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MORGOVEJO

Habitantes: 145  Altitud: 1.100 m.  Gentilicio: Morgovos 
Hoy amanece en MORGOVEJO a las 09:47 y anochece a las 18:49
Nº fotos: 275  Nº mensajes: 225 
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Situación:

Encrucijada mágica de rios: Valle, Cuervo y alto Céa el cual recibe de los primeros el mayor caudal de todo su recorrido.

42º50'39'' N.

4º57'34'' W.

Coordenadas UTM

X:340000

Y:474547

Huso:30

Monumentos:

Existe una Ermita dedicada al Beato Juan de Prado Díez, fraile franciscano oriundo del pueblo.Es el patrono de los misioneros franciscanos en Marruecos. Era descendiente de los Marqueses de Prado cuya casa solariega estaba en el cercano pueblo de Taranilla.

Fiestas:

LAS BRÍGIDAS

Casi siempre duraban tres días. Antes se avisaba a todos los jóvenes que componían la sociedad, a los que se les decía el día y la hora en que iba a tener la Junta para tratar de armonizar o programar lo que se iba a hacer; esto de avisar lo hacían los jóvenes que hubieran ingresado el último año: labor que realizarían hasta que entrasen otros nuevos. En esta Junta se trataba de la hora en que se procedería a salir a pedir, casa por casa, lo que cada ama de casa tuviera a bien dar: como esto lo sabían de memoria año tras año, nunca había sorpresas.

Luego se nombraban dos mozos para comprar alguna oveja que estuviera bien gorda para tener suficiente carne fresca.

El día uno de Febrero por la tarde, en el lugar y hora acordado, se juntaban todos con su tambor y se procedía, casa por casa, a pedir Las Brígidas: en unas casas daban huevos, otras tocino o algún chorizo, garbanzos, carne curada... en fin: se hacía a todo; también había quien daba dinero o alguna botella de licor, por ejemplo los comerciantes.

Después de terminada esta faena se llevaba todo a la casa que se había buscado para estos días, se seleccionaba todo y se procedía a preparar la cena. Se freían los llamados torreznos, para los que se seleccionaba el mejor tocino que tuviera buena hebra o carne mezclada. Éstos resultaban buen plato; con vino abundante y pan, dejaban un paladar muy bueno pues el tocino aún estaba, por estas fechas, fresco.

Luego por la mañana, pronto, el orujo y sopas.

A medio día, sopa de fideos, garbanzos, berza, tocino, chorizo y carne fresca y de buena calidad. El día de San Blas, se llamaba a merendar a las autoridades del pueblo, que eran: el señor Cura, el Maestro, y la Junta Vecinal del pueblo. Se les servían unas tortillas aderezadas con buen chorizo de casa, luego, las clásicas torrejas con miel, como las hacían antes para los bautizos, luego un buen café, con alguna copa de anís o coñac, según sus preferencias. Los últimos años a las tortillas se añadían varios filetes de buen magro de ternera y, claro, siempre se les exponía algún problema. Ellos, al final, soltaban la mosca que ayudaba a compensar los muchos gastos que se hacían.

Por la tarde había buen baile en algún local buscado de antemano para ello; y como de la panza sale la danza pues a bailar para que la digestión fuera más fácil.

Por la noche, buenas patatas con carne y vino abundante, del cual muchos abusaban y habría buenas borracheras; pero si eran de vino había un buen remedio, y rápido: se sacaba a éstos, se les sentaba un poco tiempo a la helada, cerca de la nieve, y... ¡santo remedio! Al poco tiempo entraban para dentro con una buena coritada de frío y más espabilados que unas pascuas, y con ganas de agua fresca más que de vino, pero que luego cambiarían por el de color, para entrar en calor, y así tres días seguidos.

Luego se liquidaba todo, se subastaban los sobrantes y se pagaba a escote lo que faltaba. Algunas veces se nombraban, por votación secreta, nuevos dirigentes, muy democráticamente, y a vivir.

SAN PEDRO

El 29 de Junio se pedían los quesos, que daba cada moza. Por la noche se comían, acompañados de buen vino, y luego, a poner las enramadas, o ramos, a las mozas, lo cual se hacía en los tejados y, si era posible, encima de la ventana donde durmiera la moza.

Esto resultaba muy divertido y, más de una vez, alguno caería de la escalera —más por lo del vino— y daría el susto padre a sus compañeros.

