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MENA DE BABIA: Policarpo Sainz no ha sido nunca muy amigo de cambios....

Policarpo Sainz no ha sido nunca muy amigo de cambios. Sólo hay que verle cómo vive, dónde, a qué se dedica. El suyo es el modo de vida tradicional de los antiguos pasiegos. Atiende el ganado y percibe una pequeña pensión, de 300 euros; habita una cabaña pasiega en lo alto de La Braguía, entre los valles del Pas y el Pisueña, a medio camino de La Vega y Selaya; vive sin luz, sin suministro de agua, sin saneamiento, sin gas, sin teléfono, sin televisión... Vive como se vivía en estos lugares hace cien años.
No hace falta conocerle bien para saber que Policarpo no es muy amigo de los cambios. Y, sin embargo, uno muy importante puede transformarle la vida. Sin posibilidad de hacer frente a una indemnización por falta de recursos económicos, el juez ha decretado el embargo de su ganado. Diecinueve vacas, dice el auto judicial. Él afirma que sólo tiene catorce.
Policarpo -'Carpio el de La Braguía', como le llaman- no tiene cuentas en el banco, ni acciones en la bolsa, ni inversiones inmobiliarias. Las vacas y los terrenos son sus únicas propiedades. Si pierde el ganado, lo pierde todo.
Accidente de tráfico
Fue «por Santiago, con el calor». Un vehículo regresaba de Selaya a Vega de Pas a las tres de la mañana y, al hacerlo, impactó con una de las vacas. La mató, por supuesto. El vehículo sufrió importantes daños.
A la mañana siguiente, su propietario presentó una denuncia para reclamar la reparación de los daños. Pero Carpio no se hizo cargo de los gastos. «Tampoco él me pagó la vaca», afirma.
Mientras explica su situación, Policarpo porta un cuévano, con el que ha salido a buscar hierba para el ganado. Habla y fuma, y exhibe una imagen de pícaro simpático, de hombre de pueblo, de gente que ha vivido mucho... aunque apenas haya salido de Selaya. Desde lo alto de La Braguía se ve la cadena montañosa que separa Cantabria de Castilla, y, de espalda, el núcleo de población de Villacarriedo-Selaya.
El ganado, su vida
Luego vino el pleito. «Me dice el juez: ' ¿Has traído abogado'. 'No ¿Para qué?'». Fue citado en el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 2 de Solares, el mismo que acaba de publicar el auto con el embargo. Le reclama 3.365 euros, pero él no los tiene. Ni siquiera sabe con certeza lo que representa esa cantidad: « ¿Cuánto es?», pregunta. «Más de 500.000 pesetas». « ¡Ah!».
Por esa razón, el juez ha decretado el embargo de su cabaña de ganado. El auto habla de diecinueve vacas. Carpio dice que sólo tiene catorce. « ¿Cómo me van a embargar las vacas? Son mi vida, y además una distracción». Efectivamente, el ganado es su única compañía, además de los perros: «Si no fuera por los perros...».
«Toda mi vida me he dedicado a las vacas. Toda mi vida, y a plantar pinos con haza», dice Policarpo. No son de leche. Son vacas de carne, que cría y vende. Las cría en los prados de La Braguía, a duras penas: « ¿Cómo van a criar bien aquí? ¿No ves el frío que hace? ¿Qué van a comer aquí? Cualquier día cascan, como yo». Las vende en el Ferial: «En Torrelavega: no hay otro sitio».
Recurso judicial
El auto en el que se decreta el embargo del ganado ha sido recurrido. En un principio, Policarpo careció de defensa en sus andanzas por los juzgados. Ahora se ha hecho cargo de ella Guadalupe Mazorra, una joven abogada de Selaya que trabaja en el despacho de su padre, José María Mazorra, en el que se ofrecen servicios de asesoría fiscal, contable y legal.
Guadalupe Mazorra, que asiste a Policarpo desinteresadamente, por ser vecino del pueblo, ha recurrido apoyándose en lo dispuesto en el artículo 606 de la Ley de Enjuiciamiento Civil. En él se establece que «son inembargables el mobiliario y el menaje de la casa, así como la ropa del ejecutado y de su familia, en lo que no pueda considerarse superfluo», así como «los libros e instrumentos necesarios para el ejercicio de la profesión a la que se dedique el ejecutado, cuando su valor no guarde proporción con la cuantía de la deuda reclamada».
Además, el ganado está inmovilizado por orden de la Consejería de Desarrollo Rural, Ganadería, Pesca y Biodiversidad. En este momento, ni siquiera podría venderse para convertirlo en dinero.
En estas circunstancias, el juez será quien diga la última palabra. De ella dependerá que Carpio pueda seguir viviendo como siempre -en su cabaña, en La Braguía, con su ganado y sus perros-, o que su mundo se venga abajo definitivamente. La vida del último pasiego de Selaya, y el modo de vida mismo de los viejos habitantes de esos valles, depende pues de la decisión del juez.
«Mi padre era honrado»
Enterado de lo que significa el embargo, Carpio pregunta: « ¿Y lo consentís vosotros? Que lo arregle él, que yo también perdí la vaca». «A ver si el juez entra en razón», escucha decir. «Debiera entrarlo», añade.
Antes de terminar, vuelve a sus razones. «Como en la Vega no tienen discoteca, toda la juventud baja a Selaya, y suben a las tres o cuatro de la mañana. Los oigo yo desde la cama», explica. Ahora, la 'muda' de las vacas es algo que se ha hecho siempre y todos los vecinos de la zona lo saben.
Por un momento se asusta. «Yo no se robar ni se matar. A trabajar sí me enseñaron. Mi padre era honrado y salí yo de esa condición. Ahora, hay hijos que no salen a sus padres».
Hace frío en La Braguía. Está todo dicho. Carpio tiene trabajo, carga de nuevo el cuévano y marcha con los perros. Tiene que atender al ganado. Sigue siendo su principal preocupación. El ganado es su vida. Lo fue siempre y lo seguirá siendo. A no ser que el juez diga lo contrario.