MONTRONDO: Pongamos que hay un lugar en el que finalizan los caminos...

Pongamos que hay un lugar en el que finalizan los caminos de asfalto, y debe continuarse a pié, por senderos ascendentes desde las estribaciones de un monte mágiCo llamado "cueto", a través de verdosos parajes entre acogedores avellanos, florecidas urces gencianas o arándanos, y algo cegados por el llameante amarillo de escobas o piornos que inundan laderas, siempre al amparo generos de inmensos "bidulares" que exhiben orgullosos su condición de reserva de la biosfera. Pongamos que el camino aparece salpicado de chorros de agua que manan de fuentes naturales, formando murmurantes arroyos que discurren por el camino con cierto recato, se diría que en intento de pasar desapercibidos evitando con ello que pisada alguna macule su prístina apariencia. Pongamos que mientras camina con los sentidos ahítos de un "atronador" silencio de olores y colores, de improviso aparece ante el caminante la mole majestuosa y severa de la "peñoña" o "sulapeña", con su intimidante y pétrea faz. Pogamos que caminando aun con la ampulosa imagen de la montaña grabada en la retina, se ve obligado a elevar al cielo el haz de su mirada, única forma de contemplar en su formidable apariencia el pico Tambarón, cima que en buena parte del año aparece "abrigada" por un espeso y refulgente manto de nieve, que paradójicamente le confiere un aspecto cálido y acogedor. A él ponen sosegado contrapunto los verdes y fértiles pastos de "vozquemao", hoy abandonados. Pongamos que llegados a este punto, el caminante retorna al punto de partida, con el ánimo emocionado y presto para saciar hambre y sed, mediante inigualables embutidos o rotundos "lloscos" regados con vino recio. Pongamos que todo esto. no es otra cosa que la ruta grabada, o quizá imaginada, en la memoria de quien "ay", ya en la edad "provecta", se esfuerza por mantener imborrables recuerdos de un breve período de su niñez. Pongamos que hablo de MONTRONDO.