TODOS LOS SANTOS

El uno de Noviembre se mataba una o dos buenas y gordas ovejas que se comían el Día de Todos los Santos. Luego, esa noche y por turnos, se tocarían las campanas —toda la noche, hasta ser de día— para lo que el señor Cura y Autoridades darían una cantidad en metálico —que nunca sobraba— y que, casi siempre, daba para uno o dos garrafones de alegre vino de la tierra.

Este día se ordeñaban también todas las cabras, que entonces eran muchas, quizás quinientas, o más, y se comía su leche, que resultaba buenísima por estas fechas, pues parecía pura manteca.

Estas eran aquellas tradicionales fiestas, que año tras año eran esperadas por los jóvenes con verdadera ansiedad y alegría porque además hacían que aquella convivencia creara entre ellos mejores relaciones, y amistad.

Esto lo dejaron perder, cosa que nunca debió haber sucedido. Yo era un verdadero entusiasta de estas viejas y buenas costumbres que, al recordarlas ahora, añoro. Y desearía que mis hijos —y los de su generación— hubieran seguido conociendo las costumbres de sus antepasados, primero, y de sus padres, después.

SANTA BARBARA BENDITA

Comenzaba la fiesta con la santa misa, a la cual asistían todos los mineros; luego mataban una oveja o dos, según la cantidad de obreros que hubiera y las comidas que quisieran hacer, pues algunas veces sólo hacían una comida que se prolongaba hasta llegada la tarde, otras hacían comida y cena, para lo que era necesario más crudo.

Recuerdo aquellos grandes calderos de hermosas truchas que, para acompañar a la carne, traían. Su pesca debía ser realizada muchas veces con artilúgios prohibidos, pero que se hacían; porque, no creo yo que, en un 4 de diciembre, con la temperatura de aquellas aguas heladas, nadie escapara sin una pulmonía de intentar meterse al río para pescarlas. Era tan grande la cantidad que reunían algunos años que siempre sobraba y, cuando esto sucedía, repartían entre ellos para que sus familias supieran también que era fiesta grande.

Costumbres:

MATANZA DEL CERDO.

Antes de proceder a la matanza del cerdo, había que saber qué fecha iba a convenir, siendo ésta un día que no se hubiera de ir con la hacienda, a fin de estar en casa para ayudar en la faena; luego, había que saber qué día lo iban a hacer los familiares para que no coincidieran fechas.

Llegado el día, mejor dicho, llegada la víspera por la noche, se juntaban en la casa donde se iba a realizar la faena las familias acompañadas por sus respectivos hijos, pues para todos había labor; así, los hombres, migaban el pan en finas tostas para las famosas morcillas, que se hacían en gran cantidad, pues llegaría el verano y aún habría reservas.

Las mujeres picaban las cebollas que habían de envolverse con el pan y la sangre del cerdo, más el sebo de los animales que también se sacrificaban en el mismo día de la víspera del cerdo.

Esa faena de la matanza de los animales, fueran cabras u ovejas, las solían hacer los mozos; estos animales, ya de antemano, eran seleccionados a tal fin. Un mes antes se les daba un pienso, fuera de su alimentación ordinaria, por lo que solían estar muy gordos; casi siempre se escogían animales que, por cualquier anomalía, no eran aptos para recriar: o sea, para tener hijos; otras veces tocaba la corrida a alguno que tuviera algún defecto como pérdida de un ojo, o fuera cojo, u otra anomalía.

Como había dicho antes, en ese día se hacía acopio para casi todo el año, de forma que siempre había algún capón, fuera cabrío o lanar que, en adelante, después de curada su carne, daría muy rica cecina que allá en tiempo de siega de hierba y paja haría coger buenos ánimos a los que trabajaban, pues su poder nutritivo y, además, su buen paladar, harían el trabajo más llevadero, pensando con buen apetito en la hora del yantar.

Después de realizada la faena del envuelto de pan y cebolla, y con el fin de que, al estar así casi toda la noche, suavizara el pan, antes de partir para la casa, cada uno se echaba la sosiega consistía en sacar a la mesa torta o bollo, sequillos y el clásico orujo.

Al siguiente día, bien pronto, casi con estrellas, ya iban llegando los mayores, a fin de sorprender al animal dormido, allí, a la cocina, al calor de los leños que ardían en la lumbre.

