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MURIAS DE PAREDES: Armando, hablando de los recuerdos de tus vivencias...

Fasgarón es una braña a los pies del majestuoso Tambarón.
Esta braña, por los años 1950, se alquilaba como pastos a los ganaderos extremeños que venían con las merinas. Allí, en su parte alta se construyó un corral y un chozo, con techo de escobas que era el refugio de los pastores. A un lado y otro en el interior del chozo, que era circular, había dos camas construidas con troncos de madera y de somier un tejido de escobas cubierto con una manta. Por cierto sobre la que yo dormí más de una vez la manta era de cuadros marrones y blancos, áspera y con bastante mugre. En el centro a modo de pequeño hogar y sobre el suelo el pastor hacía el fuego y para desayunar preparaba, en una especie de caldero, migas con lecha de oveja. Que ricas estaban. ¿Qué hacía yo allí? Pues iba a caballo con Mauro Madrigal, a estorbar más que ayudar a barrer el corral, que luego se subía a recoger con el carro y servía de abonos para los prados y huertos.
Pero lo más bonito de Fasgarón era el acarreo de la hierba.
Allá por junio en las vísperas de San Juan, algunos años antes, después de segar la hierba de la vega de Fasgarón, de forma comunal, darle vuelta para secarla y preparar cada uno sus "marallos". Entonces llegaba el día señalado, para mí siempre inolvidable, y de noche completamente a las dos o tres de la madrugada los vecinos de Murias, con sus carros de vacas, equipados con la "angarillas" y los "estandochos". Y sobre los carros las "sogas" que debidamente recogidas, a veces nos servían de cabecera a los viajeros. Por el camino y bajo las estrellas alguna moza cantaba, Nieves la novia de Demetrio, que bien cantaba, yo recuerdo una canció0n que aprendí de ella, preciosa. Hombres, mujeres y niños, todos podían ser útiles. Cuando sonaba la campana para dar la entrada a la braña, todos acelerados, ¡que emoción!, los hombres generalmente con la "forca" de dientes de hierro y mango de madera cargaban "de abajo", las mujeres, alguna, no todas, cargaban "de arriba", y otras junto con los niños rastreábamos o apañábamos.
Aquello parecía una competición, a ver quien terminaba antes, algunos por aquello de ser los primeros en salir, medio cargaban y mal ataban el carro, dando como resultado que en primer traqueteo perdieran parte de la hierba y al pasajero que acostumbraba a ir sobre ella. Otros querían llevar el carro más grande, mejor "peinado", también pasaban por algún avatar, pues el camino era bastante malo, el suelo pedregoso y estrecho y provocaron el que más de uno "valtara" el carro, para burla de los presentes, que eso si, siempre colaboraban echando una mano para ponerlo de nuevo en marcha.
Yo me lo pasaba muy bien y siempre quería ir, aunque muerto de sueño. No me querían llevar, pero Obdulia (cuánto la queria), la mujer de Federico Madrigal, siempre abogaba en mi favor. ¡QUE RECUERDOS!. Otro día más. Un abrazo.

Armando, hablando de los recuerdos de tus vivencias con algún contemporáneo de tus veranos en Murias, dicen si te acuerdas de cuando fuiste a segar verde cerca del molino del río.
Te envían un saludo.
Como bien dices, "recuerdo a Fasgarón"; hoy en día ya no vienen rebaños, la vega está "vaca" aprovechando solo su pasto. Ya casi no se acierta ni con los prados de cada uno, pero es lo que hay. Quedan sin segar los de junto al pueblo, ¡cómo para no quedar los de Fasgarón!.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Antonio: Claro que recuerdo cuando entre los rios, segando verde, mi amigo Epi, que iba por detrás me "arrebaño" con la guadaña el talón del pie derecho. Todavía tengo la cicatriz, porque con las atenciones de D. Eulogio el médico, el cariño de Obdulia y la encarnadura de diablo que sigo teniendo, se curó inmediatamente y quedó como una anécdota más para el recuerdo. Un saludo.
Claro Antonio, claro que me acuerdo del día en que Epi (el de Gonzalo y Amada) me dejo un recuerdo en el talón de mi pie derecho. Fue segando verde en el paraje de "entre los ríos". Allí vigilábamos también el puerto del río, hecho de leña, por si dejaba salir alguna trucha, ja, ja, ja. Pero, ¡oh fatalidad!, fui a ponerme delante de la guadaña de Epí, y aquí tengo desde entonces la cicatriz.
La cosa no acabó ahí, mi tendón de Aquiles quedó tocado, y encañado con un pañuelo, zapatilla al rastro y ... (ver texto completo)