Diario de León
ADIOS AL GUARDIÁN DE SAN ISIDORO.
Antonio Viñayo, alma de la Real Colegiata, incansable investigador y divulgador de lo leonés, murió ayer a los 90 años dejando tras de sí medio centenar de libros y toda una vida dedicada al conocimiento y a la fe.
C. fanjul/ e. gancedo | león 14/12/2012
Adiós al sabio. Al defensor incansable de la Colegiata de San Isidoro, arca de los tesoros del Viejo Reino. Al investigador concienzudo, perfeccionista, preciso. A ese sacerdote tan firme como afable y cariñoso. Y también al hombre de amenísima conversación, de inteligente humor, de fina ironía montañesa. Ayer, con 90 años, moría Antonio Viñayo, abad emérito isidoriano, escritor, medievalista, divulgador de todo lo leonés, conferenciante de altura, autor de una cincuentena de libros —varias guías turísticas incluidas— y muchos otros artículos especializados. Y persona humilde donde las haya. Decía: «Yo soy como el burro de Apuleyo, que llevaba una imagen sagrada encima, la gente se arrodillaba y pensaba que era por él. Pues yo igual. Las medallas que me han puesto en realidad son para San Isidoro, pero como no tiene dónde colgarlas, pues me las cuelgan a mí...».
Viñayo ya no vivía en su querida Colegiata, esa que literalmente salvó de la ruina, sino, desde hace año y medio, en la residencia Juan Pablo II, en el barrio del Egido. Las piernas le habían fallado y sus días se reducían, como afirmaba, «de la silla de ruedas al sillón y de ahí a la cama». «Y de aquí ya no creo que salga», intuía. No obstante, seguía devorando libros —y la prensa, todos los días— y le apenaba, entre otras cosas, no haber podido ver el popular espectáculo de luz y música que se ha venido proyectando sobre San Isidoro, semanalmente, durante los dos últimos veranos. «Creo que es muy hermoso...», susurraba.
Era Antonio Viñayo uno de los nombres imprescindibles de la cultura leonesa, y su lista de títulos, reconocimientos y homenajes es extensísima. Sus cargos actuales eran los de abad emérito de la Real Colegiata de San Isidoro y rector honorífico de la Cátedra de San Isidoro, pero fue profesor en los seminarios de Oviedo y León (se había doctorado en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca en 1944 y ordenado sacerdote en 1945), académico de la Real Academia de la Historia, miembro del Deutsche Archäologisches Institut de Berlín, abad de San Isidoro entre 1971 y 2003, Leonés del Año, Doctor Honoris Causa por la Universidad de León, Medalla de Oro de León, Encomienda de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio... pero él se quedaba «con lo de siempre: con mi Dios, mi Virgen del Camino, mi Colegiata y mi León»
ADIOS AL GUARDIÁN DE SAN ISIDORO.
Antonio Viñayo, alma de la Real Colegiata, incansable investigador y divulgador de lo leonés, murió ayer a los 90 años dejando tras de sí medio centenar de libros y toda una vida dedicada al conocimiento y a la fe.
C. fanjul/ e. gancedo | león 14/12/2012
Adiós al sabio. Al defensor incansable de la Colegiata de San Isidoro, arca de los tesoros del Viejo Reino. Al investigador concienzudo, perfeccionista, preciso. A ese sacerdote tan firme como afable y cariñoso. Y también al hombre de amenísima conversación, de inteligente humor, de fina ironía montañesa. Ayer, con 90 años, moría Antonio Viñayo, abad emérito isidoriano, escritor, medievalista, divulgador de todo lo leonés, conferenciante de altura, autor de una cincuentena de libros —varias guías turísticas incluidas— y muchos otros artículos especializados. Y persona humilde donde las haya. Decía: «Yo soy como el burro de Apuleyo, que llevaba una imagen sagrada encima, la gente se arrodillaba y pensaba que era por él. Pues yo igual. Las medallas que me han puesto en realidad son para San Isidoro, pero como no tiene dónde colgarlas, pues me las cuelgan a mí...».
Viñayo ya no vivía en su querida Colegiata, esa que literalmente salvó de la ruina, sino, desde hace año y medio, en la residencia Juan Pablo II, en el barrio del Egido. Las piernas le habían fallado y sus días se reducían, como afirmaba, «de la silla de ruedas al sillón y de ahí a la cama». «Y de aquí ya no creo que salga», intuía. No obstante, seguía devorando libros —y la prensa, todos los días— y le apenaba, entre otras cosas, no haber podido ver el popular espectáculo de luz y música que se ha venido proyectando sobre San Isidoro, semanalmente, durante los dos últimos veranos. «Creo que es muy hermoso...», susurraba.
Era Antonio Viñayo uno de los nombres imprescindibles de la cultura leonesa, y su lista de títulos, reconocimientos y homenajes es extensísima. Sus cargos actuales eran los de abad emérito de la Real Colegiata de San Isidoro y rector honorífico de la Cátedra de San Isidoro, pero fue profesor en los seminarios de Oviedo y León (se había doctorado en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca en 1944 y ordenado sacerdote en 1945), académico de la Real Academia de la Historia, miembro del Deutsche Archäologisches Institut de Berlín, abad de San Isidoro entre 1971 y 2003, Leonés del Año, Doctor Honoris Causa por la Universidad de León, Medalla de Oro de León, Encomienda de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio... pero él se quedaba «con lo de siempre: con mi Dios, mi Virgen del Camino, mi Colegiata y mi León»