Se esperaba a que llegaran los que iban a colaborar en la caza del animal que, como es sabido, los había como si fueran jabalíes y, más de una vez, dieron buenos sustos a sus matachines, poniéndoles pies arriba unas veces y escapándoseles de la mesa otras; esto sucedía sólo cuando estaban los aparejos mal preparados, las cuerdas malas que, al romperlas, quedaba libre el gocho y daba al traste con todo.

Después de llegados todos a la casa, se echaba la parva, que era la toma de orujo con la correspondiente ración de bollo o torta, unos, o pastas otros; luego se iba a donde estaba el cerdo, o sea, al cubil y se procedía a su captura y luego sucede según anteriormente queda dicho; se le acuesta encima de la mesa, se le manean sus patas delanteras, se mete por entre ellas la trasera que ocupa la inferior hasta el corvejón y, cuando la cuerda es buena y resistente, aguanta y todo va bien, pero si se rompe, entonces sucedía lo antes dicho.

Se sangraba al animal batiendo su sangre para que no coagulase, luego se le chamuscaba con paja, se le limpiaba bien de sus cerdas o pelos, se le abría, se sacaban todos sus intestinos y tripas, se le colgaba y asunto terminado.

Dejábamos el cerdo ya colgado y ahora había que almorzar. Primero se comían unas buenas sopas de ajo aderezadas con la grasa del animal, que además estaban condimentadas con aquel riquísimo pan de hogaza amasado en casa, que sabía a gloria.

A continuación la clásica Chanfaina, que las mujeres, como la hacían varias veces al año, conseguían riquísima; consistía en hígado picado fino, cebolla y pan; bien condimentado con ajo, laurel y otras hierbas aromáticas; a mí me gustaba mucho y, mi madre, cuando sacrificábamos algún animal, siempre lo hacía.

Como postre se recurría a productos del país: nueces, avellanas, manzanas y castañas; todo ello remojado con vino de Tierra de Campos, que pronto haría que se animara la conversación.

Luego, las mujeres dedicarían el día al llenado de las tripas ya preparadas, o sea, a hacer las morcillas; después, con el fin de que no fermentara en la tripa, lo que se decía ponerse ácidas, las cocían bien, pinchando con una aguja varias veces la tripa para que, al crecer con la cocción, no reventaran y sirvieran los pequeños agujeros de poros para expirar el aire que había en su interior; luego se las tendía hasta que enfriaban y se las colgaba en grandes varales a curar; algunas veces, cuando las mujeres lo consideraban oportuno, y transcurridos unos días, las daban un nuevo cocido, pero esta faena se hacía nada más que alguna vez que el tiempo estaba muy húmedo y era necesario.

Pronto llegaba la hora de la cena, a la que asistían las familias con todos sus hijos y los pastores que eran la delicia de los pequeños cuando contaban cosas de los lobos; por allí abundaban y diariamente iban a molestar a sus rebaños.

La cena solía consistir en que, como el almuerzo era ya tarde y abundante y por estas fechas los días son pequeños, no se hacía comida de medio día y ésta se reservaba para la noche. Consistía en una buena sopa de fideo, garbanzos con berza y abundante morcilla, tocino y carne y chorizo. Los postres, ya lo dije antes, solían ser manzanas, castañas y nueces, casi siempre.

Luego unos jugarían las cartas, otros conversaban y los pequeños jugábamos a los clásico juegos como La Pega y La Mega.

LA HILA.

Es la reunión ancestral leonesa que se remonta a la noche de los tiempos en que la gente se reunia al oscurecer en una casa y en la que se contaban las historias cotidianas y hazañas y cuentos fantásticos, se bailaba y se hilaba y tejia el lino y la lana.

LOS JUEGOS DE GUAJES

Muchos eran los juegos que empleábamos los niños para divertirnos por aquellos años veintitantos; los más clásicos, según la época del año eran:

EL CALVO

En primavera, por ejemplo, El Calvo que consistía en un palo que tuviera tres patas, el cual colocábamos a cierta distancia y luego se hacía una raya por cada lado.

Entre estas dos rayas y colocado por un lado estaba El Calvero. Cada niño que jugaba tenía un palo que se tiraba al calvo; unos le tiraban y otros no. Pero estos palos que se tiraban y quedaban al lado opuesto, para pasar a por ellos había que atravesar el campo vedado entre las dos rayas que vigilaba el calvero.

