3 meses GRATIS

MANZANEDA DE OMAÑA: Arco de casa Santos en Vegarienza...

Arco de casa Santos en Vegarienza

Aparte de los cuentos del lobo y la raposina o las historias del sacauntos y el tío del saco con que los mayores nos metían el miedo en el cuerpo en Sosas del Cumbral y Vegarienza, la única historia realmente fantástica que escuché siendo mozalbete en Omaña se refería a los moros que se decía habían señoreado el castillo, casi en ruina total, de El Castillo de Omaña y que ahora es territorio de zarzas y únicamente habitado por tres o cuatro parejas de cigüeñas, creo que las cigüeñas más al noroeste de todo el valle del Omaña. Se decía que entre las murallas del castillo habían escondido los moros antes de abandonarlo una olla llena de monedas de oro, para cuando pudieran regresar. Los chavales hablábamos de ello y creo que alguna tarde de domingo, que entonces era obligatorio pasarla en El Castillo, hicimos intención de buscar el tesoro entrando por alguna de las brechas de la muralla, ya impracticables de tanto espino, zarzas y ortigas. Probablemente aquella fantasía se complementaba con otra leyenda que decía que los moros eran los causantes de la especial orografía del llano de La Puebla, formada por pequeños montículos y valles a modo de terreno de dunas de morrillos, por el continuo remover de cantos rodados y arena que el río Omaña había depositado allí durante siglos, a la búsqueda de las pepitas de oro arrastradas por el río desde el Valle Gordo y Murias. Dos especulaciones que encajaban a la perfección y que hacían creíbles la una a la otra.

Mas tarde he leído que el castillo se denomina Castillo de Benal y que nunca hubo moros allí, que fue edificado sobre un castro romano y sus dueños fueron los Quiñones, señores de Luna. Los romanos ya buscaron oro en La Puebla trayendo agua desde Peña Cefera, pasando por Las Fornias y que los montículos de La Puebla los produjo una compañía aurífera a principios de siglo. Pero hasta entonces, la falta de información fue suplida por aquella sugerente historia. Tirso López agustino nacido en Cornombre, defendió que la ciudad romana de Urbicua mencionada por Tito Livio debió estar ubicada en la zona de la Puebla. Lo que yo puedo asegurar al cien por cien es que en la parte de La Puebla más próxima al monte y a Vegarienza, mi abuelo cosechaba unas patatas cuya exquisitez probablemente, otra vez especulando, tendría algo que ver con las pepitas de oro del subsuelo que los romanos no encontraron (ver Guerra al escarabajo).

En Santa Colomba, el teso que hay entre El Vallado y el cementerio de Castriello de Vegarienza, los pastores que llevábamos en becera las vacas allí veíamos un montón de piedras entre brotes de roble que se decía era lo que quedaba de una ermita, pero por el pequeño tamaño de las piedras a mi me parecía que más bien podía ser lo que quedaba de la pared de una cabaña o un chozo. Para los pastores aquello no eran más que piedras y no le prestábamos la menor importancia. Según he leído en alguna parte, parece que inicialmente hubo un castro y que una vez cristianizados sus habitantes se construyó la ermita. La hondonada que hay a media ladera derecha de El Vallado se cree que debió tener carácter defensivo. Nosotros al no asignarle valor alguno a aquel pedregal, no lo teníamos catalogado como algo de lo que el pueblo debiera estar orgulloso.

Este verano, tras más de sesenta años veraneando por allí sin noticia alguna de ello, he oído por primera vez que en Vega había habido una abadía de monjas y un cenobio de frailes. La denominación como “Fincas de la Abadía” de unas tierras saliendo del pueblo hacía Garueña, enfrente de los prados de El Valle, parece sustentar la existencia de la abadía ya que si no fuera así ¿qué sentido tendría esta denominación si no hubiera habido una abadía a la que habrían pertenecido las fincas? En la casa derrumbada que hay frente a la entrada de la iglesia, que yo conocí como casa de Maruja, vivió la familia de mis tíos segundos Baldomino y Blanca hasta que se construyó su nueva casa al lado de la de Fuencisla. En lo que denominaban “cuarto bajo” que estaba al nivel del camino y que por su frescura y oscuridad utilizaban como patatera y panera, había un arco de herradura de piedra labrada que hoy está derruido casi en su totalidad. Mari recuerda que bajaban a por patatas con bastante aprehensión pues en otro lugar del pueblo de semejante lobreguez había aparecido una culebra que consiguieron matar y que al poco apareció alguna más, lo que justificaba sus miedos para entrar en aquel cuarto totalmente oscuro y semienterrado. Estela asegura que en la casa vivió un abad y que la casa gozaba del privilegio de usar el agua que regaba la huerta de la iglesia. Aún hoy se puede ver una entrada desde el camino hasta la presa que transcurre al pie de la pared de la huerta y que era donde se solía ver a tía Blanca lavando y donde recogían agua para la casa. Cuando don Eloy el cura quiso cerrar aquel paso a la finca, que era propiedad de la iglesia, no pudo hacerlo en virtud del privilegio que asistía a la casa.