Estos animalitos, que algunos confunden con las golondrinas, siempre me atraían cuando en
Palacio hacían sus
nidos de barro debajo de las cornisas de los
tejados. Siempre inquietos, siempre madrugadores.... son unos supervivientes, a diferencia de los vencejos que llenaban los aires del
pueblo con sus eternos vuelos y chillidos y, en estos años, casi han desaparecido.