Minúsculo vacío.
Jesús tenía una historia, una familia, un futuro incierto y una tarjeta del Inem. Gracias a esta tarjeta, cada mañana acudía a un curso subvencionado donde nos alegraba al resto de los compañeros con un agudo sentido del humor. En la hora del café, Jesús nos mostraba, orgulloso, las fotos de su princesita de 18 meses y su expresión reflejaba el peso de la responsabilidad de un padre. Poco a poco, Jesús dejó de bromear. «Tengo graves problemas y no logro concentrarme en clase, no sé siquiera si podré continuar con el curso», nos dijo. Sin embargo, nadie quiso violar su intimidad con preguntas. Al fin y al cabo, ¿qué padre de familia parado no tiene problemas? Los dos días siguientes todos seguíamos acudiendo a nuestra clase; todos, menos Jesús. Ayer por la mañana, Jesús se levantó como cada día, pero tampoco tuvo fuerzas para volver al curso. En su lugar decidió abrir la ventana de su octavo piso y saltar al vacío. El mismo vacío que nos queda a sus compañeros y amigos, el mismo vacío que queda en su historia, en la de su mujer y su hija; nada, comparable con el minúsculo vacío que deja en las listas del Inem. Y ahora me pregunto con impotencia: cuántas personas pueden estar cerca del vacío; ese vacío que el ser humano siente cuando agota la tinta que necesita para seguir escribiendo su propia historia.
Isabel Láriz Caballero. Bilbao
Jesús tenía una historia, una familia, un futuro incierto y una tarjeta del Inem. Gracias a esta tarjeta, cada mañana acudía a un curso subvencionado donde nos alegraba al resto de los compañeros con un agudo sentido del humor. En la hora del café, Jesús nos mostraba, orgulloso, las fotos de su princesita de 18 meses y su expresión reflejaba el peso de la responsabilidad de un padre. Poco a poco, Jesús dejó de bromear. «Tengo graves problemas y no logro concentrarme en clase, no sé siquiera si podré continuar con el curso», nos dijo. Sin embargo, nadie quiso violar su intimidad con preguntas. Al fin y al cabo, ¿qué padre de familia parado no tiene problemas? Los dos días siguientes todos seguíamos acudiendo a nuestra clase; todos, menos Jesús. Ayer por la mañana, Jesús se levantó como cada día, pero tampoco tuvo fuerzas para volver al curso. En su lugar decidió abrir la ventana de su octavo piso y saltar al vacío. El mismo vacío que nos queda a sus compañeros y amigos, el mismo vacío que queda en su historia, en la de su mujer y su hija; nada, comparable con el minúsculo vacío que deja en las listas del Inem. Y ahora me pregunto con impotencia: cuántas personas pueden estar cerca del vacío; ese vacío que el ser humano siente cuando agota la tinta que necesita para seguir escribiendo su propia historia.
Isabel Láriz Caballero. Bilbao
Esto es horroroso, cuantos Jesus o pepes no pensaran lo mismo, quiza muchos no lo saben, porque tienen familia que los respalda, pero es muy trite, y casi lo entiendo, que extremecedor.
un saludo Peñalba,
un saludo Peñalba,