Al que intentaba cruzarlo, el calvero le tiraba una pelota; si le daba dentro de esta zona, entre las dos rayas, éste pasaba a ocupar el lugar del calvero y así sucesivamente. Los había con mucha astucia que poquísimas veces eran tocados con la pelota.

LA PEONZA

Aún recuerdo algunas famosas peonzas, como lo recordarán mis compañeros que aún vivan.

Quién no recuerda aquella famosa peonza que yo bauticé con el nombre de Pergamino por su suavidad al bailar; pues cuando se la cogía en la mano bailando, tenía un movimiento tan suave que pocos niños de la época no la tendrían bailando en su mano, aunque fuera por poco tiempo; su dueño era Gabino Poza, dos años mayor que yo, pero amigo y algo familiar.

MATRACAS Y CARRACAS

Por Semana Santa.

Quién no se acuerda de aquel carracón de los hermanos Gallegos, bueno, Gallego era su apellido, para que no haya confusión lo aclaro; pues esta famosa gran carraca fue construida por ellos mismos. Otra, la de los hermanos Rodríguez, Froilán, Antonio y demás hermanos.

Y quién, niño en aquellos años, no recuerda la gran matraca de dos mazas de Antonio Gutiérrez. La mía, con lisa tabla de roble negro y mazo de piorno, que pasaba los oídos al ser manejada fuertemente. Y otras más que no recuerdo.

RESBALIZOS

Por Navidad, los clásico resbalizos de hielo. En esto, que a mí no se me daba mal, había verdaderos artistas.

Lo hacíamos en madreñas, lo que resultaba más difícil.

Por este tiempo se helaba el río Cea; donde sus aguas no tuvieran demasiada corriente formaba una capa de hielo de varios centímetros de espesor.

Uno de estos lugares más favoritos resultaba ser la parte de arriba del Puente Grande, donde se podía practicar en unos cien metros de longitud.

Esto resultaba peligroso cuando se pisaba en algún lugar donde el hielo no fuera lo suficientemente resistente, lo que alguna vez ocasionó más de un remojón en aquellas aguas heladas que, al que tocara la mocha, tendría que, rápidamente, ir a casa a cambiarse de ropa, si no quería sufrir una congelación con pulmonía doble, que en aquellos tiempos en los que aún no había antibióticos, resultaba, las más de las veces, al que la contraía, una muerte segura.

Pero lo que más proporcionaron estas roturas de hielo fueron buenos sustos, a Dios gracias.

También en verano, en pendiente muy prolongadas de campera y por la época de la trilla, con paja trillada muy menuda, hacíamos pista para resbalarnos. Luego, con una tabla, después de usada unos días se ponía totalmente lisa, lo cual resultaba algunas veces peligroso pues, si la pista era larga y el terreno muy inclinado, cogía una velocidad, que al final resultaba en varias vueltas cuesta abajo y algún susto morrocotudo.

Este juego era el terror de las sufridas madres, que no daban abasto a coser traseras en los pantalones de sus hijos.

TRINEOS DE SALGUERA

Por el otoño, en los prados que tenían buena pendiente.

Se hacía cuando éstos ya habían sido segados de otoño. Para improvisar este trineo o carroza, se cortaba una salguera que tuviera dos largas ramas en "Y" o base de corza, se la tejía bien con salguera pequeña, se la ponía a lo cimero del prado donde la inclinación fuera mayor y, luego, tirando unos por la parte delantera con un palo resistente que se ataba fuertemente a manera de cruz, se bajaba a la mayor velocidad posible.

Encima bajarían los que no fueran necesarios para tirar; también esto tenía un final poco agradable, pues, si los que tiraban por la carroza lo hacían con pericia y a mala fe, al bajar a gran velocidad en línea recta, si cuando llegaban al final viraban de repente hacia uno de los lados, daban al traste con toda la carga y había que tener mucha pericia para no sufrir las consecuencias de la maniobra, más teniendo en cuenta que esta maniobra se hacía a muy poca distancia del río, lo que podía resultar, además, con baño.

