer parapetos no se si para impedir el paso a “la Pasionaria” o para protegerla de los falangistas.

Muy buenos los escritos de Emilio, aun me suena a algo, lo que cuenta.