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Cuando la mulata noche
con sus higas de azabache,
sale a estrellarse con todos
lleno el rostro de lunares;

cuando brujas y lechuzas
a lustras tinieblas salen,
a chupar lámparas, unas,
y otras a chupar infantes,

me salí confuso y triste
a buscar un consonante
¡forzosa pensión de aquéllos
que comen uñas y guantes!

Los ojos puse en la luna,
y vi que estaba en menguante,
porque tuviese mi bolsa
con quien poder consolarse.

Pero divirtióme de ella
un ¡ce! ¡ce! que por celajes
de un manto, fue Celestina,
creyendo yo que era un ángel.

Conocí que era mujer,
si ansí merece llamarse
una cara Polifema
y unos ojos Sacripantes.

Trabamos conversación,
porque quisiera trabarse,
no siendo de Calatrava
a un doblón Abencerraje.

Brindóme con una mano,
y a fe que bastó a picarme,
pues topé cinco punzones
en vez de cinco dedales.

Desde la mano a la boca
quise hacer un pasacalle
cuya población ha meses
que ya por el suelo yace.

Manosee las mejillas,
y fue dicha no lisiarme
en dos juanetes buídos
entapizados de almagre.

Topé luego la nariz,
y, ¡por vida de mi madre,
que ella me topó primero,
aunque estaba bien distante!

Tenté los bajos países,
mas no topé los de Flandes,
sino en dos piernas cordeles
dos cenojiles bramantes.

Halléme en un cementerio,
y lloré que me tentase
como pecador novicio,
con solos huesos la carne.

Volvíla, en fin, los talones,
y picando de portante
me crucifiqué la frente
con más de dos mil señales.

Llegué a casa, y vuelto en mí
vine a hacer pleito homenaje
¡de no alambicar conceptos
ni buscar más consonantes!

(De "Los Cigarrales de Toledo")