Luego, entre todos, se volvía a subir arriba y vuelta a empezar, pero, eso sí, cambiando de jinetes en caballos, pues esto era una corrida; aunque los había que sólo querían tirar, por lo del revolcón final; otros en cambio, les agradaba más bajar montados que tirando y así se pasaba la tarde y, a lo mejor, o a lo peor, llegaba uno a casa con unos buenos agujeros en la trasera, para que a su sufrida madre no la faltara qué hacer; aquí a lo que se iba era a guardar las vacas, pero lo que se hacía era lo arriba expuesto. Este juego se hacía en los prados de Vayello.

Historia:

Numerosas cuevas dan testimonio de asentamientos Magdalenienses.

Época: Paleolítico Superior.

Inicio: Año 15000 A.C.

Existen indicios de varios Castros preromanos "Vadinienses".

Uno en el paraje denominado "La Canalina". En el Archivo de la Catedral de León está documentado, y en el Museo Diocesano depositados diversos objetos encontrados en él. Dicho castro es muralla y refugio de los Castros de Mental. En el mismo paraje hay resto de la "Calzada Romana", la cual asciende hasta allí a traves del puente romano de "Villaescusa" que cruza el Céa.

Otro en el "Campo-Santo" de Morgovejo, el cual es el mejor conservado de la provincia de León.

Hay restos de un "Hibernum" de una legión romana en la Collada Valdehaya y Bustraniego, posiblemente de entre el 26 al 22 A.C.

Existe un ara de una antigua ermita, con una inscripción de hace más de mil años.

El 23 de Junio del año 893, fue consagrada la primera iglesia del pueblo de Morgovejo (Ermita del Campo){VIII KALENDAS IVLI ERA DCCCCXXXI (NOVENAS CALENDAS DE JULIO DE LA ERA 931) - ERA HISPÁNICA AÑO 931. menos (-) 38 años = AÑO 893 ERA DE LA ENCARNACION).

(Copio a continuacion lo que don Manuel Goméz Moreno en su CATALOGO MONUMENTAL DE LA PROVINCIA DE LEÓN, León 1979, edicion facsimil del publicado en 1925, de Editorial Nebrija, página 135 dice:

"MORGOVEJO. Es pueblo de la Montaña, no visitado por mi. Conserva una inscripcion en su iglesia, correspondiente a un ara, sin duda, cuya copia me comunica D. Miguel Bravo. Dice:

[P]OSITVS EST HIC RELIQVIARIVS SCOR COSME.

E DAMIANI VIIII KLDS IVLI ERA DCCCCXXX.

ET FVIT RESTVRATA IN ERA DCCCCLXXXII.

EMILIANVS PRS FCT.

ET RESTORAVIT ILLA PELAIS EPI.

SCVPVS.

La restauración de tal relicaro se da por hecha en 944; pero este año no conviene con ninguno de los Pelayos obispos conocidos. El tipo de letra si corresponde a entonces."

Existió una de las más importantes Preceptorias de Latin y Humanidades de la montaña leonesa. Fué fundada en Octubre de 1880 y funcionó hasta mediados del siglo XX.

PERSONAJES ILUSTRES:

Beato Juan de Prado Díez

Morgovejo le da ilustre cuna en 1.563

Estudio en la universidad de Salamanca, la cual abandona para ordenarse sacerdote con los Hermanos Menores Franciscanos en el año 1.584, en los años posteriores ejerce su apostolado como buen orador y afamado Teólogo, forma parte de las polémicas sobre la inmaculada, no librándose de las mismas y obteniendo la divina estabilidad e inocencia hasta 1.610.

Guardián y protector de numerosos conventos fue maestro del noviciado, por sus meritos es nombrado gobernador de la erigida provincia franciscana de San Diego en 1.620, a partir de aquí su destino seria claro, la restauración de la misión Franciscana presente en Marruecos desde 1.219, año en que son martirizados en Marrakech los primeros franciscanos.

Habiendo obtenido salvoconducto del rey de Marruecos Abdal-Mahk y nombrado por el Papa Urbano VIII como Precepto Apostólico, parte de Cádiz hacia Marruecos en el año 1.630 para restaurar la misión Franciscana, tras ejercer su ministerio en Mazagan, en Azagan es arrestado por las autoridades locales lo cual no sirvió para acallar su mensaje por el cual fue duramente castigado y sometido a flagelación y friegas con sal nitrada, llevado a Marrakech ante el sultán Mulay al Walid, tras interrogatorio publico fue condenado a la hoguera en 1.631, donde hicieron falta saetas y un gran testarazo para acabar con su fé.

Beatificado el 24 de Mayo de 1.728 por el pontífice Benedicto XIII, en reconocimiento oficial de su martirio “in odium fídei”.

Exsúrge, Dómine, ádjuva nos, et líbera nos propter nomen tuum.

Deus, áuribus nostris audívimus: patres nostris annuntiavérunt nobis.

Glória Patri.

Exsúrge.

José Rodríguez Borregán.

Nació en Morgovejo en 1908, ecónomo de Chozas de Arriba, desaparecido en Comillas (Cantabria) el 22 de Diciembre de 1.936.

“In die judícii, líbera, Peccatóres, te rogámus, audi nos.”.

CAZADORES.

Cazadores famosos, del lugar y tiempo, fueron:

PEDRO DE CASTRO.

Tenía una perra sabuesa que, ni con oro, se le pudiera pagar; una verdadera joya para toda clase de pelo, sobre todo de jabalí, con la ayuda de la cual consiguió varias piezas el sólo, con buen ojo y una muy mimada escopeta de 2 caños la cual, después de muchos años en su poder, brillaba como la plata.

FAUSTO REYERO.

Hombre para toda clase de caza de pelo y pluma. La caza de perdiz al vuelo era su hobby y sería muy rara la que escapara sin dar con sus huesos en el suelo.

TEODORO DE CASTRO.

Sobrino de los dos anteriores. Quizás el más completo que se conociera por el lugar; yo le acompañé, tanto en caza como en pesca, muchas veces y teníamos una gran amistad, además de ser primos a causa de contraer matrimonio con una prima mía, por lo que, desde mis comienzos y muy joven, le acompañé muchas veces. Él me tenía su aprecio por mi mucha afición, dándome muchos y buenos consejos al respecto. Empezó muy joven, igual que yo con 14 años ya me sabía todos los rincones del término porque además era un andarín incansable.

MÁXIMO ESPADAS.

Hermano mío. El más famoso andarín del contorno, al que nadie, con grandes nevadas, logró seguir; su zancada y destreza en nieve fue terror de pequeños jabalíes a los que daba alcance y que, sin necesidad de usar el arma, remataba a golpes unas veces, y, otras, como en el caso de Valdehoyo, que a causa de la mucha inclinación del terreno cogió por sus traseras y, sin dejarles reaccionar y a gran velocidad, arrastró monte abajo, hasta donde llegaban sus compañeros, primos en este caso: Agustín Espadas y Martiniano Díez, que se encargaron de rematar. Me lo contó varias veces mi primo Martiniano poniéndole en lo más alto. Casos como estos, y mayores, se podrían, de él, contar a docenas.

FELIPE GONZÁLEZ.

Muy experto en la caza del corzo a causa de haber sido pastor de merinas y logrado cazar muchos rebecos por los Picos de Europa, cuyos andares debía conocer a la perfección. Le gustaba mucho la espera del zorro por la noche, acompañado por su cuñado Domingo, unas veces, o por mi padre, otras; los dos eran tíos carnales míos al haber contraído matrimonio con dos hermanas de mi padre. Este Felipe era, además, el preparador del guiso de la caza, como verdadero maestro, ya que lo hizo muchas veces en la majada cuando era pastor.

JUSTO GUTIÉRREZ.

Experto en la caza de la garduña. Gran conocedor de los llamados puestos: dónde había que colocar a los buenos tiradores, por conocer los lugares que, en su huida, recorrerían, ya fuera jabalí, lobo, o raposo, en cuyo caso variaba el lugar. Hombre animoso que en los momentos de decaimiento hacía cobrar nuevos áni-mos, que a veces resultaban verdaderos éxitos. Vecino nuestro, yo, al correr el tiempo, le acompañé muchas veces; del que aprendí muchas cosas en conocimiento de huellas de toda especie de caza así como los lugares donde se les podía esperar de sentado cuando por otras personas eran perseguidos.

RAFAEL DE CASTRO.

Primo del anterior y de parecidas características, pues no en vano habían practicado este arte en compañía de sus padres: Cecílio el uno y Miguel el otro, desde muy jóvenes.

Habría que prolongar más la lista de famosos, pero se haría demasiado larga. No, por ello, está en mi ánimo quitar valor a los Ángel Espadas, Martiniano Díez, Valentín Vegas, pues, los que serían más conocidos después, todavía éramos unos niños.